La buena nueva de 'Cenizas de ángel' de Roberto Pérez-Franco
I
He procurado sostener en diversos foros que la literatura panameña ha mantenido su punta de lanza, de manera permanente, en la calidad y cantidad de buenos cuentistas surgidos desde que Darío Herrera publica en 1903 el primer libro de cuentos de autor nacional: Horas lejanas. Y este singular fenómeno –totalmente demostrable- se mantiene hasta la fecha. Incluso ahora más que nunca.
En la década de los ochentas del siglo pasado se dan a conocer en Panamá cuentistas que enriquecieron el quehacer literario del país con obras sobresalientes. Menciono a algunos: Félix Armando Quirós Tejeira, Rogelio Guerra Ávila, Allen Patiño, Giovanna Benedetti, Raúl Leis, Consuelo Tomás, Claudio De Castro, Rey Barría, Juan Antonio Gómez, Víctor Rodríguez Sagel, Herasto Reyes (prematuramente desaparecidos estos dos últimos)... Y en los noventas, aparecen cuentistas como Beatriz Valdés, Rafael Ruiloba, Isis Tejeira, Bolívar Aparicio, Antonio Paredes Villegas, David Róbinson, Ramón Fonseca Mora, Aida Judith González Castrellón, Cáncer Ortega Santizo, Katia del C. Malo, Oscar Isaac Muñoz, Pedro Luis Prados, Carlos Oriel Wynter Melo, Melanie Taylor, José Luis Rodríguez Pittí y Roberto Pérez-Franco, entre otros. En la década del 2000, se dan a conocer como cuentistas Ariel Barría Alvarado, Yolanda Hackshaw, Leadimiro González, Francisco Berguido, Digna Valderrama, Rafael Alexis Álvarez, Carlos Fong, Erika Harris, Eduardo Soto, Marisín Reina, Jorge Thomas (seudónimo de Juan David Morgan), Francys de Skogsberg, Mauro Zúñiga Araúz, Marisín González, Héctor Collado, Klenya Morales, Lupita Quirós Athanasiadis, Isabel Herrera de Taylor, Annabel Miguelena y Gloria Melania Rodríguez (la más reciente), entre otros. Una verdadera pléyade. Todos talentosos, pletóricos de fe en la literatura, dispuestos a emprender el desafío de continuar escribiendo.
Es interesante constatar que en cada una de estas décadas –por mencionar una forma de medición- aparecen cuentistas de muy diversas edades y profesiones, y que cada vez es mayor el número de mujeres entre quienes publican buenos libros de cuentos (todos los creadores aludidos han publicado hasta la fecha al menos un libro de cuentos). Por ejemplo, los nuevos narradores de mayor edad son Manuelita Alemán (Madelag, 1920), quien en 2003 publica Los cuentos de Madelag y en 2005, Rombos; y Eudoro Silvera (1916), quien publica Cuentos en primer persona singular en 2004. Y las dos más jóvenes son: Annabel Miguelena (1984), con su libro Punto final (2005) y Gloria Melania Rodríguez Molina (1981), con su recién estrenado libro Cartas al editor (2006). Y pronto verá la luz el libro Soñar despiertos (2006), un volumen colectivo de cuentos y poemas de un grupo de nuevos autores de diversas edades, egresados del Diplomado en Creación Literaria 2004 impartido por la U.T.P. Además, todo parece indicar que a principios de 2007 seguirá otro volumen colectivo, esta vez con materiales de la mayoría de los egresados del Diplomado en Creación Literaria 2006, en el que el cuento ocupará un sitio de privilegio. Por supuesto, todas estas son voces nuevas que se suman a la efervescencia narrativa ya existente.
Es importante acotar que, de manera simultánea a todo lo anterior, no hemos dejado de escribir y de publicar libros de cuentos –y de otros géneros- muchos escritores de mayor trayectoria literaria y edad, cada quien a su ritmo y con sus características propias: Justo Arroyo, Ernesto Endara, Pedro Rivera, Álvaro Menéndez Franco, Moravia Ochoa López, Rosa María Britton y Enrique Jaramillo Levi, entre otros. Por otra parte, debo apuntar que desde hace muchos años nos deben nuevos libros de cuentos escritores importantes como Bertalicia Peralta, Enrique Chuez, Dimas Lidio Pitty, Griselda López y Roberto Luzcando, entre otros.
Lamentablemente, la mayor parte de estos nombres, de considerable valía literaria, muy poco o nada dicen a la mayor parte de los integrantes de la sociedad panameña, incluso a nuestra todavía reducida comunidad de lectores. Su talento narrativo permanece desconocido, ignorado, pese a su significativo aporte a la bibliografía nacional. La pésima circulación de los libros, su exigua promoción, la casi nula existencia de investigadores y críticos profesionales que sostenidamente rescaten y valoren los méritos de quienes publican con enorme esfuerzo y tenacidad, así como el poco interés que en Panamá suelen despertar las obras cuyos contenidos apelan a la inteligencia y a la sensibilidad y no al facilismo simplón, son las principales causas de esta brecha enorme que hay entre la producción literaria y su debida recepción.
Y sin embargo, se mueve –dijo Galileo poco después de ser obligado por sus inquisidores a retractarse en torno a su afirmación de que eran la tierra y los demás planetas de nuestra galaxia los que giran alrededor del sol, y no al revés. Es decir, pese a los problemas de valoración, difusión y venta de los libros, se sigue produciendo en Panamá un creciente y diferenciado entretejido de obras literarias y autores –también en poesía y novela, aunque bastante menos que en cuento- auge este que debe ser celebrado y alentado. Justamente esto hace, con entusiasmo y continuidad, la Universidad Tecnológica de Panamá. Como ninguna otra institución ni empresa en el país hasta el momento, aquí publicamos, modestamente, libros que tienen todos los méritos que debe tener una obra literaria para darse a conocer: un promedio de 12 al año. Este fenómeno singular, lamentablemente, no ha sido reseñado por los medios, prestos siempre a destacar como noticia lo negativo. No ha recibido el apoyo de la inmensa mayoría de los profesores de Español de secundaria y universidad, quienes bien pudieran poner en contacto a sus alumnos con la nueva producción literaria nacional, en lugar de quedarse cómodamente anquilosados en los viejos textos seculares. ¡Mundo de paradojas y contrastes el que vivimos o nos vive!
II
Dentro de este contexto aparece el libro Cenizas de ángel –Premio Nacional de Cuento “José María Sánchez” 2005- (certamen, por cierto, auspiciado por la U.T.P. y que en su actual convocatoria entra ya a su décima primera versión), libro que acaba de ser publicado por esta Universidad en su Colección “Cuadernos Marginales”, y que esta noche nos convoca. Libro, por cierto, escrito por uno de los más talentosos autores de las recientes generaciones.
Roberto Pérez-Franco nace en 1976, en Chitré. Ingeniero Electromecánico egresado de la Universidad Tecnológica de Panamá, tiene una Maestría en Logística por el prestigioso Inastituto Tecnológico de Massachusetts, y está por ingresar en unos días al Doctorado en Estrategia Logística de la misma institución. Miembro de la Asociación Universal de Esperanto, del Círculo de Escritores de Azuero y de la Asociación de Escritores de Panamá, es a mi juicio uno de los más versátiles escritores panameños de los últimos 20 años. Entre sus aficiones se encuentran la astronomía, la pintura, la fotografía, la música, los petroglifos y el ajedrez. Ha participado en las danzas de Corpus Christi en la Villa de los Santos. Es autor de cuatro libros de cuentos: Cuando florece el macano (1993), Confesiones en el cautiverio (1996), Cierra tus ojos (2000) –también publicado por la U.T.P.- y ahora Cenizas de ángel (2006). Es oportuno decir aquí que su cuento “Vida”, que pertenece a su penúltimo libro, se ha convertido en una especie de “clásico” de las nuevas generaciones debido a su intensa vivencia humana, narrada dentro de una estructura tradicional impecable y mediante el uso de un lenguaje sencillo y de gran precisión, desde el punto de vista de un niño vívidamente situado en una atmósfera rural. Lectura obligada para todo el que quiera saber cómo se cuenta hermosamente un cuento.
Sin duda llama la atención el hecho de que varios de los escritores –cuentistas y novelistas- que surgen en las últimas décadas en Panamá sean, al igual que Pérez-Franco, ingenieros: Javier Riba Peñalba, Ramón Varela Morales, Félix Armando Quirós Tejeira, Óscar Isaac Muñoz, Antonio Paredes Villegas, Humberto Urroz, Carlos Oriel Wynter Melo y José Luis Rodríguez Pittí. Por supuesto, en otros momentos hemos tenido también escritores que fueron o son médicos, abogados, arquitectos, contadores, periodistas y profesores de Literatura, principalmente.
Los compañeros de generación de Roberto Pérez-Franco son también talentosos cuentistas: Melanie Taylor (1972), Carlos Oriel Wynter Melo (1971), José Luis Rodríguez Pittí (1971) y Marisín Reina (1971). Nada más hay una generación –emergente- más joven que ésa: la que por el momento sólo integran Annabel Miguelena (1984) y Gloria Melania Rodríguez Molina (1981), por tener ya cada una un libro publicado; pero sin duda pronto aparecerán libros individuales de la gente joven que se congrega en los volúmenes colectivos ya mencionados. Estos nuevos escritores constituyen, junto con algunos de los de las generaciones inmediatamente anteriores, una auténtica fuerza de relevo para este singular género de ficción breve. Lo importante es que como creadores individuales continúen produciendo obras de interés humano y estético, procurando superarse en cada nueva obra. No tengo la menor duda de que el ejemplo dado por Roberto Pérez-Franco , sobre todo en sus dos últimos libros de gran calidad –Cierra tus ojos y Cenizas de ángel-, será un factor estimulante para que esta meta se alcance. Y, por supuesto, sé que la capacidad natural de este cuentista azuerense, sumada a su constancia como lector disciplinado y exigente, harán de él uno de nuestros más conspicuos narradores. Veamos brevemente, a partir de algunos ejemplos de su más reciente libro, por qué.
III
Cenizas de ángel, como muy bien lo apunta el Fallo del Jurado Calificador del Premio Nacional de Cuento “José María Sánchez” 2005, tiene las siguientes características distintivas: los 15 cuentos que lo integran “atrapan el interés del lector por su variedad temática, sus recursos expresivos, el uso de registros fantásticos, realistas e incluso regionalistas.” Por otro lado, el autor “demuestra dominio de la narración, la descripción, el diálogo y una cultura literaria bien cimentada, además de utilizar técnicas narrativas propias de la literatura contemporánea, que sensibilizan y hacen partícipe al lector.” Una excelente síntesis del oficio narrativo de Pérez-Franco.
Así, a mi juicio, “La intrusa”, primer cuento de la colección, es una pequeña obra maestra de la imaginación. Su precisión semántica, estructura exacta y desenlace sorprendente e impecable, le permiten al autor manejar con verosimilitud las entretelas de un mundo onírico que se torna fulminantemente real.
Es un relato en el que todos los aspectos están consultados... y ejecutados. Tanto el enigma que impregna al texto de misterio, como el inexorable mecanismo de relojería literaria que le da sentido, están ensamblados con la más alta cuota de sabiduría estética. Lo onírico y lo erótico juntan sus coordenadas temporales para violar frágiles parámetros de la realidad y en el proceso ingresar al neblinoso espacio de lo fantástico.
Por otra parte, “Hacia el jardín” es otro cuento de antología. Sus dos páginas y media, fundamentalmente dialogadas, meticulosamente hacen penetrar lo sobrenatural al mundo cotidiano y le imprimen un suave hálito poético que en su desenlace bien podríamos denominar, a falta de mejor nombre, “realismo mágico”, si no fuera porque este término ya está bastante pasado de moda. No de otra manera se puede entender el sutil entrecruzamiento de elementos del mundo de los vivos –sobre todo la mariposa-, al de los muertos que aún se comunican en sueños con ciertos seres hipersensibles, y nuevamente de vuelta al plano de la realidad cotidiana. Cuando esto ocurre –ante el asombro de los incrédulos- deja de haber diferencias entre un ámbito o dimensión y otro, porque todo se torna real.
La contundencia de los finales de estos dos textos magistrales de Pérez-Franco los colocan, me parece –y no soy dado a exagerar en mis juicios literarios-, entre los mejores cuentos escritos en Panamá.
“La última rosa”, “Destino”, “La leyenda del rey viudo” y “Caña rota” tienen un encanto trágico. Construidos con meticulosa parsimonia en un lenguaje a ratos lírico que fluye hasta desembocar, por caminos distintos, en muerte súbita, tienen un halo de fatalidad que distorsiona propósitos y tuerce metas a los personajes. A veces suceden las cosas por el procedimiento ritual que alimenta al mito y a la leyenda, y cuya manifestación es una prosa hecha de imágenes capaz de ir tejiendo símbolos y enhebrando sortilegios que fluyen naturales como parte de las historias. En otros relatos, un estricto realismo –a veces regional- encadena indefectiblemente sus pautas hacia lo imprevisible, que también resulta ser lo inevitable. En todos los casos, se vuelve evidente un total dominio del oficio: el lector tiene en todo momento, y en cada historia contada, la sensación de que cada palabra, cada frase, cada párrafo –además de, a otro nivel, las tramas, las atmósferas y los personajes- están justo donde y como deben estar para que las cosas sean de cierta manera y no de otra, que además es la que el lector termina aceptando como la única.
“El corazón de oro” es un cuento que en varios niveles recuerda al célebre relato “El corazón delator”, de Edgar Allan Poe, padre del cuento moderno; sin duda muy admirado por Pérez Franco. Como solía hacerlo el famoso Maestro, nuestro autor razona mientras narra la historia por boca de su personaje. Esta mujer esgrime al máximo las reflexiones que buscan demostrar una gran lucidez, para lentamente ingresarnos en los estratos de la obsesión que tarde o temprano la conduce a la locura. Es un cuento articulado por la inteligencia y la investigación que caracterizan al personaje, puntillosa observadora del detalle (al igual que nuestro autor). Enajenada y a la vez previsora hasta la exacerbación por lo que pueda causarle mal a su segundo bebé –como antes ocurrió con el primero, quien muere por dejar de respirar en su cuna-, esta madre se obsesiona con un reloj de leontina, con las fechas de ciertos aniversarios y con las consecuencias de determinada frase dicha sin pensar: leit motifs que indefectiblemente conducirán a la desgracia. Así, el paralelismo que ella ve entre los desplazamientos interiores de los engranajes del reloj y los latidos del corazón del segundo bebé, así como la forma en que se preocupa por mantener en perfecta sincronía los dos mecanismos, constituyen el eje principal de la historia.
Pero no es lo mismo mirar desde fuera estos cuentos tratando de explicárnoslos a posteriori, que ingresar al inducido encanto natural de la lectura. Nada puede sustituir al placer que nos produce degustar cada texto haciendo el inevitable trayecto de la inocencia a la malicia. En todo caso, es necesario afirmar que Cenizas de ángel nace como una obra de plena madurez, de sorprendente versatilidad en temas y formas de narrar. En síntesis, la buena nueva es que se trata de un excelente libro. Créanme: ¡hay que leerlo!
Panamá, 19 de agosto de 2006
Enrique Jaramillo Levi
2006
(Texto leído el 24 de agosto de 2006, en la presentación del libro Cenizas de ángel, de Roberto Pérez-Franco, en el Salón 306 del Edificio de Postgrado del Campus “Víctor Levi Sasso” de la Universidad Tecnológica de Panamá)