Res una sumus

a Borges

«life is a kind of chess»
Benjamin Franklin

Que resultó tras siglos de un juego de ejércitos opuestos, perfeccionado por hombres de diversos pueblos y tiempos. Que el sabio Sisa lo creó para demostrar a un rey persa su dependencia en los súbditos. Que Hermes lo concibió —obra cumbre del hombre cumbre— como regalo a sus descendientes. Que Adán lo ideó durante su ocio en el paraíso. Son teorías falsas.

La humanidad ha conocido el ajedrez por dieciséis siglos, cinco en su forma actual. Pero no es su hechura: el ajedrez fue descubierto, no creado. Estaba ahí desde el primer instante en que algo existe. Dos dimensiones bastan: sobre el plano segmentado, ausencia y presencia de luz, se baten los bandos. Sus movimientos se derivan de teoremas básicos, euclidianos en su simplicidad: el rey, razón de ser, mueve un espacio en cada eje o en ambos. La reina prolonga al límite el movimiento de aquel. La torre es negación de los movimientos oblicuos de esta. El alfil, lo inverso. El caballo hibrida a ambos, limitado. El peón emula solo a uno, minimizado, hacia el contrario.

Fuera del tiempo y el espacio, imaginando el universo antes de crearlo, Dios verificó que en la contemplación de un mundo bidimensional ya está implícito el ajedrez, inevitable consecuencia del plano y la polaridad. Dicen los citros que Alá creó a Satán para tener a quién vencer en el tablero. No podía derrotarse a sí mismo jugando perfectamente un juego perfecto: Dios contra Dios es siempre tablas.

Enuncian que existen infinitas variaciones del ajedrez, y que la conocida por el hombre es solo la más simple, la única que nos resulta comprensible. Aseveran que nuestro universo, el cual excede nuestro entendimiento, es la variante más compleja del ajedrez aún asequible a la percepción humana. También en esta el Diablo es el único oponente capaz de aliviar a Dios la carga de la soledad. Las leyes inmutables de la física, que apenas comienza a descubrir nuestra ciencia, son las reglas básicas en esta versión del juego. En ellas están predeterminados el hombre y las estrellas, como el gambito de dama lo está en la vertiente que practicamos. Insisten los citros del Sahara en que hay especies del ajedrez aún más complejas que el universo visible, y que Dios sigue encontrándolas y agotándolas sin fin.

Roberto Pérez-Franco
2006