Ensayo y error
a Tristán Solarte
Adán mordió la manzana. El sabor y fragancia eran idénticos a los de la fruta común. Dios, que durante siglos había esperado el mordisco, escondido detrás de una parra, saltó y dijo:
—¡Ajá! Así te quería agarrar, malagradecido. Mira todo lo que he hecho por ti. Te di un paraíso para vivir eternamente y una mujer para acompañarte. A cambio solo pedí que no comieras de este árbol.
Algo iba a decir Adán, pero Dios se adelantó:
—No culpes a Eva: es una excusa tan obvia.
A su vez, Eva quiso intervenir, pero Dios le cortó el paso:
—No me vengas con el cuento viejo de la serpiente.
El animal, que andaba todavía por ahí, se subió al árbol y siguió escuchando, con la resignación del actor que hace mutis en una escena repetida mil veces.
—Ahora —prosiguió Dios— dictaré sentencia. Los dos serán expulsados. Tú, Adán, trabajarás para ganarte el pan. Se acabaron los días felices de abundancia. Ahora tendrás que regar la tierra árida con tu sudor para arrancarle frutos escasos. Tú, Eva, por largo tiempo has disfrutado del sexo sin preocupaciones. Ahora sangrarás seis días cada mes, y te embarazarás fácilmente. Al término, parirás con dolor un bebé cuya cabeza será muy grande para tu vagina. Te quedarás en casa a cambiar pañales, limpiar pisos y fregar platos. Y tú, serpiente, te arrastrarás por el suelo...
—Espera un momento —interrumpió Adán.
Todavía no acostumbrado a tan bruscos cortes a su inspiración, Dios puso la cara de enfado que Miguel Ángel le diese en un fresco. Pero Adán no lo estaba mirando: con ojos fijos en la fruta mordida, movía un bulto en su cachete. Tras unos segundos de meditación, dijo:
—¿Sabes qué, Dios? No vale la pena... Te devuelvo tu manzana.
Escupió la masa, que no había tragado aún, y la pegó con saliva, lo mejor que pudo, al resto de la fruta, colocándola luego sobre una rama del árbol prohibido. La serpiente miró de soslayo a los presentes y se arrastró en silencio hasta otra rama. Dios, desilusionado porque el desenlace —preparado tan minuciosamente desde la creación de este universo— había fallado una vez más, abandonó el Jardín y se fue a crear otros mundos, con nuevas variaciones. Adán y Eva siguieron viviendo en el Paraíso, sin trabajar ni parir. Murieron, siglos después, a causa del aburrimiento.
Roberto Pérez-Franco
2006