Premio José María Sánchez

El presente texto es una trascripción pulida y anotada del discurso pronunciado por el autor en el acto de entrega del Premio Nacional de Cuento José María Sánchez 2005, en la Universidad Tecnológica de Panamá.

Buenas noches.

Quiero empezar enviándole un beso a mi sobrina, Raquel Elvira, que se ha portado como un angelito. Es algo bastante riesgoso traer un niño de esa edad a un acto así, y ella se ha portado tan tranquila que me ha derretido el corazón. Estoy aquí como si estuviera en mi casa: entre amigos y familiares muy queridos. Esta noche deseo hacer dos cosas: dar gracias y hacer una reflexión. Comienzo con las gracias. Primero que todo, agradezco a los miembros del jurado: Fulvia Morales del Castillo, Jazmina Mendieta y el escritor Juan Antonio Gómez. Les agradezco porque me han honrado con este galardón. Participaron diecinueve obras de tan buena calidad que, en un Premio en el cual otorgar una Mención Honorífica es opcional, el jurado ha entregado tres Menciones por la calidad de los trabajos que se presentaron. Ganar en un concurso así es un honor para mí. Así, pues, muchas gracias por haber pensado en mi obra como merecedora de este galardón.

Felicito a los colegas que ganaron estas Menciones. Comienzo con Francisco Berguido, colega de batallas, pues en 1999, cuando gané la segunda Mención en el José María Sánchez, él ganó la primera. Pareciera que estamos sincronizados en nuestras participaciones en los concursos. Lupita Quirós Athanasiadis, quien recientemente empezó a escribir cuentos. Estuvimos en el Congreso de Escritoras y Escritores de Centroamérica, hace poco, en una Mesa de cuentistas. Éramos tres o cuatro panameños, y los demás eran centroamericanos; en total se habrán leído más de una docena de cuentos, incluyendo el mío, y el mejor cuento - en mi opinión - fue el de Lupita. Es una tremenda cuentista, con un estilo muy elevado y exquisito, y la felicito por la Mención Honorífica. Y Vianor, cuyo nombre indígena es Iguaniginape Kungiler, merecedor de la primera Mención. Soy un gran creyente en la igualdad de los pueblos y me opongo a la opresión lingüística. Pienso que cada quién tiene derecho a su propio idioma y su cultura. Me alegra mucho que el Gobierno haya aprobado recientemente una ley que garantiza el derecho de los miembros de cada etnia a recibir educación en su idioma. Espero que traduzcas la obra al kuna, para que tu pueblo la pueda leer en el idioma en que la pensaste y sentiste.

Quiero también agradecer a mi Alma mater, la Universidad Tecnológica, donde viví posiblemente los mejores años de mi vida, institución que fue tan paciente conmigo, y que me dio más de una vez una bandera patria para portarla en un desfile, aunque no siempre los resultados fueran los deseados (1). Aquí tengo grandes amigos, como el Prof. Rubén Espitia; como la Prof. Marcela de Paredes, que se encuentra aquí presente y que fue jurado de mi tesis de graduación; el Prof. Medardo Logreira, que fue asesor de dicha tesis; y el Prof. Celso Spencer, a quién no había tenido el placer de conocer, que ha demostrado ser un gran investigador, juzgando por la gran cantidad de datos que encontró sobre este servidor para su discurso, en el cual me ha tirado tantas flores que me ha hecho enrojecer: le agradezco la deferencia. También los rectores Héctor Montemayor y Salvador Rodríguez, y mi compañero de tantos años de estudio, Luis Duarte, aquí presente. Tantos amigos en esta Universidad, que no los puedo mencionar a todos por su nombre, pero que me hacen sentir de vuelta en casa.

También agradezco a las personas que se encuentran sentadas en esta fila de asientos frente a mí, quienes básicamente son mi vida. A mi madre, Eka Franco, que no sólo me dio la vida, sino que me enseñó a vivirla. A mi padre, Roberto Pérez, que ha sido siempre mi mejor amigo y mi mayor mecenas. A mi abuela Mam, que ya no está con nosotros en cuerpo, pero quien (estoy convencido sin lugar a dudas) se encuentra en este momento de pie a mi lado, escuchando mis palabras. A mi hermana, Eka Pérez-Franco. Y a la esperanza de la familia: Raquel Elvira; Dios quiera que tengas en tus genes las letras que han venido corriendo en nuestra sangre desde los días de mi bisabuelo, quien escribió una de las poesías más hermosas que he leído (2), pasando por mi abuelo, tíos y tantos otros escritores en la familia. Igualmente deseo agradecer a mi jefe, el Sr. Larry Kelley, que se encuentra aquí, pues por primera vez tengo un trabajo que me permite el tiempo y la calma suficiente para darme el lujo de escribir. Mucha gente me pregunta: «¿Tú cómo haces para escribir, si tú trabajas?» La respuesta es el Sr. Kelley, porque tengo un trabajo que me da tanta libertad. Pero el agradecimiento más grande que necesito expresar es a mi esposa, a Mónica Rivera, a quien llamo 'el amor revelado, la respuesta a mi vida'. Reina, sin tí, mi exilio en este planeta no tendría ningún sentido. [Lo interrumpen los aplausos.] No solamente hay un cuento dedicado a ella, sobre un beso en un semáforo, del tiempo en que apenas éramos novios, sino que le dedico la colección entera. Muchas gracias, amor.

Tengo que expresar mi gratitud también a personas del campo literario. Agradezco a Eustorgio Chong Ruiz, que por motivos de salud no nos pudo acompañar esta noche, quien fue el primer cuentista que leí y la persona que me hizo desear escribir. Agradezco a Don Eduardo Ritter Aislán, quien tuvo la valentía de escribir una crítica positiva sobre mis primeros tres libros, echándome unas flores que yo sabía que no me merecía, y le agradezco su visión y voto de confianza. Al Prof. Melquíades Villarreal Castillo, que recientemente mereció el Premio Ricardo Miró en Ensayo, quien se dedicó a la tarea de hacer crítica literaria de todos mis libros, aún cuando éstos libros no valían el tiempo que él estaba invirtiendo en esa crítica. Pero sobre todo, al Prof. Enrique Jaramillo Levi, maestro y amigo, colega de la Asociación de Escritores, uno de los escritores más grandes, y a la vez uno de los más incansables promotores culturales, que ha visto este país; quien me ha permitido el privilegio de ser el cuentista más joven antologado en Panamá durante los últimos ocho años, y ser el miembro más joven de la Junta Directiva fundadora de la Asociación de Escritores de Panamá. Este año, una muchacha más joven que yo publicó un libro de cuentos (3), así que ya no seré el más joven, gracias a Dios. Ya era hora.

Habiendo terminado con los agradecimientos, deseo ofrecer mis reflexiones sobre un tema que se me presenta insistentemente: ¿cómo es posible que un ingeniero se atreva a ser cuentista? "Se atreva", en el sentido de tener la osadía. Pienso que esto es un mito. A mí me sorprende que sorprenda que una persona de ciencias escriba cuentos. Tenemos el caso de la Dra. Aida Judith González Castrellón, ganadora del Premio Sánchez 1999, y del Dr. Ricaurte Arrocha, por sólo mencionar a los presentes, ambos cardiólogos y escritores. Consideremos también el caso de Francisco Berguido, quien tiene más maestrías que nadie que yo conozca. Por ello insisto que es un mito que una persona de ciencia no pueda escribir. Pienso que para ser ingeniero se necesita inspiración. Que me corrijan si me equivoco los colegas ingenieros-cuentistas presentes, como José Luis Rodríguez Pittí y Carlos Oriel Wynter Melo. Para resolver ciertos problemas de ingeniería uno tiene que estar inspirado, y hay momentos de Eureka! cuando se encuentra la solución a los mismos. Igualmente, para escribir un cuento, uno necesita raciocinio y persistencia, que son características de quien ejerce la ingeniería. Por ello pienso que no existe realmente tal división.

Por ejemplo, cuando uno escribe, tiene que seguir ciertas leyes. Así como para resolver un circuito eléctrico se tiene que obedecer la Ley de Ohm y la Ley de Kirchhoff, así también cuando uno escribe un cuento tiene que seguir la Ley de Poe, que dice que un cuento tendrá una sola intención. Y hay que obedecer el Teorema de Borges, que indica que el final del cuento debe ser a la vez inevitable e inesperado. Y seguir también los Axiomas de Quiroga, expuestos en el Decálogo del Perfecto Cuentista, aunque Quiroga en sí mismo no lo fue. Pienso que el autor juega con las variables del tiempo, del tono y del tema, y consigue en un cuento, como en un problema de ingeniería, escudriñar un poco las incógnitas básicas: qué es el ser humano, por qué está aquí, y cuál es el propósito de su vida. Pienso que el científico y el artista son dos caras de una misma moneda.

Éste libro de cuentos, 'Cenizas de ángel', nace en medio de dos períodos de estudio: entre mi Maestría en MIT y el Doctorado, que sólo Dios sabe dónde estudiaré. Aproveché este 'veranillo de San Juan' para poner juntos algunos textos viejos, vestirlos bonito y echarlos al mundo, porque sé que vienen cuentos mejores. Tengo la esperanza de que mis cuentos más dignos estén todavía por venir. Desgraciadamente, me encontré con Borges, cuya obra tiene un efecto paralizante, intoxicador: ahora me estoy desintoxicando leyendo a Dickens. Pienso dedicar el premio y el tiempo que tengo por delante, el que me quiera dar Dios de vida, a leer, para conocer qué es la literatura, porque no lo sé, y a conocer el idioma español, porque yo no sé escribir, antes de atreverme a retomar la pluma. Pero en este camino uno se cansa y necesita esta clase de reconocimientos para cargar las baterías.

Por eso agradezco tanto a todos los que han tenido que ver con este premio: al que lo ideó, a quienes lo apoyaron y a quienes lo siguen año tras año presentando. Gracias por darme ánimo y por haberme refrescado el espíritu para permitirme seguir en esta marcha de auto-descubrimiento y de la búsqueda del arte por el arte.

Muchas gracias.

Roberto Pérez-Franco
16/Nov/2005

Notas al pie:

(1) Se refiere al 10 de noviembre de 1998, cuando siendo abanderado de la delegación de la Universidad Tecnológica de Panamá en el desfile en La Heroica Villa, decide de forma individual dar la espalda al entonces Presidente, Ernesto Pérez Balladares. Ver artículo sobre este tema. El autor fue abanderado de la UTP un total de tres veces.

(2) Se refiere al poema 'En el mar', del Dr. Joaquín Pablo Franco González.

(3) Se refiere a la joven cuentista chitreana Annabel Miguelena, cuya obra 'Punto Final' mereció una Mención Honorífica en el Premio Nacional de Cuento José María Sánchez 2004.