Alumbramiento

Que nazco yo, que aparezco en este mundo,
que vengo ya con el alma desgarrada,
y traigo en el tierno pecho algo profundo:
un dolor, un brillo que hiere en la mirada.

Contemplo a mi madre y siento que soy suyo
y que empiezo a ser un "otro", un individuo,
pues la fruta habrá nacido del capullo,
pero ahora se encuentra sola ante el destino.

Mi padre me muestra el mundo con sus actos,
me lleva con firme mano por la senda.
Transcurro en su sociedad, entre los pactos
del hombre que da la vida como ofrenda.

Crezco entre las soledades y el silencio,
descifro los signos mágicos del alma
que, escritos sobre los libros, son cual genios:
son mis compañeros ávidos de infancia.

Cuando entiendo las mentiras de su entorno,
renuncio a mi religión y busco el vado
que me llevará hasta Dios en el retorno
de este exilio al otro mundo, aún recordado.

Mi alma, en honda luz; desamparado
el corazón, sobrecogido en blando nicho.
¿Por qué habría de callar lo que fue hablado?
¿Por qué no, en vez, gritar, lo que se ha dicho?

Encuentro, al fin, el amor en una rosa;
entiendo así que nací al ser amado...
Amor en el pecho, amor, ¡no hay otra cosa!
la angustia del corazón ha terminado.

Roberto Pérez-Franco
16/Dic/2005