Perdido

a Andrea Louise Thomas

El soldado se despertó en una choza, adolorido pero descansado, sobre un montón de paja cubierta con los pedazos de su paracaídas. La vieja que le había dado comida y había vendado sus heridas, estaba sentada en el piso de tierra, ofreciéndole agua. Mientras él dormía, al parecer, ella le quitó el lodo y le cambió el uniforme por ropa limpia, probablemente dejada por alguno de los hombres que lo sacaron anoche del fango. Si no hubieran llegado a él antes que la marea, se habría ahogado en la oscuridad, entre los manglares. Así que, tras horas de silencio, se atrevió por fin a hablar.

—Lamento haber matado a su hijo —dijo.

No entendieron sus palabras. Pero no hacía falta: entenderían perfectamente, esa noche, el exquisito lenguaje de sus gritos.

Roberto Pérez-Franco
4/Mayo/2024