La leyenda del rey viudo

a Melanie Taylor

El rey Kronor, soberano de un país en las tierras del hielo, perdió en un invierno crudo a su reina. «Demasiado pronto llegó el beso de la muerte», se lamentó ante el dios. Trece lunas la lloró, pero sus lágrimas no sanaron la herida de su alma. No encontró en su tierra resignación para vivir.

Una mañana, Kronor montó su corcel y cabalgó allende los límites de su reino. Su corazón fue malherido por la mirada de una joven doncella, vestida en la piel de lobos blancos. «Conozco tus ojos grises», suspiró el rey. La mujer desapareció en una ventisca. El monarca sintió en su corazón el extraño anhelo de tener a esta aparecida como su reina. Su consejero le advirtió que la tradición prohíbe a una extranjera acceder al trono. En su alma, el rey sabía que esta mujer no le era extraña.

Tardes sin número cabalgó el monarca más allá de los confines de su estado, para contemplar desde lejos a aquella mujer. Algunas veces la encontró paseando sola sobre la nieve fresca. Ella le sonreía en silencio. Su belleza conocida atormentaba a Kronor. Su corazón se agitó como las auroras de la noche. Soñó con aquel cuerpo abrigado bajo el pelaje del lobo, ángel de tibieza en un abismo de hielo.

Una mañana, el príncipe Kronhast, heredero de la corona, venció a su padre en una partida de ajedrez. Poniéndose de pie, el rey gritó: «Saca tu espada», y se batió con él. Cuando el helado filo de la espada de Kronhast se posó reticente sobre el cuello paterno, el soberano sonrió y dijo: «Soy libre. Has crecido más fuerte y sabio que tu padre. Sabrás defender nuestros dominios desde el trono. Por mi parte, he sido conquistado: mis días aquí han terminado».

Kronor convocó a su corte esa noche. Tras un banquete les anunció: «He aquí a mi hijo Kronhast, vuestro nuevo rey. Mi corazón me llevará hoy a otras tierras». Ninguna otra palabra pronunció su boca. Se cubrió con un abrigo de piel de lobos blancos y cabalgó en su potro más allá de los confines del reino. Nunca nadie más le vio.

Esta es la leyenda de Kronor, el rey viudo, según la cuentan los ancianos de las tierras del hielo: dicen que todas las noches, bajo la luz de la luna, dos lobos blancos corren juntos sobre la nieve fresca; que estas son las almas del rey Kronor y su reina; que el rey todavía vive. Generaciones de soberanos gobernaron a la sombra de la leyenda. Kronhast, el justo; Kronmaron, el sabio; Kronsorel, el bueno. Kronarion, el grande.

Pero llegó el tiempo de Kronhul, el de alma dura, quien por no compartir con un muerto la gloria de su reinado, quiso desmentir la leyenda. «Si hago creer que he encontrado en el bosque el abrigo de lobos que Kronor vestía, demostraré que está muerto y que la leyenda es falsa». Envió a un cazador a matar lobos blancos para hacer un abrigo que sirviera en su engaño.

El cazador regresó tras tres noches, con el pelaje de dos lobos blancos. Envueltos en paños rojos, traía sus corazones. «He matado en la noche a estos lobos blancos, ¡oh Kronhul!, y al desollarlos encontré corazones humanos. Caiga sobre tu cabeza la sangre de Kronor». La lanza que abatió al lobo macho atravesó el pecho de Kronhul, el de alma dura, y le dio muerte.

Roberto Pérez-Franco
2005