La creación de Adán

a David Robinson

Movido por el aliento de la vida, me sacudo y salgo de la arcilla. Permanezco suspendido en el sopor acuoso de la oscuridad. Corrientes tibias me traen partículas con las cuales me alimento. Tengo pequeñas patas, y placas en la espalda. Sobre la superficie lodosa palpo mientras avanzo sin saber hacia dónde voy. Presiento algo de luz y de sonido.

Me impulso por el agua, guiado por mis antenas y por la borrosa luminosidad que se cuela entre las olas. Nado un poco. Desarrollo escamas y aletas, y nado más fuerte y rápido. Devoro pequeños seres que flotan a mi alrededor. Miro hacia la superficie del agua y percibo el sol. Veo manchas azules, blancas y verdes. Llego a la costa y salgo a tierra.

Me arrastro sobre la arena cálida. No puedo respirar, así que regreso al agua. Vuelvo a intentarlo. Crecen pulmones en mi pecho, y avanzo tierra adentro. Mi piel se torna verde, para confundirse con el entorno. Mis aletas se truecan en patas con garras y en una cola larga y musculosa. Trepo en los árboles y me alimento de insectos, frutos y hojas.

La tierra es mía y crezco para dominarla. Mi cabeza supera las palmeras más altas, mi fuerza derriba troncos. Persigo y devoro a mis semejantes con poderosos colmillos. Miro al cielo, y quiero alcanzarlo. Me hago nuevamente pequeño y liviano. Mis fauces se convierten en uñas. Mis huesos se ahuecan. Plumas nacen en mis brazos. Echo a volar.

Me paseo por las nubes y contemplo el mar junto a la costa. Soy libre. Tras largo vuelo, vuelvo a tierra y pierdo mis alas. Junto a un río hago mi refugio. Vuelvo al agua, y crecen membranas en mis patas. Mis plumas se afinan y se convierten en pelos. Mi pico se aplana y vuelven a crecer los dientes en mi boca. Sangre caliente fluye por mis venas.

En cuatro patas corro a través del bosque. El pelambre de mi cuerpo me protege del frío. Cazo a otros animales más pequeños y amamanto a mis cachorros. Mi vista se agudiza. Mi olfato despierta. Entiendo mejor el entorno que me rodea. Veo un árbol cercano y lo trepo. Alcanzo una hoja verde y un insecto; los pongo en mi boca. El sol cae.

Salto a una rama más lejana. Sentado sobre ella, me rasco. Percibo que el bosque se repliega, y vuelvo al suelo para buscar alimento. Los árboles son escasos, así que vivo sobre la llanura. Andar largas distancias es más cómodo si marcho erguido. Con un palo golpeo a un conejo y lo desgarro. El pelo de mi cuerpo se hace menos tupido y siento frío.

Hago fuego. Las piedras filosas son mejores para cazar, trabadas en la punta de un palo. La piel de los bisontes me sirve de abrigo. Sobre las paredes de las cavernas dibujo lo que ven mis ojos. Derrito la roca en el fuego y le doy la forma que quiero. Prefiero la compañía de otros, que cazan conmigo y construyen refugios cerca del mío. Soy el líder del grupo.

Me establezco en un solo sitio. Obligo a la tierra a darme frutos, que cosecho y guardo para la época fría. Una cerca de troncos protege nuestras chozas. Las herramientas facilitan el trabajo. Mis compañeros me entienden, y marco sobre el barro los sonidos de mi boca. Miro el océano y siento que me llama. Me hago al mar en barcos de madera.

El sol está saliendo. Comercio con otros pueblos y acumulo riquezas. Regreso a mi aldea y veo que ahora es un imperio. El rey, que da órdenes según su voluntad, no me reconoce. Bajo su mando trabajo la tierra, y él se lleva la mitad de mis frutos. Temo por mi vida, y por eso le obedezco. Otro rey le hace la guerra, y lo vence. Se sienta en su trono.

Un viejo, que antes me hablaba de los poderes de la naturaleza, ahora me habla del dios Sol, de los dioses, de Dios, del hijo de Dios. Miro al cielo y comienzo a entender los movimientos de los astros. Estudio los cadáveres de los caídos y aprendo a reconocer las partes del cuerpo humano. Sobre la pira quemaron a una vieja, acusada de brujería.

Yo no creo en brujerías, sin embargo. Prefiero creer en los valores del espíritu humano. Ya no quiero trabajar para el rey, que se lleva la mitad de mis granos. Con la espada en mano, obtengo mi libertad. Cultivo mi propia tierra, con cuyos frutos alimento a mis hijos. Sobre el papel calculo, vierto en tinta mis pensamientos, pinto en la tela mis ilusiones.

Los límites entre naciones segmentan la Tierra, y la guerra pronto cubre su faz. Tras la bomba, el terror paraliza a los pueblos. Alianzas se balancean sobre un débil equilibrio. Leo en el diario que aviones dan la vuelta al mundo, que el hombre llega a la Luna, que telescopios hurgan las entrañas del espacio, que una red electrónica interconecta los continentes.

Regreso a casa, me aflojo la corbata y me siento frente al televisor, pensando cómo pagaré las cuentas a fin de mes. De las noticias paso a un partido de fútbol, a un documental sobre la extinción de los leones en África, y al programa religioso de un predicador, Adam Smith, que despotrica contra enseñar la teoría de la evolución en las escuelas. Sorbo mi trago de güisqui.

– ¿Sabes? – le digo a mi mujer. – No entiendo cómo a Darwin se le ocurrió decir que venimos del mono.

Roberto Pérez-Franco
2006