Viento del norte

a Juan Ramón Jiménez

Ahora que te fuiste, amor, el verano ha llegado con su viento del norte y sus atardeceres de fuego. Estoy de pie en nuestro cerro, isla en un agitado mar de hierba. Traje tu cometa, esa que hice con birulí de la finca de mi abuelo. Usé el hilo encerado que le compré a Cuchi aquella tarde cuando salíamos de misa. La forré como lo pediste, con papel blanco y rosa que conseguí donde Neli. Por irte tan pronto, la dejaste virgen, en tierra.

Hoy vine a volarla para ti, aprovechando el sol y la brisa. Zumbando, subió al cielo con su rabo de trapo. Revoloteó sobre los árboles del río, briosa y ronroneante. ¡Si la hubieses visto menearse, resistiéndose a mi rienda! Ahora vuela serena, resignada ante la atadura, entre golondrinas y nubes de espuma. El cachorro contempla su bamboleo y escucha su silbido angustioso. A lo lejos, el palmar se estremece y canta.

Te echo de menos, amor. Hubiese querido que este viento acariciase tus cabellos, y que el atardecer tibio dorase tu piel. Aquí, bajo la cometa, te habría tomado por la cintura, dándote un beso largo que terminaría después de puesto el sol, susurrando cosas tiernas a tu oído. Te diría, posiblemente, algo así: que la muerte no es el final de la vida, y que quien muere por amor, vive para siempre.

Perdona ahora que corte con este machete el hilo que retiene tu cometa. Quiero liberarla de este cautiverio para que vaya a buscarte, como un ángel ansioso que se esfuma en un abismo. Llevada por la brisa sobre cerros y mares, te encontrará – tal vez – algún día. Disculpa también que corte el hilo de sangre que corre por mi cuello, reteniendo a mi alma con su torrente. El amor me guiará y, antes de que salgan las estrellas, estaré a tu lado.

¿Sabes algo, corazón? La sangre del sol sobre las nubes lejanas me hace recordarte.

Roberto Pérez-Franco
2005