Sobre la felicidad como justificación de la vida

Sin un apoyo dogmático en la religión o la filosofía, la vida humana carece de una conexión ontológica a un ente eterno cuya existencia sea forzosa. Suspendidos, como ángeles en un abismo vacío de razón original, carecemos de una buena respuesta a la pregunta básica, primera y última del ser pensante: ¿pór qué? ¿Por qué existo? Más de una vez me ha sobrecogido el vértigo de saber que carezco de evidencias de que - fuera de todo esto que llamamos universo - exista algo, o más bien, que sea necesario que algo exista en absoluto. Podría ser, acaso, que no hubiera nada, que nada jamás hubiese existido; en cuyo caso yo nunca lo habría sabido, pues no habría existido tampoco. Sin esta razón original, sin esta garantía lógica de que algo debió y debe - en sí y por sí mismo - existir obligatoriamente, encuentro que cualquier otro hecho o acontecimiento, incluyendo este parpadeo minúsculo del pensamiento que comprende nuestra vida humana en el universo, no es sino una nada irrelevante, sin trascendencia alguna en el vacío infinito de lo posible. Vivir encerrado en tal marco sería intolerable, si no fuese por un detalle: que la felicidad existe, y que ella contribuye un valor absoluto a mi vida humana. Así, en mi cosmología, la felicidad - aún en su forma potencial - es la imprescindible excusa ontológica, y el único beneficio implícito, de vivir. Aunque de este argumento no se deduce que la felicidad sea alcanzable, repetible o susceptible de ser perfecta, estoy convencido de que lo es, de que debe serlo. Llegué a tal convencimiento, no por inducción, sino por experiencia directa. Aunque la experiencia tiene para cada quien la última palabra, deseo compartir la mía, buscando sea de beneficio a otros que se enfrenten a la pregunta inevitable, inevadible. He aquí mi confesión: yo descubrí, siendo feliz, que la felicidad existe, y que se puede estar conciente de serlo.

Roberto Pérez-Franco
24/Jul/2005