El dios triangular


Viene la tormenta

La película Son of Man (Hijo del Hombre), que se estrenará mañana domingo en Johannesburgo, seguramente levantará comentarios. La experiencia nos indica que estos comentarios tendrán más que ver con el hecho de que el Jesús mostrado sea negro y contemporáneo, y menos que ver con la calidad o el mensaje de la película en sí. Pienso ver este largometraje tan pronto estrene en Panamá, a diferencia de los casos de la nauseabunda La Pasión del Cristo, trago amargo que aparté de mi boca, o el golazo que me anotaron con Las Crónicas de Narnia, la cual vi sin saber que iba a ser un sermón de Jesus for dummies.

Cuando se trata de llevar al cine una historia clásica, conocida, hay grandes oportunidades, desafíos y peligros. Pride and Prejudice (1813), la joya literaria de Jane Austen llevada al cine de forma inmaculada en la película homónima (2005), que tuve el placer de ver anoche con mi esposa, es un ejemplo de una historia que refleja su época, y que debe permanecer en ella. Otros temas, como el amor de la juventud y la liberación del espíritu, son eternos, y por ende adecuados para ser adaptados a diferentes épocas. La obra Romeo y Julieta (1594) de Shakespeare, que a su vez es una adaptación de una historia de Arthur Broke (de 1562), ha sido exitosamente adaptada a nuestros días en varias formas, incluyendo el famoso musical Westside Story (1957) y la no tan famosa película Romeo + Juliet (1996). Defendí la propuesta moderna de esta película (ver artículo) porque conozco a fondo la trama y me parece que la adaptación logró capturar no sólo el espíritu sino la sensación que la historia original debe haber causado en la audiencia original.

Plantear la vida de Jesús a través del personaje de un negro revolucionario en la África de nuestros días me parece una propuesta válida e interesante. Cuando vea la película podré emitir una opinión sobre la misma, pero sobre el enfoque puedo decir desde ya que se presta para refrescar, desde un marco de referencia más actual, las ideas liberadoras del Nazareno. Si se aprovechó o no esta oportunidad, lo sabremos cuando veamos el film.

Me atrevo a hacer un pronóstico: muchas personas desecharán de plano la propuesta del Jesús negro sin ver la película siquiera. Yo rechacé la propuesta de Mel Gibson sin sentarme en una sala de cine: la carnicería de los avances y los comentarios de quienes la vieron me bastaron para confirmar que en efecto su propósito era presentar un enfoque que no me interesaba. Pero una cosa es no ver una película porque en ella se magnifica la tortura de Jesús hasta el punto del fetichismo, y otra cosa es no verla porque se atrevieron a plantear a Jesús como alguien de raza negra. No será la primera vez que una representación de Jesús en negro causa escozor en los creyentes blancos o conservadores. Ni será la última. Aún así, dará de qué hablar; no me cabe duda. Anticipándome a la avalancha de prejuicio que suele acompañar estas manifestaciones, vierto de antemano mis comentarios sobre el tema.


Chombo, negro, moreno, trigueño

Una misma palabra puede significar diferentes cosas dependiendo de quién la diga, y cómo se diga. En mi pueblo, por ejemplo, es costumbre que algunos hombres le digan "mi chomba" o "mi negra" a sus esposas. En este contexto el término es dulce como miel, y rezuma el amor de los muchos años compartidos por la pareja. Un vecino de infancia tiene como nombre usual "Negro"; todos sus amigos y familiares le llamamos así, aunque su nombre de pila es otro. Lo mismo ocurre con una tía mía, a quien llamamos "tía Negra". Con sólo evocar estos usos de la palabra me vienen a la mente mil recuerdos cálidos de la infancia.

Por otro lado, he escuchado estos mismos términos siendo empleados como armas de fuego para fulminar a una persona con una lluvia de prejuicios. Sobre todo ahora que vivo en la Capital, he escuchado expresiones en las cuales a las palabras "chombo" y "negro" se les da un giro y una intención que las equipara con delincuencia y otras imágenes negativas. Esto ha producido que las palabras se vayan devaluando e impregnando de connotaciones negativas, y que se haya tenido que buscar otras nuevas para reemplazarlas en el significado normal. En Panamá, por ejemplo, muchos prefieren decir "moreno", en vez de "negro", con la idea de evitar herir susceptibilidades. Cuando el término "moreno" se hizo sinónimo de piel oscura, hizo falta buscar otro término para decir piel "no tan oscura", y se le dio un ascenso a la palabra "trigeño" para que significara lo que antes se decía perfectamente con "moreno". Así pues, en el habla distorsionada por los prejuicios y el racismo de la Capital, ahora se les dice "morenos" a los negros y "trigueños" a los morenos, mientras que "negro" y "chombo" - que como he dicho son términos amigables y afectuosos en el terruño de mi infancia - resultan palabras prohibidas que se usan como si fuesen insultos.

Lo mismo pasa en otras latitudes. Cuando estudiaba en Luisiana, me hice muy buen amigo de un vecino. Era un muchacho negro, y sus amigos eran mayoritariamente negros. Solía pasar tiempo con ellos, y un día conversando con la inmunidad que la confianza confiere a los amigos, me atreví a preguntarle una cosa: la palabra "nigger", ¿es buena o es mala? Recuerdo que mi amigo, con una sonrisa de comprensión, se acomodó en su asiento y me explicó: depende de quién la diga y cómo. Por ejemplo, entre sus amigos, se llamaban incansablemente "nigger" unos a otros, en tono de juego y de compañerismo. La confianza y el compartir la misma raza les otorgaban esa licencia. Pero la palabra en sí está cargada de reminiscencias terribles, del tiempo de la esclavitud, y si una persona blanca les llamaba "nigger" sería un grave insulto.

Al margen de estas implicaciones históricas específicas, el idioma juega su parte en generalizar el problema. Es triste ver que, en los idiomas de los pueblos europeos, la palabra "blanco" tiene en general matices positivos, mientras que la palabra "negro" tiene matices negativos. Ejemplos al canto, del español: magia negra, futuro negro, lista negra, humor negro. Lo mismo ocurre en el idioma inglés, donde al pelo claro se le llama "fair" (que significa "justo" o "bueno") y posiblemente a muchos otros idiomas. Incluso en el ajedrez, mi juego amado, el bando negro juega de segundo, pues la primera movida se le concede al blanco, que generalmente por esta deferencia logra retener la iniciativa y el ataque, excepto en el caso de errores.

Entonces, ¿aceptarán los cristianos blancos que se les presente a su ícono en tonos oscuros? La historia demuestra que no siempre lo hacen de buena gana. Recuerdo la anécdota siguiente: en los Estados Unidos, en una obra de teatro sobre la vida y pasión de Jesús que se presentó durante ocho décadas, súbitamente hubo oposición cuando se escogió a un actor negro para representar al Redentor. Protestas en las calles y audiencia que se levanta de sus asientos para abandonar la sala: tal es el poder motriz de las altas concentraciones de melanina en la piel del Cristo. Cosas veredes, Sancho.

Todavía están frescos los recuerdos de segregación en muchas partes del mundo. Hace apenas décadas algunos gobiernos blancos no permitían a los ciudadanos negros el derecho al voto, o el uso de buses y baños de los blancos. Incluso en Panamá, en la Zona del Canal, existía el racismo y la discriminación para todo el que no fuera blanco. Ahora que estas batallas han sido ganadas en su mayor parte, ¿podremos ganar el derecho a clavar en la cruz a un cordero que no sea blanco?


El color de piel del Jesús histórico

¿De qué color fue la piel de Jesús? Nadie lo sabe. A pesar de la impresión que puedan tener muchos creyentes, es muy poco lo que se conoce sobre el Hijo del Hombre. Su vida es un cúmulo de enigmas: todo está en tela de duda.

Cuando se habla de este desconocimiento, y las investigaciones que buscan reducirlo, se suele emplear la frase "el Jesús histórico" para referirse al desconocido, en oposición al "Jesús bíblico". Hay una de dos opciones: o son el mismo Jesús, o no lo son. La evidencia parece indicar que el Jesús bíblico es un personaje producto de una larga secuencia de modificaciones, interpolaciones y manipulaciones del Jesús histórico a manos de partes interesadas. Para muestra un botón: el Salvador ni siquiera se llamaba Jesús. Pero, aunque el mensaje del Galileo en el Evangelio llegue fuerte y claro al corazón de muchas personas, hasta el punto en que éstas puedan decir "yo conozco personalmente a Jesús", esto no cambia el hecho de que solamente el Jesús "histórico" existió en la realidad.

¿Tienen alguna relevancia las diferencias entre la realidad y el dogma? ¿Importa que el Jesús real, es decir el histórico, sea distinto al que nos muestra la Biblia? Depende. En mi opinión, el mensaje de Jesús, el propósito de su vida y obra, se resumen en una línea: "Ama a Dios sobre todas las cosas, y a tus semejantes como a ti mismo". Así lo resumió Él mismo, y en esa máxima se condensa - para todos los efectos prácticos - la sabiduría de todas las religiones y filosofías. Sin embargo, hay gente que sí le da importancia a los detalles, se aferra a ellos y los usa para tomar acciones políticas. ¿Acaso podemos olvidar que Mahatma Gandhi fue echado a causa de su piel oscura cuando se interesó en conocer el cristianismo y entró en una iglesia? En estos casos, para proteger la razón de los desvaríos del fanatismo, es bueno echar mano a los hechos y dejar que la realidad prime sobre el dogma.

La enseñanza de Jesús se enfoca en la ética, y es universalista. Todos somos hijos del mismo padre, ergo todos somos hermanos y tenemos los mismos derechos. Puedes ser blanco, amarillo, rojo, negro, y esto no importa en lo más mínimo. Punto final. No hay nada en las enseñanzas de Jesús que enseñe el odio, y mucho menos con base en diferencias raciales. Jesús no es propiedad de los blancos, ni de los cristianos, ni de los europeos. Quien odia en nombre de Jesús está loco, máxime si la razón del odio es un color de piel distinto.

Habrá, sin embargo, quien se interese por razones legítimas (tal como una simple curiosidad histórica) en conocer la apariencia física del Hijo del Hombre. Una aproximación plausible es partir de la imagen del Sudario de Turín, si se quiere aceptar su autenticidad. El rostro de Jesús que obtenemos a partir de las marcas en el sudario resulta algo inusual: se ve alargado y formalmente sombrío. Pero no está demasiado lejos de la imagen estándar empleada por la propaganda cristiana. Debido a la naturaleza de esta imagen, no se puede conocer a partir de ella el color de la piel y ojos.

Otro método, más bien estadístico, es el reciente intento de Richard Neave, de la Universidad de Manchester, de determinar cómo habría lucido el Jesús real a partir de un cráneo palestino del siglo primero. Sus resultados tienen mérito solamente en la medida en que se entienda que se partió de la hipótesis de que ése cráneo es representativo del promedio de su raza en ese tiempo, y de que Jesús lucía como el promedio de sus congéneres. Pero difícilmente se puede, a partir de un cráneo, conocer el color de la piel y ojos de una persona. De cualquier forma, esta hipótesis aventurada aporta algo plausible a la búsqueda: nos hace pensar que, si Jesús era relativamente normal en su pueblo y raza, es decir, si Jesús era como los demás judíos palestinos de su época, entonces su fisonomía dista mucho de la del Jesús alto y rubio de ojos azules al que nos han acostumbrado desde la catequesis en la infancia.

No conozco todos los textos históricos y apócrifos. De aquellos que conozco, no recuerdo mayor indicación sobre la apariencia de Jesús, aunque me llama poderosamente la atención que, según el Evangelio, los apóstoles no le reconocen tras la resurrección sino después de mucho tiempo. Y no lo reconocieron por su rostro, piel u ojos, ¡sino por la forma de partir el pan! Es como si Jesús se hubiese transfigurado, como lo hizo en el huerto, al resucitar, convirtiéndose en una persona distinta. El único documento que conozco que indicaría claramente la apariencia de Jesús, reportada por un testigo de primera mano, aparece en el libro Jesús vivió y murió en Cachemira de Andreas Faber-Kaiser. Según éste investigador, se trata de una carta oficial del año 32 que Poncio Pilato, procurador romano de Judea, envió a Tiberio César, emperador de Roma, y que actualmente reposa en la Biblioteca del Vaticano.

De esta carta se pueden sacar dos conclusiones sobre el tema que nos ocupa. La primera es que Jesús no era un palestino convencional, semejante a los demás. Cito el texto de la carta: "Se me dijo que era Jesús. Esto podría haberlo supuesto fácilmente, por la gran diferencia que había entre él y aquellos que le escuchaban". Una repetición de esta idea más adelante en el texto no deja lugar a dudas de que dicha "diferencia" es física. De ser auténtica la carta, esto descalificaría el método del cráneo que empleó Neave. La segunda conclusión que se puede extraer de la carta se explica sola. Cito: "Su pelo rubio y su barba le confirieron a su apariencia un aspecto celestial. (...) Nunca antes había visto una faz más amable o simpática."

Ahora bien, ¿habremos de creer que esta carta es auténtica? El tono de la misma, y los comentarios que vierte en ellas el autor en otras partes que no he citado, elogian de tal forma la belleza, entereza, valentía y poder del Nazareno que harían a muchos sospechar de su origen. La carta termina diciendo: "debemos admitir realmente que es el hijo de Dios". De ser cierta, la carta demuestra que, en su breve contacto con Jesús, Poncio Pilato fue tocado íntimamente y convertido en creyente y admirador del Nazareno. El mismo efecto arrollador, la honda impresión por la belleza del sujeto y el convencimiento instantáneo de la superioridad y pureza espiritual del contemplado, han sido reportado por testigos que han estado en la presencia de otros profetas, tales como Mahoma y Baha'u'llá.

Aunque mi instinto me lleva a tener una opinión contraria, según Faber-Kaiser la carta es verídica. Queda en manos de la ciencia tratar de determinar la verdad. Aún siendo auténtico el documento, la descripción que da Pilatos del sujeto podría haber sido distorsionada intencionalmente para hacerle lucir menos palestino, más romano, y así facilitarle al arrogante Emperador sentir simpatía por dicho hombre. Pero si en efecto es Pilatos quien escribió ese texto, y en él reflejó la realidad de su experiencia directa, entonces no cabría duda de que Yeshua ben Nazareth era rubio, barbado y hermoso. Lo cual no es óbice para que cada creyente lo conciba en el color de piel que prefiera.


Lo particular del mensaje universal

¿En qué idioma le habló la Virgen de Guadalupe a Cuauhtlatoatzin? No fue en arameo, latín o español: fue en náhuatl. El indio recibió la revelación en su idioma natal, y en su tilma dejaron las rosas la imagen de María con piel morena. ¿Por qué no enviaría el Dios cristiano su mensaje a través de una virgen rubia, con ojos azules, hablando en latín? Posiblemente porque es más sensato enviar cada mensaje de acuerdo al recipiente, especialmente si el mensaje es: "Dios es tu padre y todos los humanos son tus hermanos". ¡Cómo contrasta la arrogancia de la Iglesia Católica, que requirió 454 años para canonizar a "Juan Diego", con la ternura que se desborda en las palabras de la Aparecida!

La razón por la cual Jesús resulta atractivo a tanta gente es la capacidad de sus enseñanzas de apelar a lo más íntimo de nuestras personas. ¿Quién no se ha sentido como una oveja perdida añorando el rescate de algún buen pastor? Por ello, por lo personal, por lo íntimo y familiar del mensaje de Jesús, es que cada quien tiene el derecho de apropiarse de la experiencia de descubrir a Jesús en sí mismo, y de verlo reflejado en su persona, y en su tiempo, y en su raza. Millones de indígenas se convirtieron a la fe católica en México en la década que siguió a las apariciones en Tepeyac.

La raza negra no es la excepción. Donde existen cristianos de raza negra, esparcida en el mundo por el garrote de los traficantes de esclavos, existe el anhelo de un Cristo Negro. Por ejemplo, a través de América Latina el Cristo Negro es una figura persistente con millones de devotos. El Cristo Negro de Portobelo en Panamá y el Cristo Negro de Esquipulas en Guatemala son apenas algunos en una larga lista, que incluye a íconos en Ecuador, Perú y otros países hermanos. Miles de curaciones milagrosas se acreditan a la fe en lo que estas figuras representan. Y sin embargo, más de una sonrisa de escarnio se ha dibujado en los labios de personas que no logran entender estas manifestaciones de religión popular. Recuerdo, personalmente, a un cristiano extranjero que andaba por las tierras de Azuero como misionero, el cual manifestó en una reunión particular su incredulidad y sorpresa hacia la figura del Negro de Portobelo con algo de sorna, que se le congeló en el rostro al ver mi reacción.

Estoy seguro que, al difundirse la película que mencioné al principio, se reanimará el viejo debate sobre si Jesús puede ser representado o personificado por una persona de la raza negra. Deberemos defender la posición de la tolerancia y la universalidad, aunque todo el asunto tenga tintes de fatiga. Es necesario no callar, y defender el derecho a la libertad de pensamiento y de credo, para ir desgastando, como la gota a la piedra, la terquedad fanática de las molleras más retrógradas que tratan de imponer la fe de los más a los menos.

Habrá quienes se quejen amargamente y protesten airados porque vistieron a Jesús en piel negra. Pero esto no es sorpresa. ¿Por qué? Responde Spinoza, en carta a Hugo Boxel: "No me sorprende; porque creo que, si un triángulo pudiese hablar, diría, de igual manera, que Dios es eminentemente triangular, mientras que un círculo diría que la naturaleza divina es eminentemente circular. Así cada uno adjudicaría a Dios sus propios atributos, asumiría ser en sí mismo semejante a Dios, y vería todo lo demás como mal formado".

Roberto Pérez-Franco
21/Ene/2006