La Heroica Villa: Capital Histórica de Azuero

El profesor Milcíades Pinzón, maestro de la juventud santeña, ha dicho que «la Villa es la capital histórica de Azuero». ¿Cuántos azuerenses sabrían explicar por qué es cierta esta aseveración irrefutable? Si la historia propia es de trascendental importancia, ¿por qué ignoramos sus detalles fundamentales? Información incompleta, confusa o ausente ha causado que muchas imprecisiones se plasmen en los libros de texto y se sigan repitiendo aún tras haber sido desmentidas por información descubierta hace décadas en los Archivos de Indias y otras fuentes. La verdad debe ser dicha y defendida: es imperativo reiterar los hechos y desmentir las falacias arraigadas en el magro saber del pueblo, hasta dar lustre a la historia hidalga del terruño. ¿Por qué se fundó la Villa de Los Santos? ¿Por qué se llama “Villa” y no “Ciudad”? ¿Por qué “de Los Santos”? ¿Por qué “Heroica”? Para responder a estas preguntas, presento algunas reflexiones respecto a la historia de este poblado .

En el siglo dieciséis, la función explícita de las ciudades españolas en el Istmo era aglutinar en torno a sí las actividades religiosas, económicas, sociales y políticas de una región colonizada. La creación de cada nueva ciudad española era tarea exclusiva de las autoridades de la Corona en Tierra Firme, y respondía a una planificación cuidadosa. Su ubicación se elegía meticulosamente, en base a consideraciones estratégicas. Su función se definía desde el principio, y estaba implícita en la razón de su creación: unas servían para la defensa del territorio, otras para el abastecimiento de alimentos a poblados cercanos o proyectos específicos tales como la minería o exploración, otras más para asegurar una salida al mar, etc. El acto de fundación de estas ciudades no duraba más que unas horas, y su poblamiento se hacía en cuestión de días, casi de la noche a la mañana. Así se fundaron, en base a estrictos criterios de planificación, las ciudades de Panamá, Nombre de Dios, Santiago, Remedios, Montijo, Alanje, Concepción, Natá, La Filipina, Santa Fe y Portobelo. La excepción a la regla fue, por supuesto, la ciudad que nos ocupa, la cual nació del impulso de sus fundadores tras dieciséis años de migración, sin formalidades y sin licencias, pasando por alto la autoridad que tenía Natá en esta parte de Tierra Firme.

Estos fundadores habían sido antaño natariegos. La ciudad de Natá fue erigida en el año de 1522 por Pedrarias Dávila, para servir como frente en la lucha de la Corona contra los valientes indios de Veragua, que en ese entonces era territorio hostil. La economía de Natá floreció durante un tercio de siglo mediante la esclavitud de los indios. En 1519, a través del eufemístico nombre de ‘encomienda indígena’, Pedrarias condenó a millares de nativos a una vida de trabajos forzados para el beneficio de los españoles, a cambio de ser bautizados y oír misa. Sin embargo, gracias a la ferviente defensa que de los derechos de los indios hiciesen algunos hombres de ética (principalmente sacerdotes excepcionales), la Corona emite en 1551 la Provisión de Cigales, eliminando la funesta figura de la Encomienda en Tierra Firme, ordenando la liberación y reubicación de los indios, y de paso desencadenando el ocaso de Natá como emporio urbano.

Se hizo necesario reubicar a los recién libertados en comunidades propias, cuya lejanía garantizase el cumplimiento del decreto abolicionista. Se crearon tres asentamientos exclusivos para los indígenas: Santa Cruz de Cubita, Santa Helena de Parita y Santiago de Olá. Esta primera fue fundada, posiblemente el 3 de mayo de 1558, por el Gobernador Juan Ruiz de Monjarraz y fray Pedro de Santa María, a orillas del río llamado en ese entonces Cubita (actualmente conocido como Río La Villa), a unos tres kilómetros del lugar donde doce años después se fundaría la ciudad de Los Santos, aunque en la ribera opuesta.

Ante la Provisión de Cigales, el alcalde de Natá, Sancho Clavijo, envía a un procurador al Consejo de Indias de Madrid para suplicar a la Corona que restituya la esclavitud indígena en aquella ciudad con el fin de evitar su declive económico. Mientras algunos natariegos esperaban con ansia, estancados en su pueblo, una vuelta a la esclavitud que no se daría jamás, otros pobladores más lúcidos y aventureros (tal vez intuyendo que aquel injusto modo de vida se acercaba a su fin) deciden abandonar la Ciudad de los Caballeros buscando nuevas oportunidades en las fértiles tierras de lo que hoy llamamos Azuero. A ellos se unirían luego soldados españoles desertores, sin vocación bélica, que se habían enrolado en el ejército, supuestamente para combatir en la guerra araucana en Chile, con el único y callado propósito de cruzar a América buscando un mejor futuro.

El poblamiento de la península de Azuero, es decir, el establecimiento de casas y fincas aisladas por parte de estos aventureros, es relativamente lento: comienza en la vecindad de 1553 y prosigue durante más de una década. Vivían distantes entre sí, y por supuesto lejos de Natá, para mantenerse fuera de su órbita tributaria: libres de impuestos municipales y diezmos gravosos, podían cubrir mejor sus necesidades en esos tiempos de escasez. Pero la fortuna mejora para los azuerenses gracias a las consecuencias inesperadas de una iniciativa natariega. Las gestiones de Natá ante la Corona consiguieron la licencia para explorar la todavía virgen provincia de Veragua. Como resultado de estas exploraciones, se fundó la ciudad minera de Concepción, la cual los natariegos no pudieron explotar por falta de recursos económicos. Los beneficios directos de la explotación fueron a manos de los pobladores de Panamá y Nombre de Dios, que poseían esclavos negros empleados en estos oficios mineros. Nótese que la esclavitud en sí no había sido abolida todavía, pues un porcentaje de la raza negra seguía siendo explotado de esta forma. Harían falta siglos para que los esclavos negros panameños se beneficiaran de la abolición de la esclavitud de su raza en el Istmo.

Concepción se convierte en un mercado potencial para los granos y reses de los productores esparcidos a través de la península de Azuero. En efecto, el comercio con la ciudad minera mejora la situación económica de los azuerenses. Envalentonados por la prosperidad, y cansados de las abusivas multas pecuniarias que la alcaldía de Natá les imponía arbitrariamente como una manera de sangrar los beneficios del trabajo ajeno, estos pobladores dispersos de Azuero deciden romper sus vínculos con aquella ciudad y fundar una nueva con gobierno propio. Erigida el 1ro de noviembre de 1569, a orillas del río Cubita, la ciudad de Los Santos recibe su nombre, como era tradición, por la fecha en que se le fundó, que en el santoral católico corresponde al Día de Todos Los Santos.

Desde la perspectiva natariega, la fundación de Los Santos fue ilegal. Los fundadores no tenían permiso de la Corona, de la Audiencia de Panamá, o de la Alcaldía de Natá. Sin embargo, este grupo de valientes decidió fundar su ciudad ideal, sabiendo que su acción sería considerada una afrenta contra la autoridad de Natá y que les traería repercusiones serias. ¿Por qué lo hicieron? Es decir, ¿por qué contrariaron a la autoridad, arriesgando sus vidas y sus haciendas? Simplemente, porque sabían que la causa era justa y que la autoridad, en este caso, estaba equivocada: lo correcto era fundar una nueva ciudad en la península, para que sus pobladores pudiesen gobernar su propio destino, y gozar los frutos del trabajo propio.

Cuando las autoridades de Natá se enteran, al día siguiente, de la fundación de Los Santos, deciden oponerse con todas sus fuerzas a la existencia de la que consideraban una ciudad ilegítima y una amenaza para su hegemonía. Aunque la excusa fue la defensa de la majestad del Rey, la razón de la oposición natariega era otra: sus intereses económicos se veían directamente afectados por la fundación de la nueva ciudad. Si Los Santos existía como ciudad independiente, Natá dejaría de recibir el pago de impuestos y diezmos de todos los productores del área enorme que hoy conocemos como Azuero. Perderían ingresos económicos y poder político. Por ello el Alcalde Ordinario de Natá, Rodrigo de Zúñiga, encabeza una avanzada militar contra los santeños. Alrededor del cinco de noviembre se da un encuentro entre los bandos rivales en las márgenes de la Quebrada de Rabelo, llamada así desde ese entonces, seguramente por ser propiedad de uno de los fundadores de Los Santos: Ambrosio Rabelo. Este sitio es hoy un área de pastizales para el ganado; no hay en él monumento alguno que nos recuerde el papel que tuvo en la historia de la ciudad y la península.

Ambos bandos estaban armados, pero los natariegos excedían en número y armas a los santeños. El encuentro no degeneró en batalla, sino en un intercambio de frases. A varios de los fundadores de Los Santos se les apresa y se les lleva a Natá, y las casas santeñas son destruidas. Zúñiga condena a diez años de destierro a varios fundadores, pero a su cabecilla, al líder del grupo fundador y primer alcalde de la ciudad de Los Santos, Francisco Gutiérrez, se le condena a la horca. Para defenderle de morir de forma tan miserable, sus compañeros apelan la condena del Alcalde ante la Audiencia de Panamá. Tras dos años de prisión, Francisco Gutiérrez escucha el fallo de la Audiencia: se rechaza por improcedente su condena a muerte, pero se le obliga a cuatro años de destierro a él, y a dos años a otros detenidos, contados a partir de esa fecha, a pesar de que ya habían purgado dos años de prisión por el único pecado de buscar su libertad.

A Francisco Gutiérrez todavía no se le ha hecho justicia. ¿Cuántas escuelas y calles llevan su nombre? ¿Cuántos monumentos han sido erigidos en su memoria? Él tuvo una visión: fundar un pueblo de valientes en el corazón de lo que el poeta Salvador Medina Barahona ha bautizado, más de cuatro siglos después, como la península soñada, donde los brazos que quisieran trabajar para ganar el pan propio serían bienvenidos, sin recurrir a la esclavitud de los indígenas, respetando la dignidad de los hombres y su derecho irrenunciable a la libertad. Este ideal casi le cuesta la vida: pagó con varios años de destierro, y la pérdida de toda su hacienda, la osadía de fundar este pueblo libre, que luego sería heroico. Ahora este mismo pueblo no le recuerda, tal vez por desconocimiento. La verdad es que Los Santos, Azuero y Panamá no serían hoy lo que son si no fuese por Francisco Gutiérrez, verdadero héroe santeño, hombre de visión y liderazgo, que hizo más por la región de Azuero que cualquier otro prócer europeo o criollo.

La oposición natariega a la existencia de Los Santos toma luego la forma de una prolongada disputa legal que se ventila en la Audiencia de Panamá. En este punto, representantes de la Corona inspeccionan el sitio escogido por los fundadores santeños y concluyen, para vergüenza de los natariegos, que el sitio es óptimo y la idea fundacional es acertada. La justificación para hacer una ciudad adicional - y en ese sitio - queda entonces claramente establecida. Así se reivindica la decisión, valiente aunque temeraria, de los impetuosos fundadores santeños. Para complacer a ambas partes, es decir a natariegos y santeños, la Corona decidió reconocer la existencia de la población de Los Santos, pero no con el alto título de “Ciudad” (como lo tenía Natá), sino con el menguado título de “Villa”. De ahí que este pueblo se llame todavía hoy la Villa de Los Santos, aún habiendo podido enmendar este desaire tras los ilustres episodios de siglos subsiguientes. Sigue siendo “villa” como perpetuo desafío a lo que la arrogancia de la monarquía española representó para nuestro caserío incipiente en aquella época embrionaria. Irónicamente, sin llamarse “ciudad”, llegó a ser más adelante, en la cúspide de su importancia demográfica, la segunda en tamaño y relevancia económica en todo el Istmo, superada solamente por la ciudad de Panamá.

Hemos ya aclarado la interrogante sobre el origen y modo de la fundación santeña. Ahora presentaremos su carácter de pivote en la aparición de Azuero como conglomerado humano. La Villa de Los Santos gozó, durante dos décadas, de imparable crecimiento económico, gracias a la venta de abastos para las minas auríferas de Concepción. Sin embargo, cuando estas minas son clausuradas en 1589, Los Santos y Natá se hunden en una profunda depresión: la economía de ambas era básicamente primaria. Suministraban alimentos a otros poblados que podían pagarlos. Al desaparecer el comprador principal, Concepción, la economía sucumbe. A partir de 1589, aquellos santeños trabajadores se encontraron de pronto sin un comprador para sus productos. Al decaer la economía de la Villa de Los Santos, gran parte de sus pobladores emigran nuevamente, como lo habían hecho de Natá en 1553, buscando nuevas tierras, nuevos retos y oportunidades. Estas excursiones de santeños plantan las semillas poblacionales de casi todos los pueblos que cubren la península de Azuero hoy en día. Así, Los Santos es no solamente la primera y la más antigua de las ciudades azuerenses: es también el punto radial del cual parten los fundadores de casi todas las otras ciudades del área.

Más de dos siglos después, el 10 de noviembre de 1821, al declararse independiente del imperio español por cuenta propia, sin apoyo de nadie (cual David indefenso ante el Goliat europeo), Los Santos brindó el ejemplo de tenacidad ilímite que hizo detonar a la gesta libertaria de la patria entera, que hasta entonces languidecía estancada, aunque se le intuía como inminente. Esto le valió el título de “Heroica Ciudad” a nuestra humilde y diminuta Villa, otorgado por el Libertador Simón Bolívar, a quien se dice conmovió profundamente la valentía desproporcionada de sus próceres.

La historia no está exenta de ironías: la ciudad de Natá, que había sido el mayor enemigo de Los Santos en el momento de su fundación, se trocó en su mayor aliado cuando La Villa declaró la independencia de España dos siglos y medio después. Sin el decidido apoyo militar y político de Natá, el valiente salto de fe que dieron los santeños el 10 de noviembre hubiese sido un suicidio colectivo. La independencia de Natá fue declarada cinco días después por Francisco Gómez Miró, haciendo eco del gesto santeño y propiciando una reacción en cadena que culminaría con la declaración de independencia del Istmo en la Ciudad de Panamá el día 28 del mismo mes.

La Heroica Villa de Los Santos es la excepción a muchas reglas. Fue excepcional en su fundación, de la cual brotó Azuero como ente cultural. Fue excepcional nuevamente en su declaración de independencia de España, concebida individualmente, tan digna como riesgosa, gracias a la cual se contagió de libertad todo el Istmo, consolidándose como un país distinto. Resulta evidente que esa tradición de romper los esquemas establecidos cuando la realidad los hace obsoletos, en búsqueda de libertad, bienestar y progreso, se incrustó en el espíritu colectivo de la Villa desde el día de su fundación y le dio 252 años después el coraje para alzarse antes que nadie contra la opresión de la Corona ibérica. Esta valentía permanece intacta aún hoy en el corazón de Azuero y sigue resonando en la identidad de la nación entera, manifestándose a través de hechos contemporáneos tan importantes como la gesta patriótica del 9 de enero de 1964. Sólo Dios sabe cuántos momentos cruciales de nuestro porvenir serán herederos de aquella tradición de santa rebeldía.

Roberto Pérez-Franco
20/Jul/2005

Este ensayo se basa en un discurso del autor, quien fue declarado Hijo Meritorio de la Heroica Villa en 1999.