Domingo de Ramos

a mi abuela Elvira

Andamos por los potreros, todos juntos caminando.
Mi padre lleva un machete; mi hermana, unos baldes anchos.
Yo, por ser el más pequeño, no llevo nada en las manos.
La mañana aún está fresca. Escucho un bimbín, cantando...
«¿Qué pasa, por qué salimos?» «Ven, que hoy es domingo'e ramos».

Mi madre —bajo la sombra de su sombrero pintado—
del grupo, cual la matriarca, marcha adelante, buscando
racimos de caracuchas de pétalo inmaculado:
corazón de azufre al centro, cinco pétalos bordados
en talco, contra el azul del cielo hondo de verano.

Flores silvestres del monte (¡cuántas!) vamos cosechando:
blancas, naranjas y rojas, de amarillo y de rosado.
Mojadas en agua fresca, el tambucho van llenando
jazmines y veraneras, acacias en grandes gajos;
las flores todas juntitas, las hojas verdes al lado.

A la sombra —ya en la casa— por color las separamos.
Las rociamos de la fuente, y las dejamos un rato.
En la tarde, donde Abuela, vestidos todos de blanco,
regaremos, falsa lluvia, en la calle un buen pedazo.
Y quedaremos tranquilos, silenciosos, esperando...

Cuando oigamos la campana de la procesión doblando
la esquina de la otra cuadra, esparciremos un manto
de hojas verdes y de flores para que las pise el Santo.
Las acacias, que son muchas, las ponemos por los lados;
en medio las caracuchas, que resaltan por lo claro.

Caballero sobre un burro va Jesucristo montado.
Se bambolea en la montura, vestido de oro y morado.
Le hacen sombra los ilustres, cargando serios el palio;
viejas, con palmas en mano, cantan un himno o un salmo;
y un gran corrincho de niños le va tendiendo unos trapos.

Cuando el tropel de devotos en procesión ha pasado,
sonrío por las estrellitas que lleva el burro al costado.
Escojo una caracucha, de las que nadie ha pisado,
para dársela a mi Abuela: la guardará con cuidado,
entre hojas de la Biblia, junto a un santo y un rosario.

Roberto Pérez-Franco
26/Mar/06