El invento
A José Luis Rodríguez Pittí
La capacidad de escribir divide el pasado del hombre en prehistoria e historia. Barro primero, luego cuero, papiro y papel, recibieron las marcas del lenguaje: manchas de pensamiento, ideas congeladas para comer luego, voz cristalizada en garabatos.
En el presente los libros son cotidianos al punto que damos por hecho su permanencia. Sin embargo, ¿qué papel jugará el papel en el futuro? ¡No te rías! No es un juego de palabras. ¿Acaso no anotas tus números de teléfono en una agenda electrónica? Ya no necesitas una con hojas, pues el aparatejo te basta. Ya no escribes tus cuentos en un cuaderno: ahora usas una computadora. Sin embargo, un día se agotan las baterías de la agenda y tus direcciones van a parar al limbo; o tu perro se acuesta sobre el enchufe de la computadora y tu último cuento, que iba a ser tu obra maestra, va con Dante a pasear por el infierno.
¿Qué sería del hombre si en el futuro nuevos medios de almacenaje de información reemplazaran totalmente al papel? Los libros serían primero objetos de museo, luego un recuerdo y al final nada: se hundirían en el olvido. La escritura misma podría desaparecer. La información se transmitiría directamente al cerebro, sin la intervención de los ojos, sin necesidad de símbolos, papel o tinta.
He imaginado un momento en el futuro de la civilización, cuando no se ha utilizado un papel en milenios, y se desconoce el significado de la palabra ‘libro’. La dependencia del status quo en la información lleva a las autoridades al pánico cuando descubren que sus métodos de almacenaje pueden fallar bajo ciertas circunstancias. La necesidad los hace inventores. Nosotros hoy usaríamos papel para preservar los datos importantes, pero en ese futuro donde incluso el lenguaje escrito ha sido olvidado, ¿qué inventarían? Tal vez redescubrirían lo que hoy nos es obvio. Podría ser un buen tema para un minicuento. Algo más o menos así:
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«(...) Pronto se descubrió que el 'ataque' que había mantenido al sistema central inoperante durante una semana no fue causado por un virus infiltrado por la resistencia, sino por una especie de reacción auto-inmune de la computadora central: la aplicación que detecta y destruye a los programas malignos había confundido trozos de su propio código con ataques externos, y borró partes de sí mismo.
«Cuando se le informó que, por tercera vez, algunos documentos del archivo universal se habían corrompido como resultado de problemas en el sistema central (incluyendo la pérdida de datos irrecuperables sobre la historia del mundo anterior al año tres mil), la Federación comprendió que se necesitaba un medio más confiable que los mega-cristales de silicio para almacenar documentos importantes. Estudios se realizaron, propuestas se presentaron, pero solamente una no dependía de la energía de la eter-malla para conservar la información. Era un invento brillante, por su simplicidad y eficacia, que trataré de describir a continuación (advirtiendo que desconozco los detalles, pues el proyecto es todavía secreto de alto nivel).
«Se descubrió que una especie de caña que crece en el Museo del Mundo Pre-Cataclísmico, nativa de los deltas de un río ecuatorial en la Tierra, tiene un tallo fibroso. Cortando este tallo en láminas delgadas, y sobreponiéndolas de manera intercalada en tres o cuatro capas, se consigue una especie de superficie plana flexible que, tras someterse a la radiación de una estrella, queda seca, firme y blanquecina. Por otro lado, mezclando carbón y arcilla (ambos minerales todavía abundantes en las reservas de la Federación) se puede construir una barra que, expuesta a altas temperaturas, producirá un instrumento capaz de dejar marcas negras cuando se le fricciona contra la superficie blanca ya descrita.
«Las marcas todavía son borrosas, pero los investigadores prometen refinar la tecnología de producción de la superficie y la barra hasta obtener marcas nítidas y controlables. El plan de la Federación, según he sabido, es desarrollar un código, un sistema secuencial de símbolos que sirva para codificar el pensamiento y almacenar, mediante marcas negras en la superficie blanca, la información que subsiste en los archivos universales. Así se evitará que el resto de la historia de nuestra civilización se pierda para siempre en el olvido, como un ángel amnésico en el abismo laberíntico de la entropía. (...)»
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Releyendo lo que he escrito, me parece que sería poca cosa para un minicuento. Primero, estaría fuera del contexto de la colección. Segundo, es demasiado súbito: el lector se sentiría engañado. Tal vez podría agregar a esos párrafos algo de texto introductorio, explicando cómo se me ocurrió la idea del relato, y lo pongo al final de la colección. Podría empezar, por ejemplo, más o menos así: «La capacidad de escribir divide el pasado del hombre en prehistoria e historia». Y por ahí me voy...
Roberto Pérez-Franco
2005