De frente a la verdad

El otro día me entregaron una carta en mi casa de estudios. El sobre tenía membrete oficial. La carta decía que se me había concedido el privilegio de portar la bandera nacional al frente de la delegación de la universidad en el desfile del 10 de noviembre, como reconocimiento a mi rendimiento académico. La noticia me cayó muy bien, por varios motivos. Primero, para todo santeño es un honor inenarrable portar la bandera nacional el día 10 de noviembre, que es el día más glorioso de la Heroica Villa de Los Santos. Segundo, sentí ese reconocimiento como un gran estímulo para seguir estudiando cada vez con más ahínco las pesadas materias de mi carrera, y también como una reinvindicación dentro de la institución, luego de mi ausencia de un año para desarrollar investigaciones independientes de física.

Supe luego que el Señor Presidente estaría presente en el desfile de aquel día. Y que yo, como abanderado de mi delegación, portaría la insignia de la patria frente al palco destinado a él y a los miembros de su Gabinete. Es costumbre en estos desfiles que, al pasar frente al balcón presidencial, los abanderados de las delegaciones se detengan y den frente al Presidente, haciendo una leve inclinación de la bandera como homenaje a las altas figuras presentes. Medité entonces sobre las virtudes y buenos actos que harían al Señor Presidente merecedor de que la insignia patria se inclinase frente a él. Y por más que me esforcé no encontré ninguna. Me pregunté entonces si el Señor Presidente era realmente Excelentísimo. Y me pareció que ni él ni su Gabinete son siquiera buenos, y mucho menos excelentes o excelentísimos.

Desde el mismo día en que recibí la carta, decidí tomar en una mano las razones que me movían a darles frente a los miembros del Gabinete, y en otra mano las razones que me movían a darles la espalda, a fin de compararlas y decidir qué hacer ese día. Para darles frente no encontré ninguna razón. En cambio, encontré muchas para darles la espalda.

La primera razón para darles la espalda fue el haber decretado el día 10 de noviembre como día de trabajo en mi país. Por respeto al glorioso día, verdadera fecha del único Primer Grito de Independencia de Panamá de España, tradicionalmente se ha dado libre el día 10 para todos los habitantes del país, desde que se re-descubrió en los archivos españoles la fecha exacta de este acontecimiento trascendental. El desfile del 10 de noviembre de este año en mi pueblo fue apenas la sombra del desfile de años anteriores, en lo que respecta a número de escuelas y a público visitante. Y esto es consecuencia directa de esta errada medida de la Presidencia.

La segunda razón para darles la espalda fue no haber hecho nada para detener el proyecto de minería que amenazaba con destruir el equilibrio ecológico del fértil y valiosísimo Valle de Tonosí. Y más aún, el haber enviado a miembros de las fuerzas antimotines (Doberman) de otras provincias, ebrios, a reprimir a un grupo de santeños que protestabamos pacíficamente en Quema, quienes nos arrojaron gases lacrimógenos sin que se hubiese dado ningún acto de nuestra parte que lo ameritase.

La tercera razón para darles la espalda fueron los recortes presupuestarios que han venido sufriendo la Universidad de Panamá y la Universidad Tecnológica de Panamá durante estos años. Estos recortes han llegado al extremo este año. Como estudiante de la Universidad Tecnológica, veo diariamente como mis compañeros de clases carecen de libros para estudiar y del equipo adecuado para desarrollar sus capacidades.

La cuarta razón para darles la espalda fue el haber desperdiciado tantos millones de balboas del tesoro del Estado en aquel referéndum de agosto, simplemente para saciar el capricho personal de un gobernante que pretendía reelegirse. Estos millones se necesitan desesperadamente en escuelas y hospitales del país, que se caen a pedazos, sin materiales para trabajar.

La quinta razón para darles la espalda fue el haber cambiado, de forma demasiado brusca y sin consideración, las reglas del juego para los productores del interior de mi país, que no han tenido tiempo para adaptarse a la Globalización y han quedado con dos palmos en las narices, sin saber qué hacer para subsistir: salineros, tomateros, y muchos otros productores del agro y el ganado.

La sexta razón para darles la espalda fue el haber hecho durante estos cuatro largos años un gobierno de ricos en un país de pobres, dándose lujos tales como viajes faraónicos con delegaciones interminables de manzanillos, y el haber comprado helicópteros y aviones innecesarios, lujos estos que están siendo costeados por los niños desnutridos de mi país.

La séptima razón para darles la espalda fue el haberse subido los salarios todos miembros del Gabinete y la Asamblea, la mayoría de los cuales son del partido gobernante, en vez de haber aumentado los salarios de los empleados de mi país, muchos de los cuales están muy por debajo de lo mínimo que se necesita para nutrirse correctamente con la canasta básica, y mucho menos para vivir con decoro.

La octava razón para darles la espalda fue el no haber tenido el Señor Presidente la valentía y la decencia de aceptar el reto público que en varias ocasiones le hizo Arias Calderón, para que revelase el origen de su fortuna.

La novena razón para darles la espalda fue el haber vuelto a instaurar la cuenta secreta de 6 millones de balboas anuales de la Presidencia, cuenta que Guillermo Endara, hombre honesto, había eliminado desde que inició su gobierno, y que el actual Presidente volvió a revivir cuando subió al poder.

La décima razón para darles la espalda fue el haberle dado el Señor Presidente la espalda a mis compañeros universitarios de Colón, que pretendían hacerle llegar una misiva de forma cívica y muy respetuosa.

Creo que podría seguir enumerando las razones para darles la espalda durante horas. Lo que no puedo es enumerar las razones para darles frente, pues no he encontrado absolutamente ninguna. El simple hecho de que ellos ocupan altos puestos públicos no los hace merecedores de honores y homenajes, pues el título no hace al libro, ni la etiqueta a la medicina. Hace falta honestidad. Hace falta probidad. Hace falta virtud. Hace falta amor por el pueblo.

Decidí, pues, darles la espalda al Señor Presidente y a su Gabinete durante el desfile del 10 de noviembre en la Heroica Villa de Los Santos, y así lo hice. Tenía una responsabilidad grande sobre mis hombros, pues como estudiante universitario estoy obligado a decir lo que pienso y lo que siento, aunque esto no les plazca a los que comandan el país. Gracias a Dios, vivimos en una democracia donde se respetan los derechos civiles, y sé por esto que mi protesta será vista como el ejercicio de un derecho ciudadano, de forma pacífica y ordenada.

Luego de mi protesta, las autoridades del Gabinete no permanecieron demasiado tiempo en el palco. Escuché decir que tenían compromisos, y no dudo que así haya sido. Aunque de igual manera se hubiesen comportado si temiesen que las delegaciones siguientes repitieran la protesta de forma igualmente cívica, ordenada, y por lo tanto irreprochable. Es natural que, estando acostumbrados a recibir reverencias diarias de sus súbditos, no gusten mucho de recibir como homenaje la espalda de los santeños.

Puedo decirle ahora que nosotros los santeños tenemos demasiada historia y demasiada dignidad como para inclinarnos en homenaje ante quien nos humilla y para someternos a un yugo que para colmo es ridículo comparado con el que hace 177 años rompió el pueblo alentado por el grito rebelde de una valiente y joven mujer llamada Rufina Alfaro. Ahora bien, aunque los habitantes de la Heroica Villa de Los Santos sienten como suyo mi acto, debe quedar bien claro que la responsabilidad es solamente mía. El regocijo, por supuesto, es de todos.

Roberto Pérez-Franco
10/Nov/1998

Una versión más corta de este artículo fue publicada en la sección Opinión del diario La Prensa el 12 de noviembre de 1998.