La máscara de diablico
a Miguel Leguízamo
Pero ninguna como la que hizo Julito. Pregúnteles a los viejos. La madrugada del Viernes Santo salió con la fresca a buscar la tierra. En un hormiguero la encontró suave y húmeda. Amasó la arcilla todo el día. De noche, con una guaricha, le dio forma ahí en el monte. Le hizo hocico, ojos, orejas, cachos. La dejó secando al sol hasta el día de la Encarnación. Dicen que el día de la Cruz —a escondidas— la forró en papel mojado en agua bendita, y la pintó exquisita con el color de la sangre. En Corpus Christi, la máscara de este diablico esparció el pánico. Viejas cayeron al suelo. Niños huyeron llorando hacia los potreros. Hombres mirando desde las puertas de las cantinas orinaron sus pantalones. El Padre Conde le echó agua bendita. Juran las beatas que hirvió al contacto: «Esta es la cara de Bel Cebú». Todavía hablan de esa máscara en La Villa. Dicen que el Diablo mismo la moldeó a su imagen aquella noche en el monte, guiando las manos de Julito, cuando se apagó la luz de la guaricha.
Roberto Pérez-Franco
2007