el noveno laberinto
Mi brazo se enrosca en torno a tu cintura.
Mi boca y tu boca se unen en un beso.
Invade mi pecho una sensación pura,
deseo irreprimible, mágico embeleso...
De rodillas caigo frente a tu figura
y, en un suave abrazo, tus piernas apreso.
Entre estas columnas se encuentra un jardín.
Y en este jardín, una rosa de fuego
oculta sus pétalos color carmín,
guardándolos en un laberinto ciego.
Un pliego rosado junto a otro pliego,
como un caracol... como un juego sin fin...
Acarician mis dedos tu flor ardiente,
siento que el deseo me arrastra a un abismo,
tan hondo y tan bello que mi alma presiente
que de él no escapara ni el demonio mismo.
Roberto Pérez-Franco