La profecía

a Pedro Rivera

Quichireya, el más venerable de los brujos cueva, a quien la leyenda presume inmortal, inhala el humo de la hierba. El ojo de su mente se abre y ve la danza del dios.

Todo lo que fue, es y será, aparece ante este ojo. El cacique pregunta lo que concierne a su gobierno. Cuando termina, el oráculo queda al servicio de su mujer.

—¿Qué forma tiene el mundo? —inquiere ella.

La verdad le es mostrada:

—El mundo es un mar infinito —responde Quichireya— y, en medio de este, hay una porción de tierra emergida, con la forma de un jaguar color jade.

El pecho de la reina cueva se agita.

—¿Cuántos soles perdurará nuestro dominio?

El brujo, en éxtasis, sentencia:

—Se secará el mar infinito antes de que se extinga la nobleza de tu estirpe.

La reina vuelve a sonreír. Se yergue y camina hacia el gran rancho, dejando tras de sí el rumor de los caracoles que cuelgan de su tobillo.

El brujo la sigue con la mirada.

En el horizonte de azur, que ningún ojo otea, las carabelas de Bastidas aparecen sobre las olas, entre la bruma, con la cruz y la espada.

Viene a secar el mar...

Roberto Pérez-Franco
2006