Carta a mi madre

Mamá,

No sé qué será lo que siente una madre cuando muere un hijo. Imagino que algo parecido siente cuando un hijo se va, aunque sea temporalmente, del nido. Al hijo ido se le extraña en casa, pero al alma la reconforta la íntima idea de que allá donde está tal vez está mejor.

A una madre ausente se le recuerda siempre con un cariño extraño. No está, pero está, sin embargo, en el corazón. A la madre que muere se le extraña, imagino yo, con un dolor agudo, angustioso por saberla ida para siempre, sin más consuelo que pensar que uno irá tras ella algún día. A la madre que vive pero lejos, se le extraña más bien con esperanza. Uno sabe que, gracias a Dios y si Él lo quiere, en ésta misma vida la veremos nuevamente, y que será feliz la ocasión del reencuentro.

El ambiente donde me encuentro ahora es distinto en tantas maneras. El idioma, el clima, la cultura, la presión del alto desempeño. Pero no estoy solo. Mónica, mi esposa, es un dulce consuelo y una hermosa compañía para este viaje tan difícil. Durante tres meses he estado trabajando al límite, casi sin descanso, para mantenerme al frente de esta estampida. Ya casi la venzo, ya veo la luz que despunta en el oriente. Y puedo decir felizmente que, durante el esfuerzo me habré sentido cansado, lejos de casa, pero nunca solo. Me acompaña el dulce recuerdo de mi patria, de mi madre, de mi padre, de mi hogar. A veces cuando despierto abro los ojos y miro a lontananza, y veo en el horizonte un pedazo de mi tierra, y me contento pensando que estoy de vuelta. Pero no es cierto.

Yo le pido a Dios pocas cosas. Qué más puedo pedirle, si ya me lo ha dado todo. Por eso sólo le pido que me lo siga dando, que mi esposa, mis padres y toda mi familia tenga salud y paz, pues lo demás viene por su cuenta. Y que me dé fuerzas para seguir adelante.

Volveré pronto, madre, ya verás. Y llevaré en mis manos la corona de laurel que habré ganado con el esfuerzo de mi mente, con las horas de desvelo. Sé que me extrañan, porque yo también los extraño. Pero es acá donde ustedes me quieren. Es acá donde debo estar hasta que haya cumplido mi misión de ser todo lo que puedo ser, de pulir la gema bruta y hacerla brillar. No tendré más recompensa que saberlos a ustedes felices, orgullosos al ver que supe seguir adelante, me esforcé como un valiente y me destaqué entre los mejores. Ése es mi regalo, madre. Ésa es mi manera de agradecerles todo lo que han hecho y siguen haciendo por mí. Así solamente podré pagarles todo lo que les debo en amor, esfuerzo y disciplina.

Gracias, mamá. Te amo. Que Dios te bendiga, te cuide y te dé salud, y que nos permita reunirnos pronto para celebrar la cosecha de tan larga siembra.

Tu hijo
08/Dic/2003

Escrito en MIT, en Cambridge, Massachusetts.