Introducción a 'cartas al alma'
Mi pueblo, pequeño y heroico, es uno de los más antiguos de mi país y está lleno de tradiciones hermosas que se manifiestan con gran esplendor durante las fiestas religiosas. Desde hace siglo y medio, en la fiesta del Corpus Christie, una docena de danzas salen a las calles con disfraces y música, a interpretar dramatizaciones para el pueblo. He participado en varias de ellas: es una experiencia divertida y enriquecedora. Una de estas danzas es la llamada Danza del Gran Diablo, en la cual participan más de diez jóvenes del pueblo, los cuales representan a un ángel, un alma y varios demonios en una especie de zarzuela con un parlamento centenario que se ha conservado, como todos, mediante transmisión oral. La trama consiste, básicamente, en esto: el alma de un difunto se siente confusa por su paso al más allá, y es seducida por una caterva de demonios que la asechan; el alma danza entre ellos, al tiempo que estos la invitan a seguirlos al infierno; al final, el alma inocente es redimida por un ángel que, tras enfrascarse en una batalla con el Diablo Mayor, lo vence invocando el nombre de Cristo.
En una ocasión fui invitado a participar en una adaptación teatral de ésta y otras danzas. No soy partidario de adaptar al teatro las cosas del pueblo, pues se pierde la espontaneidad y con ella, gran parte de la belleza. Acepté, aún así, por una razón de mucho peso: la actriz que hacía el papel de alma era muy hermosa. Empecé representando a un demonio secundario, sin pena ni gloria: un diablo común. En ese primer ensayo se me probó en el papel de ángel - el cual representé finalmente. En los ensayos siguientes, seguí interpretando un tiempo al ángel y un tiempo al demonio, en una chistosa mutación teatral, mientras se adjudicaban definitivamente los papeles. En el transcurso de los primeros cuatro días de ensayo, escribí catorce cartas de amor para el alma, las cuales entregué a través de otros "demonios", ocultándome en el anonimato. Cada frase de estas cartas tiene una razón de ser, un mensaje oculto y específico, codificado en símbolos que ella podía entender sin dificultad en aquel momento y circunstancia. La entrega del primer día fue de seis cartas y un clavel rojo. Tras recibirlas al día siguiente, la muchacha que interpretaba al alma, con el clavel en la mano y fingiéndose intrigada, miró insistentemente durante el ensayo a los demonios, buscando al poeta. Días después me confesaría que supo desde el inicio que era yo el autor del pecado.
Como fueron todas escritas con el mismo propósito de intrigar la curiosidad del alma y al mismo tiempo ensalzar su belleza, las cartas tienen una marcada unidad temática y símbolos recurrentes, aunque cada una alude a una situación diferente. Algunas de ellas responden a la trama de la danza; otras, a incidentes particulares de la adaptación teatral, como mis cambios de diablo a ángel, como la mirada inquisidora del alma curiosa portando el clavel y como la proposición de amor enmascarada en la última de ellas. Frases del guión original de la danza fueron incrustadas en las cartas, tales como "confusa y desesperada", "basilisco infiel" y otras más, colocadas de manera discreta y apropiada.
Existe una carta que parece fuera del contexto de la danza diabólica: la titulada alma indígena. Para entender su razón de ser, basta con saber que la misma actriz que interpretó al alma, interpretaba en el primer punto del espectáculo teatral el papel de una joven indígena americana, durante la llegada de los conquistadores españoles, que arrodillada junto a un río deshojaba mazorcas, amasaba arcilla y confeccionaba vasijas.
Creo que estas explicaciones serán suficientes para que el lector comprenda muchos de los símbolos aparecidos en las cartas al alma.
Roberto Pérez-Franco