Papel y tinta
a Héctor Collado
«nunca lo dice, o tal vez lo dice
infinitamente y no lo entendemos»
Borges
Cuando terminó el conversatorio y bajé del escenario, me cortó el paso una joven monja, con expresión de extrañeza tras los anteojos.
– ¿Qué quiso decir con su respuesta?
– Así que usted envió aquella pregunta al moderador – dije sonriendo.
– ¿Qué quiso decir – insistió ella – con eso de la hoja en blanco?
– Normalmente dejo que mis respuestas se expliquen solas – acoté – pero ya que usted me lo pide... Usted preguntó a los escritores de la mesa principal qué quisiéramos que se escribiera sobre nosotros si fuésemos una hoja de papel. Al responder que prefería seguir en blanco me refería a que, sin importar la maestría del texto que haya sido escrito sobre ella, una hoja usada pierde la potencialidad, que poseía cuando estaba vacía, de convertirse en cualquier texto, de albergar una nueva idea o sentimiento. Me rehúso a ceder esta libertad indefinidamente.
– Ya veo – asintió.
Empecé a caminar, pero ella me detuvo nuevamente.
– ¿Me permite reformular la pregunta?
No hizo falta mi aprobación, porque ella continuó.
– Si usted fuese un papel en blanco, que por un designio inevitable, del destino si se quiere, va a recibir sobre su pureza la mancha de la pluma, ¿qué querría que se escribiera sobre usted?
Intuí que aquella joven buscaba con esta pregunta, la cual según supe luego presentaba a múltiples escritores en conversatorios, una respuesta al problema de su propia virtud.
– ¿Cuánta tinta tiene? – pregunté.
– La que haga falta.
– Entonces quisiera que la derramara toda sobre la hoja, hasta dejarla por completo negra.
La expresión de extrañeza reapareció, así que me anticipé.
– Porque así, todas las posibilidades coexistirían en mí, al mismo tiempo. Todas las páginas maestras de la literatura, del pasado y del futuro, estarían prefiguradas en mi superficie. Juntas, ya escritas, ahí mismo, en un solo momento.
Roberto Pérez-Franco
2006