Discurso de fondo en la Heroica Villa

El presente es el texto de referencia preparado por el autor para su discurso como orador de fondo y abanderado cívico en el acto conmemorativo del 435 aniversario de la fundación de la Heroica Villa de Los Santos.

Esta es el alma de la patria:
su voluntad, su entendimiento y su memoria.
- Francisco Luis Bernárdez

Buenos días.

Deseo expresar mi saludo fraternal a las personalidades presentes, a los estudiantes y al público que nos acompaña esta mañana. Agradezco a todos vuestra presencia en este acto cívico. Agradezco, también, en nombre de todos los santeños, los esfuerzos del Comité de Festejos del 1ro de Noviembre de 2004, el cual merece nuestro aprecio por haber logrado, con escasísimos recursos, conmemorar con gran dignidad esta fecha noble de nuestro calendario patrio, injustamente menospreciada en el pasado.

Medité largamente, buscando la mejor manera de honrar en mi discurso la singularidad de mi pueblo querido. Sentí que podría enfocarlo en una de tres vertientes básicas: primeramente, podría rellenar el tiempo que se me había asignado con ripios altisonantes, como es tradición en estas fechas; en segundo lugar, podría utilizarlo como vehículo para comunicar a nuestros gobernantes las necesidades urgentes de nuestra ciudad, protesta que por obvia sería redundante; y tercero, podría hacer un muy necesario repaso de la historia que hay detrás de esta fecha.

Me decidí por esta tercera opción, movido por el sentido de la urgencia. Vino a justificar mi decisión la máxima planteada por el profesor Milcíades Pinzón: “la Villa es la capital histórica de Azuero”. ¿Cuántos de nuestros estudiantes, si les preguntáramos en este momento, sabrían explicar por qué es cierta esta frase irrefutable? Si la historia propia tiene tan trascendental importancia para nosotros, ¿por qué ignoramos los detalles fundamentales de nuestro pasado?

Información incompleta, confusa o ausente ha causado que muchas imprecisiones se plasmen en los libros de texto, las cuales se siguen repitiendo aún tras haber sido desmentidas por información descubierta hace décadas en los Archivos de Indias y otras fuentes. Por ello la verdad debe ser dicha y defendida: es imperativo repetirla en cada oportunidad, y desmentir las falacias arraigadas en el magro saber del pueblo, hasta dar lustre a la historia hidalga de nuestro terruño. ¿Por qué se fundó la Villa de Los Santos? ¿Por qué se llama “Villa” y no “Ciudad”? ¿Por qué “de Los Santos”? ¿Por qué “Heroica”? Para responder a estas preguntas ineludibles, presento a continuación un sucinto repaso a la historia de la fecha que hoy conmemoramos, posible gracias a la magnífica obra de Don Alfredo Castillero Calvo. Veamos.

En el siglo dieciséis, la función explícita de las ciudades españolas en el Istmo era aglutinar en torno a sí las actividades religiosas, económicas, sociales y políticas de una región colonizada. La creación de cada nueva ciudad española era tarea exclusiva de las autoridades de la Corona en Tierra Firme, y respondía a una planificación cuidadosa. Su ubicación se elegía meticulosamente, en base a consideraciones estratégicas. Su función se definía desde el principio, y estaba implícita en la razón de su creación: unas servían para la defensa del territorio, otras para el abastecimiento de alimentos a poblados cercanos o proyectos específicos tales como la minería o exploración, otras más para asegurar una salida al mar, etc. El acto de fundación de estas ciudades no duraba más que unas horas, y su poblamiento se hacía en cuestión de días, casi de la noche a la mañana. Así se fundaron, en base a estrictos criterios de planificación, las ciudades de Panamá, Nombre de Dios, Santiago, Remedios, Montijo, Alanje, Concepción, Natá, La Filipina, Santa Fe y Portobelo. La excepción a la regla fue, por supuesto, la ciudad de Los Santos. Nació del impulso de sus fundadores (no de una iniciativa oficial) tras dieciséis años de migración, sin formalidades y sin licencias, pasando por alto la autoridad que tenía Natá en esta parte de Tierra Firme.

Estos fundadores habían sido antaño natariegos. La ciudad de Natá fue erigida en el año de 1522 por el vil Pedrarias Dávila, para servir como frente en la lucha de la Corona contra los valientes indios de Veragua, que en ese entonces era territorio hostil. La economía de Natá floreció durante un tercio de siglo gracias a la esclavitud de los indios. En 1519, a través del eufemístico nombre de “Encomienda indígena”, el déspota Pedrarias (que Dios lo tenga a fuego lento) condenó a millares de nativos a una vida de trabajos forzados para el beneficio de los españoles, a cambio del derecho a ser bautizados y a oír misa. Sin embargo, gracias a la ferviente defensa que de los derechos de los indios hiciesen algunos hombres de ética (principalmente sacerdotes excepcionales), la Corona emite en 1551 la Provisión de Cigales, eliminando la funesta figura de la “Encomienda” en Tierra Firme, ordenando la liberación y reubicación de los indios, y desencadenando de paso y sin quererlo el ocaso de Natá como emporio urbano.

Se hizo necesario reubicar a los indios recién libertados en comunidades propias, cuya lejanía garantizase el cumplimiento del decreto abolicionista. Se crearon tres asentamientos exclusivos para los indígenas: Santa Cruz de Cubita, Santa Helena de Parita y Santiago de Olá. Santa Cruz de Cubita fue fundada, posiblemente el 3 de mayo de 1558, por el Gobernador Juan Ruiz de Monjarraz y fray Pedro de Santa María, a orillas del río llamado en ese entonces Cubita (y que actualmente conocemos como “Río La Villa”), posiblemente a tres kilómetros del lugar donde doce años después se fundaría la ciudad de Los Santos, aunque en la ribera opuesta.

En este punto deseo ratificar la corrección que hace treinta y cinco años atrás hiciese el historiador Alfredo Castillero Calvo de un error muy difundido sobre el origen de nuestro pueblo. Es falso que Los Santos se originó en Santa Cruz de Cubita: múltiples documentos de la época permiten hacer la distinción entre ambas. El asentamiento indígena de Santa Cruz de Cubita duró apenas dos décadas: se especula que algunos de sus pobladores migraron a pueblos hispánicos cercanos, buscando trabajo con los colonos, mientras que otros se fusionaron con la población del asentamiento indígena de Parita. Quede claro, entonces, que Santa Cruz de Cubita y Los Santos fueron poblaciones distintas en su ubicación, fecha de fundación, componente étnico y longevidad: nunca fueron el mismo pueblo.

Aún peor: el invento reciente de que Santa Cruz de Cubita se convirtió luego en Chitré, y de que por lo tanto Chitré es anterior a Los Santos, carece en tal grado de fundamento que se hace innecesario refutarlo en el ámbito de los conocedores de la historia. Con la verdad no se debe jugar: es irresponsable propagar esta mentira, por lo que nos vemos movidos a desenmascararla de frente y en público, para que la repetición necia no le dé visos de hecho histórico. La innovadora ciudad de Chitré se originó muy posteriormente como un apéndice de La Villa de Los Santos; apéndice que crece y progresa hasta el punto en que adquiere una identidad propia, distinta a la santeña. El mérito de Chitré no es ser la primera ciudad de Azuero (pues ese honor pertenece a Los Santos), sino el haber sido la primera ciudad en Azuero en desarrollar una economía próspera de manera sostenible.

Ante la Provisión de Cigales, el alcalde de Natá, Sancho Clavijo, envía a un procurador al Consejo de Indias de Madrid para suplicar a la Corona que restituya la esclavitud indígena en Natá con el fin de evitar su declive económico. Mientras algunos natariegos esperaban con ansia, estancados en su pueblo, una vuelta a la esclavitud que no se daría jamás para Natá, otros pobladores más lúcidos y aventureros (tal vez intuyendo que aquel injusto modo de vida había llegado a su fin) deciden abandonar su ciudad buscando nuevas oportunidades en las fértiles tierras de lo que hoy llamamos Azuero. A ellos se unirían luego soldados españoles desertores, sin vocación bélica, que se habían enrolado en el ejército, supuestamente para combatir en la guerra araucana en Chile, pero con el único y callado propósito de cruzar a América buscando un mejor futuro.

El poblamiento de la península de Azuero, es decir el establecimiento de casas y fincas aisladas por parte de estos aventureros, es relativamente lento: comienza en la vecindad de 1553 y prosigue durante más de una década. Vivían distantes entre sí, y por supuesto lejos de Natá, para mantenerse fuera de su órbita tributaria: libres de impuestos municipales y diezmos gravosos, podían cubrir mejor sus necesidades en esos tiempos de escasez. Pero la fortuna mejora para los azuerenses gracias a consecuencias inesperadas de una iniciativa natariega. Las gestiones de Natá ante la Corona consiguieron la licencia para explorar la todavía virgen provincia de Veragua. Como resultado de estas exploraciones, se fundó la ciudad minera de Concepción, la cual los natariegos no pudieron explotar por falta de recursos económicos. Los beneficios directos de la explotación fueron a manos de los pobladores de Panamá y Nombre de Dios, que poseían esclavos negros empleados en estos oficios mineros. Nótese que la esclavitud en sí todavía no había sido abolida, pues un porcentaje de la raza negra seguía siendo explotado.

Concepción se convierte en un mercado potencial para los granos y reses de los productores esparcidos a través de la península de Azuero. En efecto, el comercio con la ciudad minera mejora la situación económica de los azuerenses. Envalentonados por la prosperidad, y cansados de las abusivas multas pecuniarias que la alcaldía de Natá les imponía arbitrariamente como una manera de sangrar los beneficios del trabajo ajeno, estos pobladores dispersos de Azuero deciden romper sus vínculos con aquella ciudad y fundar una nueva con gobierno propio. Erigida el 1ro de noviembre de 1569, a orillas del río Cubita, la ciudad de Los Santos recibe su nombre, como era tradición, por la fecha en que se le fundó, que en el santoral corresponde al Día de Todos Los Santos.

Desde la perspectiva natariega, la fundación de la Villa de Los Santos fue ilegal. Los fundadores no tenían permiso de la Corona, de la Audiencia de Panamá, o de la Alcaldía de Natá. Sin embargo, este grupo de valientes decidió fundar su ciudad soñada, sabiendo que su acción sería considerada una afrenta contra la autoridad de Natá y que les traería repercusiones serias. ¿Por qué lo hicieron? Es decir, ¿por qué contrariaron a la autoridad, arriesgando sus vidas y sus haciendas? Simplemente porque sabían que la causa era justa y que la autoridad, en este caso, estaba equivocada: lo correcto era fundar una nueva ciudad en la península, para que sus pobladores pudiesen gobernar su propio destino, y disfrutar del fruto de su propio trabajo. Eso había que hacer, y eso hicieron los santeños.

Cuando las autoridades de Natá se enteran de la fundación de Los Santos, al día siguiente, deciden oponerse con todas sus fuerzas a la existencia de lo que consideraban una ciudad ilegítima y una amenaza para su hegemonía. Aunque la excusa fue la defensa de la majestad del Rey, la razón de la oposición natariega era otra: sus intereses económicos se veían directamente afectados por la fundación de la nueva ciudad. Si Los Santos existía como ciudad independiente, Natá dejaría de recibir el pago de impuestos y diezmos de todos los productores del área enorme que hoy conocemos como Azuero. Perdían ingresos económicos y perdían poder político. Por ello el Alcalde Ordinario de Natá, Rodrigo de Zúñiga, encabeza una avanzada militar contra los santeños. Alrededor del cinco de noviembre se da un encuentro entre los bandos rivales en las márgenes de la Quebrada de Rabelo, llamada así desde ese entonces, seguramente por ser propiedad de uno de los fundadores de Los Santos: Ambrosio Rabelo.

Ambos bandos estaban armados, pero los natariegos excedían en número y armas a los santeños. El encuentro no degeneró en batalla, sino en un intercambio de frases. A varios de los fundadores de Los Santos se les apresa y se les lleva a Natá, y las casas santeñas son destruidas. Zúñiga condena a diez años de destierro a varios fundadores, pero a su cabecilla, al líder del grupo fundador y primer alcalde de la ciudad de Los Santos, Francisco Gutiérrez, se le condena a la horca. Para defenderle de morir de forma tan miserable, sus compañeros apelan la condena del Alcalde ante la Audiencia de Panamá. Tras dos años de prisión, Francisco Gutiérrez escucha el fallo de la Audiencia: se rechaza por improcedente su condena a muerte, pero se le obliga a cuatro años de destierro a él, y a dos años a otros detenidos, contados a partir de esa fecha, a pesar de que ya habían purgado dos años de prisión por el único pecado de buscar su libertad.

A Francisco Gutiérrez todavía no se le ha hecho justicia. Permítanme repetir su nombre, para que nunca lo olvidemos: Francisco Gutiérrez. ¿Cuántas escuelas y calles llevan su nombre? Francisco Gutiérrez. ¿Cuántos monumentos han sido erigidos en su memoria? Francisco Gutiérrez tuvo una visión: fundar un pueblo de valientes en el corazón de la península, donde los brazos que quisieran trabajar para ganar el pan propio serían bienvenidos, sin recurrir a la esclavitud de los indígenas, respetando la dignidad de los hombres y su derecho irrenunciable a la libertad. Su visión casi le cuesta la vida: pagó con varios años de destierro y con la pérdida de toda su hacienda la osadía de fundar a nuestro pueblo libre, que luego sería heroico. Ahora este mismo pueblo no le recuerda, tal vez por desconocimiento. La verdad es que Los Santos, Azuero y Panamá no serían hoy lo que son si no fuese por Francisco Gutiérrez, verdadero héroe santeño, hombre de visión y liderazgo, que hizo más por nuestra región que Bolívar, Bastidas y Colón juntos. A falta de una imagen, al menos su nombre debería aparecer en la lista de alcaldes de esta heroica ciudad como el primero y más trascendente de todos, pues él le fundó a un altísimo costo, según la imagen de su gran sueño.

La oposición natariega a la existencia de Los Santos toma luego la forma de una prolongada disputa legal que se ventila en la Audiencia de Panamá. En este punto, representantes de la Corona inspeccionan el sitio escogido por los fundadores santeños y concluyen, para vergüenza de los natariegos, que el sitio es óptimo y la idea fundacional es acertada. La justificación para hacer una ciudad adicional - y hacerla en ese sitio - queda entonces claramente establecida. Así se reivindica la decisión, valiente aunque temeraria, de los impetuosos fundadores santeños. Para complacer a ambas partes, es decir a natariegos y santeños, la Corona decidió reconocer la existencia de la población de Los Santos, pero no con el alto título de “Ciudad” (como lo tenía Natá), sino con el menguado título de “Villa”. De ahí que nuestro pueblo se llame todavía hoy la Villa de Los Santos, como un airado desafío a la monarquía española y a todo lo que ella representó para nuestro caserío incipiente en aquella época embrionaria. Irónicamente, esta “Villa” llegó a ser más adelante, en la cúspide de su importancia demográfica, la segunda ciudad en tamaño y relevancia económica en todo el Istmo, segunda solamente a la ciudad de Panamá.

Hemos ya aclarado la interrogante sobre el origen y modo de la fundación santeña. Ahora presentaremos su carácter de pivote en la aparición de Azuero como conglomerado humano. La Villa de Los Santos gozó de dos décadas de imparable crecimiento económico, gracias a la venta de abastos para las minas auríferas de Concepción. Sin embargo, cuando estas minas son clausuradas en 1589, Los Santos y Natá se hunden en una profunda depresión: la economía de ambos era básicamente primaria, de suministro de alimentos a otros poblados que podían pagarlos. Al desaparecer el comprador principal, Concepción, la economía sucumbe. A partir de 1589, aquellos santeños trabajadores se encontraron de pronto sin un comprador para sus productos. Al decaer la economía de la Villa de Los Santos, gran parte de sus pobladores emigran nuevamente, como lo habían hecho de Natá en 1553, buscando nuevas tierras, nuevos retos y oportunidades. Estas excursiones de santeños plantan las semillas poblacionales de casi todos los pueblos que cubren la península de Azuero hoy en día. Así, Los Santos es no solamente la primera y la más antigua de las ciudades azuerenses: es también el punto focal del cual parten los fundadores de casi todas las otras ciudades del área.

Más de dos siglos después, el 10 de noviembre de 1821, al declararse independiente del imperio español por cuenta propia, sin apoyo de nadie (cual David indefenso ante el Goliat imperial), Los Santos brindó el ejemplo de tenacidad ilimite que detonó la inminente pero estancada gesta libertaria de la patria entera. Esto le valió el título de “Heroica Ciudad” a nuestra humilde Villa. Se dice que al “Libertador” Simón Bolívar conmovió profundamente la valentía desproporcionada de los próceres santeños.

La historia no está exenta de ironías: la ciudad de Natá, que había sido el mayor enemigo de Los Santos en el momento de su fundación, se trocó en su mayor aliado cuando La Villa declaró la independencia de España dos siglos y medio después. Sin el decidido apoyo militar y político de Natá, el valiente salto de fe que dieron los santeños el 10 de noviembre hubiese sido un suicidio colectivo. La independencia de Natá fue declarada cinco días después por Francisco Gómez Miró, haciendo eco del gesto santeño y continuando la reacción en cadena que llegaría hasta la Capital para precipitar el fin de la opresión hispánica en la Ciudad de Panamá el día 28.

Las Tablas, por su parte, reconoce el Grito de la Villa y ofrece su unión a Don Segundo Villarreal el día 8, pero no de noviembre, sino de febrero del año siguiente, en una carta donde notables reconocen que ese pueblo “jamás se atrevió a declarar su intención”.

Habiendo concluido este repaso a la historia santeña, quiero aprovechar la relevancia que este podio le brinda a mis palabras para enviar un mensaje respetuoso al actual Presidente de la República. Señor Presidente: nuestra querida y heroica Villa de Los Santos es la excepción a muchas reglas. Fue excepcional en su fundación, de la cual brotó Azuero como ente cultural cuya influencia campea aún hoy. Fue excepcional nuevamente en su declaración de independencia de España, concebida individualmente, tan digna como riesgosa, gracias a la cual se contagió de libertad todo el Istmo, consolidándose como un país distinto. Resulta evidente, señor Presidente, que esa tradición de romper los esquemas establecidos cuando la realidad los hace obsoletos, en búsqueda de libertad, bienestar y progreso, se incrustó en el espíritu colectivo de la Villa desde el día de su fundación y le dio 252 años después el coraje para alzarse antes que nadie contra la opresión de la Corona ibérica. Esta valentía permanece intacta aún hoy.

Meditar sobre el significado de nuestra historia, sobre quienes somos y hacia dónde vamos, comprender nuestro pasado para construir nuestro futuro, es más importante para la nación que aumentar el flujo de turistas hacia el interior de la República durante un fin de semana. Sacrificar la identidad nacional por consideraciones mercantilistas sería un error. No permita usted, señor Presidente, que durante su gestión se desacralice la fecha del 10 de noviembre. La fecha del Grito de Independencia no debe ser “día puente”: no se puede celebrar el día 15 lo que ocurrió el día 10. Le invito a que usted mantenga durante los cinco años de su gestión la política de que el 10 de noviembre no será nunca "día puente", que se le celebrará siempre en la misma fecha gloriosa que escogieron los valientes para alzarse contra la opresión.

Para terminar, quiero repetir la frase del ilustre profesor Milcíades Pinzón, complementándola de la siguiente forma: la Heroica Villa es la capital histórica de Azuero y la cuna de la libertad panameña.

Gracias por su atención.

Roberto Pérez-Franco
01/Nov/2004

Bibliografía: Un análisis completísimo sobre el 1ro de noviembre de 1569 pueden hallarse en la colosal obra de Don Alfredo Castillero Calvo titulada “La Fundación de La Villa de Los Santos y Los Orígenes Históricos de Azuero”. La referencia obligada sobre el 10 de noviembre de 1821 es el libro “El Grito de La Villa” de Don Ernesto J. Nicolau.