el cuarto laberinto

De pie frente a ti, te miro con recelo.
Tus grandes ojos me observan con sorpresa.

¡Son negras y hondas tus pupilas, princesa,
como honda y negra es la bóveda del cielo!

No es más profundo el lecho del mar océano
que tus ojos y eso que - al mirarme - inspiras.

Soy un gigante y tiemblo cuando me miras,
vencido de amor, débil como un enano.

Percibo una luz sobre el abismo oscuro
de tu pupila: es el brillo que se escapa
del fuego encendido en tu corazón puro.

Tu mirada es un laberinto, ...¡y me atrapa!

Tus ojos tienen magia, y me confunden
cual si fuesen las paredes intrincadas
de la prisión en que nací. Ellos funden
el hielo eterno de mi alma enamorada.

Roberto Pérez-Franco