El Encuentro

a mi hermana Eka

Sobre una silla ancha, de mimbre y de madera,
en la penumbra triste y solemne de la acera,
quieta y meditabunda, entre nietos la abuela
el Encuentro del Cristo con la Virgen espera.

El anda de Jesús, coronado de velas,
desde la calle larga aparece primera.
Catorce mozalbetes en los hombros la llevan;
chiquillos más pequeños la miran tras las verjas.

El anda de María, en encajes envuelta,
un minuto más tarde llega por la derecha.
Como una rosa blanca, con una luz interna,
la madre resplandece bajo la luna llena.

El Cristo, paso a paso, como avanzando a tientas,
meciéndose en su anda a la madre se acerca.
La Virgen lo recibe, y la lágrima eterna
besa la porcelana de la mejilla tierna.

En esta esquina nuestra los dos grupos se encuentran.
Quiso la tradición o el azar que así fuera.
Esquina simple y mustia, ¡esta noche eres bella!
Esquina de mi infancia, de juegos de rayuela.

Pasaron muchos años, y me fui de mi tierra.
La madre de mi padre, mi santa abuela, es muerta.
La esquina, nuestra esquina, tiene fachada nueva.
Pareciera que es otra, que de ayer no se acuerda.

Pero en Semana Santa, bajo la luna llena,
la noche del Encuentro, mi gente en ella espera
a que la triste Virgen, en encajes envuelta,
se tope con el Cristo, coronado de velas.

Roberto Pérez-Franco
14/Jul/07