Cenizas de ángel:
viaje del médico al curandero

La literatura hispanoamericana, por ende la panameña, siempre ha estado revestida de elementos insólitos, que muchas veces no son fácilmente perceptibles. Es la lectura constante y variada la herramienta que nos permite la clave para desentrañar la multiplicidad de sus secretos. Acabo de leer, lectura rápida, Cenizas de Ángel, última publicación de Roberto Pérez-Franco y he logrado atisbar una pluralidad (que no su totalidad) de componentes sugeridores que promueven nuevas lecturas y porqué no relecturas de sus obras anteriores.

He leído y comentado todas las obras de Pérez-Franco. Así, cuando leí Confesiones en el cautiverio comenté que me llamaba mucho la atención el homenaje rendido a García Márquez. De Cuando florece el macano, señalé que era una obra de adolescencia, la cual a pesar de su ingenuidad (comprensible en la creación de un chico que cursaba el bachillerato), evidenciaba la semilla que un día fructificaría, como en efecto ha ocurrido; Vida como cuento y como colección, me llevó a afirmar que Pérez-Franco había alcanzado su identidad narrativa, que ya era él, que el escritor que se venía forjando se había encontrado consigo mismo, que sus nuevos horizontes marcaban el camino de su singularidad. Es más, mantengo mi posición personal, en cuanto a que Vida es uno de los mejores cuentos que se ha escrito en Panamá.

Sin embargo, inexorablemente el tiempo transcurre: se gana experiencia, se vive, se lee y cada vez más el ser humano va alcanzando ese estado de entelequia que le está destinado en el camino de la perfección. Si bien es cierto, que la reseña que presento no persigue blandir un panegírico pomposo, no me es dable dejar de argumentar en beneficio de la madurez alcanzada por el escritor.

La obra de Pérez-Franco es una sola, pero evolucionada. Captó mi atención la cantidad de ingredientes que aparecían tímidos en sus obras anteriores, sobre todo Cuando florece el macano –obra inicial– y que ahora cobran una vida independiente después del trabajo prolijo, del pulimiento esmerado y de la exigencia máxima; al grado de que habría que escudriñarlos con detenimiento, para encontrarlos, porque del mismo modo que la oruga se metamorfosea en mariposa, en este texto he podido evidenciar que lo que fueron cándidas ideas relatadas en sus primeros cuentos, se han convertido en el sustento de narraciones teñidas con finos elementos propios de la poesía, tales como podemos apreciar en los siguientes referidos a la noche y capaces de contener todos sus arcanos: “La noche se prolonga en sombras cenicientas, apenas definibles bajo la luna menguante.” “La noche se traga los pasos, acentuando la sensación de soledad.” No podemos negar que si hacemos un leve ejercicio interpretativo advertimos que los textos son capaces de comprender la esencia misma de la vida humana.

Cenizas de ángel es una colección compuesta por quince relatos. En cada uno de ellos se maneja con pericia el factor sorpresa. Las historias se entretejen de una forma sutil que comprometen al lector, al interpretar una realidad aparente que se desdibuja de forma súbita, generando el efecto que debe producir la literatura: emociones.

La intrusa, cuento que sirve de puerta a la obra mezcla la realidad con lo onírico, al grado de confundir al protagonista (por qué no al lector) al absorberlo de manera inevitable cuando se rompen las fronteras de su vida habitual y la cotidianidad de sus sueños. El erotismo le da un toque especial al relato, sobre todo, porque se maneja de forma grácil y natural, sin los matices ni las suspicacias de la lascivia caracterizada por la inmoderada propensión a los deleites carnales, tal y cual nos diría el académico.

En el camino es un relato sorpresivo en extremo. Recoge infinidad de elementos en el mundo de su propia historia. Es un documento que más que literatura recoge una amplia variedad de ingredientes sociológicos que nos permiten conocer mejor la idiosincrasia y el espíritu de nuestra sociedad en general, la cual, aunque revestida de urbana, conserva intactos los más recónditos componentes de la superstición.

El temor a la muerte, a los muertos y a lo desconocido, ha hecho desbordar ríos de tinta a través de los tiempos. Por ello, en el relato observamos el afán lúdico del narrador, quien nos cuenta el miedo del protagonista al tener que caminar frente a dos cementerios; el susto es mayor, cuando se ve sorprendido por una persona con características muy particulares, sobre todo dentro del escenario en el que se desenvuelve la historia. El protagonista se percata de que su acompañante es extraño; es fácil reír con la inventiva; pero mucho más extraño y motivo que mueve a risa resulta el final del relato en el cual es el narrador quien termina riéndose de nosotros: sus lectores, que ya no estamos seguros si pertenecemos también al mundo del más allá.

Por último, reseñaré brevemente el cuento El invento, que en alguna medida es el que sirve de basamento a la perspectiva de mi lectura: el avance de la ciencia que lleva al hombre a sus primitivos orígenes. Llama la atención el uso de diferentes técnicas narrativas dentro de este relato, que tiene matices ensayísticos, de minicuento, y sobre todo, que después de plantear nuevas situaciones, a través de una perfecta estructura circular nos ubica en el principio. Así, pues, a través de un logrado ejercicio minificcional y metaficcional, el narrador incluye al lector en su mundo, al llevarlo a analizar el hecho de que: “la capacidad de escribir divide el pasado del hombre en prehistoria e historia.” Luego, nos habla de todos los avances existentes en nuestro tiempo, de cómo se evolucionó desde el cuero, el papiro hasta llegar al papel y nos presenta una visión clara en torno al rol desempeñado por la informática en el manejo y almacenamiento de la información. ¿Qué ocurriría si por un momento desaparecieran todos los libros y si todos los medios informáticos se vieran afectados por algún factor que los descartara? ¿Qué ocurriría con todo el pensamiento y el conocimiento humano? Así, en una perfecta, alusión al médico que tiene que volver donde el curandero, el narrador nos dice que la única fórmula sería inventar una nueva simbología codificada para imprimirla con tinta negra sobre superficies blancas; es decir, habría que reinventar la escritura, el barro, el cuero, el papiro y el papel, para comenzar una nueva historia, que pudiera iniciarse así: “La capacidad de escribir divide el pasado del hombre en prehistoria e historia...”

Las Tablas, 12 de agosto de 2006.

Melquiades Villarreal Castillo
2006