vacío
Bebimos juntos, bella, todo el vino del amor, y - ebrios de pasión - compartimos nuestros días más bellos. Mi corazón rebozó de amor, como un cántaro desbordante.
Ahora se ha agotado el vino, y con él la locura... sólo queda la soledad. Mi soledad. Tu soledad. Y la vaciedad...
Estoy sólo, y mi corazón está igual que un cántaro vacío. Y como tal, aún guarda el aroma del último vino que mojó la arcilla reseca de su interior.
¡Lo acepto! Tu amor dejó su perfume impregnado en mi corazón, para martirizar mis días con el persistente recuerdo que provoca, cual reminiscencia sutil de una primavera pasada.
¡No te envanezcas, bella, pensando que te amaré eternamente! No te engañes: no te amo, sólo te extraño... ¡cuánto te extraño!
Ni te atrevas a pensar siquiera que ese perfume de añoranza perdurará en mi corazón para siempre. Espera y verás cuando, muy pronto, un nuevo corazón - junto al mío - se abrirá a un nuevo amor. Entonces, nuevo vino invadirá la caverna arcillosa de mi cántaro vacío, llenándolo de vida, de amor y de locura, con un perfume también nuevo, que aniquilará - de una vez y para siempre - tu aroma liviano, tu recuerdo marchito.
Roberto Pérez-Franco