La flor de la adelfa
«caer como pétalos de una flor,
ese era nuestro destino»
Sunao Tsuboi
Despertó y supo que estaba sonriendo. Tendido sobre la hierba, abrió los ojos: la adelfa sobre su cabeza dejaba ver trozos de cielo entre los gajos de flores. Miró a su lado y ahí estaba ella, acurrucada sobre el pasto, como si durmiese, pero con los ojos sobre él. También sonreía, y en sus labios aún enrojecidos había una expresión de amor e incertidumbre.
—¿Me quieres? —preguntó él, sabiendo la respuesta.
El kimono entreabierto dejaba ver nuevamente sus hombros de porcelana. En el cabello suelto habían quedado atrapadas unas flores sueltas. El suelo estaba cubierto de ellas. Él le acarició la frente y tomó una florecilla rosa.
—¿Sabes qué me gusta de esta flor?
Pero ella callaba.
—Que me recuerda a ti.
Ella sonrió y bajó la mirada. Akihiro oyó entonces un leve zumbido —¿acaso una abeja en la copa florida?— y luego un silbido agudo. Miró hacia el pueblo cercano, Hiroshima, y un resplandor súbito lo inundó todo.
No escuchó nada. No sintió nada. Las cenizas cubrieron las llanuras quemadas.
Roberto Pérez-Franco
2006