Textos escogidos:
Indicios sobre los secretos de la vida
en la obra de Roberto Pérez-Franco
“¿Quién puede entender el misterio de la vida? Ese abismo infinito que amanece en el amor y anochece en la muerte hacia un día eterno…”
La elaboración literaria es un recurso seductor que le permite al escritor recrear sus mundos interiores, sus puntos de vista sobre temas diversos y, sobre todo, otorga a los lectores, que casi siempre son anónimos, la oportunidad de ponerse en contacto con los universos elaborados. A ello, resulta indispensable sumar el papel de la crítica literaria, la cual hace un aporte curioso, puesto que el crítico pone en manos del lector sus perspectivas e interpretaciones sobre una obra determinada, promoviendo nuevas lecturas.
Textos escogidos (2008), de Roberto Pérez-Franco (1976), es una obra que llegó a mí en los primeros días de este año. Me alegré mucho al tener el libro en mis manos, puesto que por esos azares del destino me correspondió la oportunidad de presentar en Las Tablas (el 19 de abril de 1996) la obra Confesiones en el cautiverio de este autor.
La verdad es que se me buscó como presentador sustituto, ya que el docente encargado por la Universidad fue claro conmigo: “Te buscamos a ti, porque la persona que pedimos inicialmente no pudo.” No obstante, acepté. La presentación de aquel libro fue mi primera publicación. ¡Qué felicidad viví cuando vi por primera vez mi nombre en un periódico!
Roberto siguió creciendo como escritor y como profesional. Como profesional (ingeniero electromecánico), en la actualidad cursa estudios en una de las más prestigiosas universidades de los Estados Unidos (becado por sus excelentes méritos académicos); como escritor, a pesar de las satisfacciones profesionales y personales, porque ahora tiene familia, siempre ha dejado un espacio para la literatura, que para él es una forma de vida, porque concibe el arte por el arte, puesto que toda su producción está disponible de manera gratuita en Internet. Pérez-Franco escribe porque le gusta escribir y porque no puede vivir sin hacerlo, ya que ninguna recompensa económica espera por su producción.
Desde su primer libro, que escribió en sus días de estudiante en el Colegio José Daniel Crespo, Cuando florece el macano (1993), pasando por Confesiones en el cautiverio (1996), Cierra tus ojos (2000) y Cenizas de ángel (2006), obra con la que obtiene el Concurso Nacional de Cuentos “José María Sánchez”, auspiciado por la Universidad Tecnológica de Panamá y, por último, Catarsis (2008), único libro suyo que no ha llegado a mis manos, me he convertido en asiduo admirador de su obra.
De Cuando florece el macano argumenté que admiraba su prosa cuidada, aunque las ideas no alcanzaban la madurez que generaría el paso del tiempo y las enriquecedoras lecturas. De Confesiones en el cautiverio dije que era una obra singular, puesto que, aunque rendía mucho culto a Gabriel García Márquez, mostraba a un escritor de madera fina, que logra plena personalidad de estilo como en Cierra tus ojos, colección donde se encuentra Vida que es, a mi juicio, uno de los cuentos mejor logrados de toda la literatura panameña. En esta obra, nos encontramos con un escritor maduro, conocedor de su oficio, el cual practica con la paciencia y el arte de un orfebre, lo cual se va a mantener en su obra Cenizas de ángel, que nada tiene que pedir en cuanto a cuidados formales y al tratamiento temático, sellando definitivamente la calidad del autor como uno de los mejores cuentistas panameños de nuestro tiempo.
He recorrido, página tras página, casi toda la producción literaria de Roberto Pérez-Franco, para encontrar en ella la calidad como norte, la exigencia personal como constante para satisfacer a lectores severos, puesto que es la única forma que le permitirá a las letras nacionales ir más allá de nuestras fronteras, aspiración que se persigue constantemente.
Comentar Textos escogidos es un reto que, aunque no se me ha impuesto, voy a asumir. Es más fácil reseñar una obra desde mi punto de vista, desde el cual puedo exponer mi interpretación personal; sin embargo, en esta antología realizada por el autor, nos encontramos con una condición especial: seguro estoy de que en la colección Pérez-Franco ha estudiado detenidamente cada texto de cada libro, para revestirlo con el laurel de ser elegido como parte de lo mejor de su propia producción literaria.
El buen profeta es el minicuento que abre la colección. Me permito citarlo: “Dios me habló y dijo: cuídate de aquellos que dicen: Dios me habló y dijo…” Sin lugar a duda, nos encontramos frente a un texto seductor. En primer lugar, cuando el profeta (narrador) dice “Dios me habló y dijo”, nos condena a su punto de vista. Cuando Dios habla y dice a los mortales nada nos queda por hacer. El segundo bloque es más sugestivo aún: “Cuídate de aquellos que dicen: Dios me habló y dijo…”
No podemos negar que la obra nos invita a prepararnos para descubrir un mundo de manera individual, a través de la lectura, sin detenernos a meditar en ningún tipo de encasillamiento, aunque el mismo tenga procedencia divina.
Es una incitación plasmada por el narrador para que entendamos toda su obra, por qué no todas las obras, el mundo y la vida misma, con la imparcialidad subjetiva del propio punto de vista, sin permitirnos influencias extrañas que nos conduzcan a interpretaciones deseadas por otros, en este caso el autor, que nos encierra en una especie de cárcel de la que resulta muy difícil escapar, puesto que al hacer caso a la semántica de este relato, donde se nos invita a no prestar atención a lo que se nos sugiere, de hecho ya nos estamos sometiendo a las reglas impuestas por el narrador, porque le estamos obedeciendo. Círculo vicioso del que es imposible escapar. Sin embargo, seguir el juego de su trampa, nos facilita una especie de mapa que nos conducirá a una lectura más rica e interesante.
El cuento Sueño también se constituye en una incitación a la reflexión sobre la esencia de nuestro existir. Trata, a la manera de Cortázar, sobre la búsqueda de la sustancia misma de la vida. Se refiere a la historia de un hombre que se duerme, cuando está dormido sueña que sus sueños eran reales y llega el momento en que es incapaz de identificar la realidad: ¿cuándo se da la misma, cuando duerme o cuando sueña...?
Nuestro personaje, dormido soñó que estaba despierto para siempre en su sueño, lo que tal vez sea una explicación de lo que ocurre tras nuestra muerte.
Un segundo es uno de los relatos más conmovedores del conjunto. En él se cuentan dos historias: la de un perro llamado Koshi que vive en una de las ciudades más avanzadas de nuestro tiempo y la de Tobe un niño que padece una desnutrición fatal en un país de tercer mundo.
La ironía se patentiza claramente cuando se describe el trato especial que se da al can, el cual es atendido por un veterinario que le diagnostica obesidad; por su parte, el niño es atendido por un médico que atiende a cientos de niños famélicos en las mismas condiciones y le dictamina desnutrición; sin embargo, hay un momento en que Tobe aparece en televisión (en un noticiero sin trascendencia), moribundo y es visto por Koshi; sin embargo, nadie presta atención a la realidad esbozada. Es una severa crítica que se hace a la sociedad consumista de nuestro tiempo en la cual, mientras que unos mueren de hambre otros mueren de indigestión. No obstante, es la indiferencia de los que tienen sus necesidades cubiertas el detonante que, poco a poco, acarreará la destrucción de la raza humana, por parte de la raza humana dándole vida plena al lema: “el lobo es el lobo del hombre.”
Esta misma situación la vamos a observar en el ensayo El crucifijo de oro, en el cual el autor trata de explicar la imagen de Cristo crucificado, donde se refleja muerto por redimir a la humanidad; empero, lo más triste es que, a pesar de que está clavado en una cruz, cubierto con unos trapos como símbolo de la mayor pobreza, está esculpido en oro, material que ha causado la ruina y la felicidad de millones de personas, debido a su alto valor.
¿Cómo es posible que se simbolice el cristianismo con el oro? Es una respuesta inexplicable. Es más, Pérez-Franco hace un reto que llega directamente al lector –si es que tiene un crucifijo de oro–: desprenderse de él (como Cristo ofrendó su vida) para ayudar a sus semejantes. Él por sur parte, para que sus palabras cobren vigencia, obsequió un áureo crucifijo que había recibido de su abuela, con miras de hacer más llevadera la vida de otras personas. Como podemos ver en este relato existe un interesante esbozo por conocer la esencia de la vida, ese momento efímero que se diluye en medio de la magnitud de dos eternidades.
Y es que la interpretación de la esencia de la vida es una preocupación permanente en la narrativa de Roberto Pérez-Franco. Así, en su relato La creación de Adán hace un recuento de todo lo que ha hecho el hombre desde siempre; desde que salió del barro con el soplo divino, hasta su momento presente cuando llega a casa, cansado de un día de trabajo, meditando sobre su existencia, sin entender por qué Darwin afirmó que el hombre desciende de los simios. ¿Cuál es el objetivo de la existencia del hombre? Definitivamente, es una interrogante plena de contenido, difícil de explicar; sin embargo, la apertura de este arcano debiera constituirse en una pregunta obligada para todos los que no desean que su existencia sea vana; y la respuesta más acertada hasta este momento, simplemente, es que el fin último de cada ser es legar a los que están por venir un mundo mejor del que encontramos.
La vida termina con la muerte. O la muerte es parte de la vida. No vamos a entrar en disertaciones filosóficas, sobre todo en una reseña cuyo único objetivo es promover una lectura sobre el texto comentado. Sin embargo, observamos en el cuento Preludio una figura transparente sobre la imagen de un hombre que ha sido enterrado vivo; en otras palabras, de alguien que tiene conciencia de su propia muerte. ¿A dónde vamos cuando morimos? ¿Qué puede hacerse para superar la muerte? Son preguntas que surgen de este relato. Lo más interesante, empero, es la forma como el mismo es tratado, porque evidentemente no vamos a encontrar nunca respuestas satisfactorias. Para conocer lo que ocurrirá tras nuestra muerte, tendremos que morir, y los que ya lo han hecho no han regresado para aclararnos el más allá.
Vida, relato que, repito una vez más, es uno de los textos mejor logrados en el universo del cuento panameño, nos esboza, de una manera sencilla, la esencia de la existencia humana. En alguna medida, nos recuerda a Antoine de Saint Exupèry, quien en El Principito nos indica que la sustancia del hombre es identificarse con su medio, como parte integral y no como gobernante. La historia tiene como protagonista a un niño, Héctor, quien quiere cooperar con su clase de biología, para lo cual lleva al aula un enorme sapo. Sin embargo, recibe una cruel sorpresa, cuando la maestra comienza a explicar que ese día hablarían de biología (el estudio de la vida). Lo sorprendente es que para estudiar la vida, se mataría un sapo. Héctor no puede entender el hecho y escapa con su batracio, para dejarlo en libertar en una laguna, pese a las amenazas de ser castigado.
Luego, en compañía de una niña va al campo y comienza a explicarle lo que es la vida. Simplemente, se convierten en parte del paisaje, de la creación y eso es la vida, que tiene como ingrediente la felicidad, la cual no depende de riquezas ni posesiones, sino de saber disfrutar lo que se tiene aunque sea el color de una flor.
Hay en la antología una sección titulada Ensayos breves en la cual el autor hace una serie de reflexiones sobre situaciones propias de su vida cotidiana. Es, sin lugar a dudas, un clamor por la atención de la gente que permite que sus costumbres sean absorbidas, como es el caso del ensayo titulado Réquiem por mis cutarras.
Igual nos encontramos con elementos relacionados con la formación del autor, dentro de una sociedad que vive en una pintoresca comunidad pletórica de elementos españoles de la colonia. Así, lo religioso lo advertimos en La procesión del silencio; lo humano lo vemos en el ensayo Chiqui, en el cual se lamenta la muerte de un amigo a edad muy temprana, un amigo que a pesar de su adolescencia evidenciaba un gran amor por la vida, además de ser dueño de una casi increíble versatilidad creativa. Dedica un discurso, Discurso de fondo en la Heroica Villa, en el cual expone las cualidades históricas del pueblo donde se dio el Primer Grito de Libertad del pueblo de Los Santos del yugo español el 10 de noviembre de 1821.
Interesante resulta también la sección Semana Santa en la Villa, en la cual describe los usos de este pueblo en cuanto a la celebración de la pasión y muerte de Cristo.
Una novedad dentro de este texto lo constituye su sección de versos, pues aunque en los relatos de Pérez-Franco la poesía campea alegre y bien lograda, no conocíamos sus poemas, los cuales están llenos de sentimiento y de motivos.
Así, nos encontramos con dos tipos de poemas: en primer lugar tenemos la poesía comprometida con la sociedad, donde se destacan poemas a Ascanio Arosemena, uno de los mártires del nueve de enero, La tumba vacía y el poema que por su profundidad temática y por su logro formal me permitiré reseñar: Cajita infeliz.
Por el otro lado, nos encontramos con poemas cuyo tema es el amor, uno de los grandes motivos de la literatura de todos los tiempos; donde la palabra pretende asir en plenitud el más noble de los sentimientos humanos, tal como lo podemos percibir en el poema Mi alma que a la letra dice:
Mi cuerpo es tuyo,
pues te ama y te desea con locura.
Mi mente es tuya,
pues no se separa de ti ni un momento
y te acaricia en sus largos delirios.
Pero mi alma no es tuya...
¡mi alma eres tú!
El poema Cajita infeliz —cristalina alusión al producto de una transnacional que vende comida chatarra, donde los niños de bien celebran sus cumpleaños— recoge dos historias; por un lado la de Memín, un niño de la calle, hijo de una drogadicta que vende estupefacientes para mantener al niño, puesto que su padre había muerto asesinado. El otro niño es Agustín, hijo de papá y mamá, quien creció con mimos y con todas las comodidades que el dinero puede ofrecer.
El nacimiento de Memín esboza una realidad cruda, pero no por ello irreal:
Una madre adicta
a la piedra en pipa,
con droga en las venas
al niño parió.
Llena de rencores
y de sufrimientos,
con amarga leche
a él lo amamantó.
Nunca vio a su padre
más que en una foto
de, cuando en la cárcel,
alguien lo mató.
En cuanto a las condiciones del nacimiento de Agustín, son totalmente contrarias:
En la misma tierra,
en la misma patria,
en el mismo tiempo y
misma sociedad,
otro niño nace
en cuna de plata,
de apellido bueno,
en el hospital.
Su padre está vivo,
viste de corbata.
Desayunan juntos,
lo besa en la frente.
La madre lo abraza,
lo acuna en sus brazos.
El bebé se duerme
en blando calor.
La leche en sus tetas
nunca supo a droga,
o al ácido odio,
sólo a tibio amor.
Hay una estrofa que hace clara diferencia entre los significados de los nombres. El nombre del niño rico, lo distingue, le da un lugar único en la sociedad; el del niño pobre lo generaliza, lo minimiza, lo denigra y lo convierte en un ser sin nombre:
Ahora, este otro niño,
digamos que es rubio
y blanco y católico,
se llama Agustín.
Tiene un nombre fijo,
porque tuvo agua
bendita en la frente
cuando era bebé.
Mientras que este otro
tiene muchos nombres:
pela’o, man, chombito,
laopé, buay, bribón,
carajo, negrito,
Memín y ladrón.
Es fácil advertir cómo cambia la semántica de los nombres a los personajes, con lo cual se establecen claras diferencias entre los niños provenientes de las familias de bien y los niños de la calle, aquellos que yacen olvidados ganando el pan con el sudor de su frente, o bien aquellos que, lamentablemente, como el caso de Memín, tienen que dañar su vida con miras a subsistir.
En una ocasión, ambos niños se encuentran en un semáforo. Memín, pide limosnas, Agustín viaja en un automóvil de lujo. Memín, pide algo para comer; Agustín disfruta de una cajita feliz. Agustín pregunta quién es aquel niño, interrogante que nunca tendrá respuesta. Memín comienza a sentir el veneno del odio contra aquel chico que todo lo tenía. En fin, el poema nos explica la injusticia social y, lo peor, nos deja claro cómo y de qué manera aparecen los malos sentimientos.
Al final ambos mueren de manera trágica. Memín es asesinado; Agustín se accidenta en su automóvil cuando, bajo los efectos de la droga, participa de una regata. El poema nos da dos lecciones: los hijos son el reflejo de la conducta de sus padres; la muerte nos iguala para la eternidad, a pesar de las diferencias que tengamos en vida.
En síntesis, me atrevo a argumentar que Roberto Pérez-Franco, en esta antología, ha hecho una excelente recopilación de su producción literaria, generando una obra de profunda madurez, capaz de complacer a los más severos lectores.
La obra, en todas sus secciones, esboza un testimonio de madurez y exigencia literaria, lo cual la convierte en una interesante pieza que, por sus propios méritos, recomienda su lectura.
Melquiades Villarreal Castillo
Peña Blanca de Las Tablas, 3 de febrero de 2009.
Publicado en la Revista Maga No 63 (p.96-100)
MELQUIADES VILLARREAL CASTILLO. Nació en Las Tablas en 1965. Profesor de Español y Magíster en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Panamá. Especialista en Docencia Universitaria por la Universidad Interamericana de Educación a Distancia. Estudios de Maestría en Lexicología Hispánica en la Real Academia de la Lengua, Madrid. Premio Ricardo Miró de Ensayo 2002 con: Esperanza o realidad: fronteras de la identidad panameña (2003). Ha publicado también: Cien años de literatura en Los Santos (2003).