La lectura como aventura, como juego y como placer

Cada día observamos alabanzas sobre los beneficios que ofrece la lectura en diferentes aspectos de nuestras vidas por lo que se me antoja inexcusable que haya que promoverla. Sus aportes resultan tan evidentes como indispensables por lo que considero que debemos leer por necesidad tal y como respiramos, nos alimentamos o aseamos nuestros cuerpos. La lectura nos ayuda a ser mejores personas, por ende, mejor sociedad.

Cuando nos adentramos en los mágicos mundos de la lectura, iniciamos una aventura que despierta el anhelo de descubrir conocimientos, un juego que nos permite interactuar, a través del libro o de la pantalla, con seres ubicados en tiempos o espacios diferentes al grado que nos consienten concebirlos como nuestros vecinos de al lado.

Al leer un cuento breve (utilizaré a modo de ejemplo uno del escritor panameño Roberto Pérez-Franco, titulado El invento), tengo la oportunidad de emprender un periplo por los intricados meandros de la historia; durante esa travesía, llego a colegir que el mundo —por lo tanto, el ser humano— existe gracias a la escritura que lo documenta. Si no existiera la escritura y, por ende, la otra cara de la moneda: la lectura, no sabríamos nada acerca de quienes nos antecedieron y careceríamos de herramientas para predecir lo que nos ocurrirá en el futuro. La andanza nos plantea interrogantes: ¿qué sería de nosotros si no existiera la escritura y si no leyéramos? ¿Qué ocurriría si no hubiera documentos que testifiquen nuestro pasado? ¿Qué pasaría si en un momento trágico desaparecieran los fósiles, las ruinas de los imperios que dominaron el mundo, los libros y, lo más trágico, si desapareciera la nube que contiene toda la información que llega hasta nosotros a través de diferentes dispositivos que nos permiten acceder a la ciencia, al arte, a la literatura y a los chismes cotidianos?

El texto nos coloca frente a una coyuntura en la cual nos involucra. Inocula en nosotros la curiosidad, nos motiva a seguir leyendo; inclusive, hace germinar la necesidad de reflexionar, de estimular el pensamiento crítico, de indagar en otras fuentes. Hasta cierto punto, me permito aseverar que Pérez-Franco transforma al lector que, tal vez, se acercó al cuento para matar el tiempo o por accidente en un personaje más, en un testigo capacitado para comprender el caos de una humanidad desprovista de evidencias de su existir; y, por lo tanto, lo motiva a seguir leyendo (continúa empleando la escritura y la lectura como instrumentos para acceder a la información), seguro de que así podrá conocer el dilema y, tal vez, encontrarle una solución. Lo que empezó como un incidente aislado se troca en un juego, donde el observador (lector) se convierte en un personaje —anónimo tal vez, aunque personaje al fin—.

Estimado lector, si quieres conocer la propuesta de Pérez-Franco sobre el tema tratado, espero haber despertado en ti la curiosidad, te invito a leer El invento, está disponible en la red.

Es inevitable, entonces, advertir que la lectura nos sumerge en una tríada atrayente; lo que empezó como aventura, se transforma en juego y, generalmente, todo lo lúdico genera placer y estimula de manera positiva nuestras vidas. Un niño que juega se divierte, se entretiene, se introduce en un mundo mágico, en el cual el esparcimiento se convierte en su realidad, un entorno más divertido que el que le corresponde vivir.

Por ello, considero indispensable crear la necesidad de leer, sobre todo en la niñez y en la juventud, de modo que puedan enfrentar con pensamiento crítico los dilemas que la vida les depare; la lectura hace al hombre más humano, solidario y empático. A todas luces, si formamos a las personas encargadas de enrumbar los derroteros del mañana, habremos realizado una labor cuyos efectos tendrán positivas consecuencias.

Melquiades Villarreal Castillo
07 sep 2024