Confesiones en el cautiverio

a Rafael Ruiloba

Si confesamos nuestros pecados,
fiel y justo es Él para perdonarnos
y limpiarnos de toda iniquidad.
- I San Juan 1, 9

¡Oh, grande Dios e Señor Nuestro que en aqueste mundo me habéis puesto! ¡Oh, Dios Eterno que coronasteis de gloria á la Castilla e que mandasteis á sus hijos al otro lado de la mar océano! ¡Oh, Dios de derroteros ocultos e voluntad indescifrable! Escribo estas confesiones, como Vuestro siervo que soy e para Vuestra alabanza, e las escribo con presteza antes que se me acabe la vida e se me agote el tiempo, puesto quel aire non me sobra, e temo non le poder llevar á buen término si no es desta apresurada manera. Que fue Vuestra Divina mano, non lo dudo. Ella me condujo á este encierro de donde sé que nunca saldré. Ella, desde el principio de los tiempos, trazó mi destino de tal guisa que hallasen mis días su final desta horrenda manera; e por haber sido ella e non el hado maldito la que definió ésta mi suerte, sé que non me veré privado de un lugar para mí en Vuestro paraíso, maguer quisisteis Vos que la muerte me hallase estando en pecado. Sé que es desta manera, Creador del Mundo, sé que non debo temer por lo que acontescerá á mi alma; pero conozco, por que la he estudiado, lo que manda Vuestra palabra. E como non tengo en esta prisión un Pastor de Vuestra Santa Iglesia á quien confesalle mis culpas, para purgar e dejar en calma mi ánima, e aún más siendo yo uno, entregado á Vuestro servicio desque era un mozuelo fasta este día de mi muerte, lo quel corazón me manda es que vierta sobre aquestos papeles todos mis pecados, que luego leeré en voz alta á modo de confesión, pidiéndoos perdón por ellos, para que todos los dichos pecados lo hallen ante Vuesa misericordia.

El primer pecado que deberé confesaros, ¡oh clementísimo Padre mío!, es tal vez el que más agravio face contra las normas de vuestra Santa Iglesia. Desta Iglesia deberé decir que nunca he gustado della. Á Vos os sirvo e alabo con amor, pero á ella la aborrezco como al demonio mesmo. Espero quella pueda hallar perdón ante Vuestros Omnipresentes ojos, que han visto los horrores e los atropellos que en nombre de Vuestro hijo el Cristo se cometen por estas tierras, con el amparo de aquellos sacerdotes que aman al oro tanto o más aún que á Vos. Padre mío, mil atrocidades se cometen en estas tierras contra los pobres salvajes, tan terribles que da horror presenciarlas u oirlas contar, y el silencio que guardan los que dicen haber sido enviados en Vuestro nombre hiere el corazón más que la espada o la flecha. La avaricia e cobardía destos religiosos, si bien non menoscaban Vuestro esplendor ante mis ojos, á la fin disponen muy mal á los indios para recibiros e amaros. Mas en esto tengo yo la conciencia limpia, e non es aquesto lo que confesar preciso. El pecado que confesaré es otro, uno que muchos pesares e remordimentos me ha causado. Ha martilleado mi conciencia cada día, en cada misa, cada vez que me cubría con la sotana en los treinta e cinco años que llevo en aqueste santo oficio de sacerdote. Ingresé á Vuestro servicio por temor e non por fé. Yo sé que conocéis mis razones. Estaba asustado, e non vide más salida. Me investí como sacerdote para evitar que mi cuerpo entero se transformase en el de un demonio. Yo sé que non debí facello si non sentía en mi corazón la llama de Vuestro espíritu y el deseo sincero de entregarme á Vuestro servicio. ¡Oh, Padre misericordioso! Vos conocéis quántos sinsabores sufrí á manos de mi madri na que á todas horas me atormentaba e me perseguía gritándome que era yo una encarnación del mesmo demonio. Tantas veces me lo dijo e tan seguido que creímelo como cosa muy cierta e gran verdad, e comenzaron con el tiempo á brotarme en la cabeza dos cachitos quando yo apenas cumplía los quince. Los limé cada día con cuero de tiburón para mantenellos á la altura del cráneo, pero non cejó su crescimento. Por esto me enrolé en el convento antes de tornarme entero en un demonio.

¡Pero sabéis que he aprendido á servirte bien, oh, gran Señor, pues mi fe en Vos es grande e soy temeroso de Vuestra ira! Me place ver lo que he fecho como pastor de Vuestro rebaño, pues he vuelto al camino recto á varias almas que estaban descarriadas, e á moros e judíos que non os conocían, e agora en estas nuevas tierras ansí mesmo he fecho con los salvajes, que son mansos e bien dispuestos á recibirte e á obedescer la auctoridad de Vuestro Evangelio. Por lo questo non es lo que me remuerde, sino el haber pretendido en un principio escudarme en la sotana. Mas agora una dulce paz me inunda el alma porque sé que habéis escuchado mi confesión e me habéis perdonado, Padre mío.

Resta poco tiempo e faltan culpas por confesar. Recién llegado yo á estas tierras nuevas proveniente de Cádiz á bordo de una carabela, inicié junto á los colonos la construcción deste templo que agora me aprisiona. Lo construimos primero que las casas e los puertos. Trabajamos intensamente fasta velle terminado, e ficimos un Te Deum para celebrallo. Entonces pudieron Vuestros fieles construir sus casas e las demás cosas que facían falta. Hay que ver las artes destos Malagueños e Sevillanos para edificar las moradas con sus jardines, e los fuertes, que en aquesto fasta parescen moros. Pienso yo que destos aprendieron á construir los cristianos, e digo esto porque antes non se habían visto palacios tan hermosos e bien labrados como los questos moros ficieron. Hubo que tumbar montes e árboles grandísimos, e soportar muchas pestes e azotes de bichos extraños. Hubo que soportar muchas lluvias, e véase que en aquestas tierras llueve con unas tormentas de fuego e truenos quel mesmo infierno es más manso, e que los indios nombran hurakán. Quando húbose terminado la construcción de la villa entera, e se vido la merced de nombralle de alguna forma, yo me adelanté á proponer, e por esto es que me considero pecador, que se le nombrase La Villa de San Longuiño, en honra e prez deste santo patrono de mi pueblo natal, Jerez de la Frontera. Confiésome pecador de pecado mortal de egoísmo, porque mi parescer fue satisfacer mi apetencia o capricho, e non como era justo, conviene saber, quel nombre que recibiese la villa debía ser al gusto e según los deseos de todos los cristianos que en él trabajamos, pues yo también fice jornada con el resto. Los colonos non aceptaron mi proposición, sino que cada uno determinó una propia e como non había dos que de la mesma aldea o pueblo de España viniesen, acaeció lo que en Babel con la torre, salvo que en vez de lenguas diferentes lo que se confundían eran los nombres de santos patronos diferentes. Uno de Huelva le nombraba La Villa de San Geranio Virgen e Mártir, otro de Sevilla le llamaba La Villa de Santa Lucrecia de Miramar, e otro de Alcalá de Guadaira le llamaba La Villa de la Virgen de Cascarrosa, e había uno de Moguer que le nombró La Villa de Santa Cafuné la Perjudicada, e otro más de Valverde Del Camino que le quiso nombrar La Villa de San Tito de La Rabelo, questos son los que me recuerda la memoria. Ansí todos los restantes que eran más de cincuenta hombres, ficieron anuncios de nombres diferentes, porque las mujeres non se atrevieron á anunciar nombres por su boca sino á través de las de sus maridos. Hubo gran discordia e disgusto entre los cristianos, pues nadie quiso ceder e aceptar el nombre del otro. Si yo hobiese intercedido, si hobiese evitado las disputas, la desgracia que ocurrió se habría evitado. En esto pequé grande e horriblemente, Padre, e por ello os pido misericordia, pues ni siquiera cejé en anunciar mi patrono San Longuiño en aquellos días de disputa. Confío en recibir Vuestro perdón, Señor, porque soy arrepentido.

Como non se llegase á un acuerdo, se desató tal batalla entre los cristianos que de pura rabia destrozaron el pueblo, conviene saber, tumbaron las casas, picaron con azadas los caminos e pegaron fuego á los montes sembrados, á los techos caídos e á los puertos. Ardió la villa entera, destrozándose en horas lo que nos había tomado varios meses de trabajos tan pesados que non son dignos ni de esclavos. Sólo el templo que para Vos edificamos quedó intacto, e con ello supieron los cristianos que su Dios había mirado desde el cielo el mal que todos habíamos fecho, e se refugiaron en este templo, pidiéndote perdón por tan malas obras e ciego comportamento. Yo os rogué perdón entonces e os lo vuelvo á suplicar agora, por ser mi culpa más grande que la destos pobres hombres pues yo soy un servidor de Vuestro nombre e me porté como un niño egoísta e mal criado, olvidándome de mi sagrado papel de pacificador. Arrepintiéronse muchos e muy hondamente. Al día siguiente empezamos todos juntos á construir nuevamente el pueblo; he aquí que hubo mucha e muy grande alegría en facello, pues cantamos e nos gozamos mucho trabajando en grupo, como buenos cristianos, con ayuda de los mansos indios que habían mirado con horror las llamas e las disputas. Ansí reconstruimos el pueblo, quedando aqueste muy fermoso, más grande e bien dispuesto que antes, con caminos más anchos e casas más bellas, altas, bien fechas e mejor adornadas. Húbose una gran alegría entre todos los cristianos al ver el pueblo otra vez en pie, e non hubo más disputas sino armonía, pues habían aprendido á cuidar la paz, habiendo pagado tan caro precio por perdella. Confío, Padre santo, que me habéis escuchado e perdonado tan terrible pecado; ansí lo siento yo pues me refresca una tranquilidad e una sensación de paz agora que lo he confesado, sabiendo por esto que me habéis librado del castigo que merecía mi afrenta á Vuestra divina voluntad.

Agora me paresce, Señor e Amo mío, que hay pecados danzando dentro de mi cabeza; que alucino e veo más pecados de los que en verdad tengo, pecados que me pican el entendimento e la lengua, para que los lance al mundo e os pida perdón por ellos. Ha de ser la muerte que se me llega o el aire que se me acaba, lo que me confunde e me atormenta más de lo debido. Confieso aquí uno que non he certeza si sea pecado, más non quiero que por dejar de confesallo se vaya mi ánima entera á arder en el infierno. Juzgad Vos, Padre mío, si es en vano o non confesallo, que si fuere pecado redundará en beneficio de mi alma el habello confesado, e si non lo fuere non habré perdido nada sino el aliento que en escribirlo usare. Este pecado es que yo yazco aquí en esta bodega, llena de tesoros, e afuera han sido muertos á manos de los piratas niños e mujeres cristianas, almas inocentes que merecían vivir . Razonaré con calma y escribiré con priesa lo sucedido sin nombrar las menudencias por non alargar mi discurso, pero confesándoos mi pecado e las razones que me ficieron discurrir desta manera, e ansí Vos juzgaréis con la Vuesa inmensa sabiduría.

Hubo merced nuevamente de nombrar de alguna manera la villa que habíamos construído. Como el hombre es un animal, más veces yerra que acierta, mas non lo es tan bruto en grado de errar dos veces de la misma guisa. Decidieron en acuerdo de todos los cristianos, otorgarme á mí la tarea y el privilegio de nombralle á mi talante, por ser yo el clérigo e por corresponder por tradición estas tareas e oficios de dar nombres á los que son religiosos. Estaba en buen punto el pueblo, e todos esperaban felice suceso. Non le quise nombrar yo La Villa de San Longuiño, e más de uno esperaba que lo ficiere; en cambio, oré pidiéndoos guía e me iluminó una idea que me pareció maravilla: le nombré La Villa de Los Santos, e decidí bendecir el pueblo e celebrar la fiesta el día 1 de noviembre dese año, que era el de mil e quinientos e sesenta e nueve, día que á la sazón distaba unas pocas semanas, por ser el dicho día la fiesta de Todos Los Santos. Todos vuestros fieles lo tuvieron á bien, pareciéndoles aquesta una decisión digna de Salomón, pues ansí todos los santos patronos de todos los pequeños pueblos de España e del mundo entero eran honrados, evitando las disputas futuras. El pueblo creció e prosperó con ligereza, llevado de Vuesa mano, de tal modo que en poco tiempo habíase tornado en un punto de comercio e de abastecimento, e puente de paso para muchas e muy maravillosas riquezas que á la España se enviaban, sangradas destas tierras como de una llaga abierta, porque esta tierra es riquísima en tesoros e maravillas. Este tránsito de oro e de otras cosas de valor era un espectáculo, ansí como el de indios para ser usados de esclavos que á ratos se facía, precioso el primero maguer manchado de sangre, e horripilant e el segundo á todas luces. Un día se escucharon en la villa rumores provenientes de la población que llaman Nombre de Dios, de que unos corsos o piratas andaban cerca de aquellas costas, e por este caso, en viendo las barbas ajenas arder, y en previendo que nos atacasen, nos reunimos en asamblea el alguacil, el gobernador de la villa, que es hombre de mucha fe, el veedor de los tesoros e yo, decidiendo la construcción de una bodega debajo de la losa de la iglesia, para resguardar los tesoros que se encontraran por ventura en la villa al momento que atacase uno destos piratas que he referido. El que se veía venir era uno que nombran Dreic o Drake (1), feroz e implacable, que rondaba mar adentro las aguas del Norte, e que fizo gran tragedia e daño en Nombre de Dios. Si en la villa se perdían aquellos tesoros que de paso estaban, los rescatadores de oro perderían la confianza e buscarían otro punto para cruzallo al otro mar, e los piratas con la dicha del primer ataque, atacarían con frecuencia. Pero si non hallaban cosa de valor en el asalto, non atacarían de nuevo e prosperaría el asentamento. Fízose la bodega, pero lo más en secreto que se pudo, pues es usanza destos piratas dalles tormento á los cristianos para sacalles las verdades, e á los que la vieron se les dijo que era para enterrar unos muertos. Sólo cuatro hombres conocimos el verdadero menester de la bodega; ni siquiera á este gran servidor de Vuestro nombre e defensor de la Castilla, el Teniente Manuel José de Pérez e Delgado, se le confesó el propósito desta bodega; e fasta los mozos que cavaron creyeron ser lo de enterrar unos muertos la gran verdad. Ahora es mi cuita el ser cierta la mentira aquella.

Atacó, como previmos, el pirata á los pocos años de haber fecho la bodega, e hubo gran terror e correría. Quando entraron al pueblo con armas e gran escándalo, se dio la orden á los mancebos que mudaban de lugar el tesoro para que lo llevasen á la iglesia; en quando llegados los bajamos á la bodega los cuatro hombres que ya he dicho, que non los mozos que lo trajeron de afuera para que nadie más conociera del paradero e non les dieran tormento los piratas. Saquearon e pegaron fuego los corsos á algunas casas, buscando el oro. Como non le hallasen, encerraron á todos los cristianos en la iglesia, con la condición de dejallos ir después de que entregaran el oro. En este punto yo hablé con el alguacil en secreto de que me escondería en la bodega á rezar e á esperar el fin del ataque, pues más haría el poder del Altísimo que las armas de los hombres en esta desgracia, e me bajé á la bodega. Escuché tiempo después gran ruido de gritos e de puertas rotas que cesó pronto, e fasta agora non escuché ninguna otra cosa. Creo por esto que los ladrones habrán sacado á los cristianos, e que, en habiendo una revuelta, murieron algunos valientes, contando á los que conocían de mi encierro, porque non he tenido noticia de ninguno en casi tres días. He aquí lo que non sé si pequé en facer, conviene saber, haber preferido proteger el oro e las demás riquezas, pensando en el provecho del pueblo, en lugar de amparar á las mujeres e los críos del ataque. Aquí non habría aire para todos, ni manjar alguno, ni lugar para verter aguas; más bien hobiera sido una condena de muerte, pues non me han rescatado aún y ellos hobiesen perecido conmigo. Por esto lo dejo á Vuestro juicio, Padre, e os pido perdón si os ofendí con ello, e doy por limpia mi ánima.

Otro pecado hay que precisa ser confesado e lo confesaré presto, sin recelos, pues en la palabra se lee que Vuesa misericordia es infinita e que perdonaréis mil veces á quien os ofende si el arrepentimento es sincero. Ya hemos mi vela e yo consumido gran parte del aire questa bodega almacena. Ya lo siento viciado. La muerte me ronda. Muy difícil se presenta á mí confesar lo que agora me resta. Pero confesarelo para morir en paz, e para habitar con Vos eternamente en Vuesa gloria. ¡Qué grande pecado es éste, e qué delicioso! Por algo es pecado.

Viajaba yo de mi tierra natal, Jerez de la Frontera, con rumbo á Cádiz para enrolarme en un convento de Frailes San Longuineños, en donde me prepararían para el sacerdocio, e decidí facer noche en una taberna junto al camino, en un pueblo nombrado San Fernando. Apeéme, pedí habitación e algo de cenar, e quisisteis Vos, Señor, que yo la viera. Desde ese momento ella quedó marcada en mi mente. Aún agora me paresce que face un instante dejé de vella. Cerré mis ojos e bajé la semblante: non quería miralle. Pero los abrí de nuevo e lleneme en su fermosura. Diome de comer e de beber, e me miró á los ojos. Era como un ángel. Non sé si tendría catorce o quince años, pero era moza aún muy tierna. Yo estaba en vísperas de entregarte mi vida por completo, e non había conocido mujer. Acabada la cena, me llevó al cuarto donde me hospedaría esa noche. Mis ojos necios non habían dejado de velle, y ella facía lo mesmo; había algún sortilegio o encantamento que nos unía e nos acercaba en el silencio. Algo más allá de lo que puedo explicar. En el cuarto, quando ella facía oficio de moza de taberna, tomé su mano e me miró asustada. Le dije que non la había visto nunca e que non sabía siquiera su nombre, pero que sentía conocella de siempre. Ella callaba. Tomé su otra mano e seguí mis instintos. La besé sin darme cuenta y ella aceptó mis besos. Pero al momento me detuvo, pues su padre notaría su ausencia, porque era hija del tabernero. Después de la media noche, ella regresó á mi cuarto. Abrió la puerta, caminó fasta donde yo yacía, se acostó á mi lado e pecamos, Padre, pecamos toda la noche. ¡Qué dulce, divino pecado! ¡Delicia de perdición, placer divino!

Esa mañana partí de San Fernando e llegué á Cádiz al atardecer. Ingresé al convento e me consagré á mis santos estudios. En cuatro años, después de crecer en cuerpo y espíritu, preparándome para mi misión, se me fue encargada una capilla en un pequeño pueblo de las cercanías de Cádiz, aquel mesmo en donde cuatro años antes había yo fecho noche e dormido en la taberna, e se me exigió vivir allá. Ahí estaba ella, en todo extremo fermosa. La vide cada domingo en la última fila de la iglesia, rebozada con un velo blanco sobre sus cabellos de oro. Aún entonces tenía menos de veinte; cantaba en la misa y escuchaba mis sermones, sin maliciar de quién yo era. Entonces despertó la llama que dormía en mi pecho. Bajo mi sotana de sacerdote respiraba un hombre. Los recuerdos de aquel encuentro me asaltaban cada noche. Non tuve paz, Señor, fasta que fui una tarde á la taberna á buscarla. Su padre me recibió e me atendió como á un príncipe. Me sentó en una mesa e llamó á su hija, mandándole que me trajese lo que me placiese. Sé quella me reconoció pues un intenso rubor bañó la nieve de su rostro. Comentele al tabernero que facía falta en la ermita los buenos oficios de una moza joven como su hija e que por esto le visitaba. Le pedí que le permitiese ir algunas tardes á la capilla, si eso non le molestaba. Él accedió gustoso. La tarde siguiente, la maja llegó á la capilla. Un estremecimento me recorrió quando le abrí la puerta e le vide de frente. La abracé por la cintura e cerré la puerta. La miré, Señor, e sus ojos de miel se apoderaron de mi razón. Mi espera llegó á su fin. La besé como el sediento bebe el agua en el desierto, busqué su cuerpo como el pecador busca Vuestro perdón. E pecamos, pecamos juntos fasta que murió la tarde e las estrellas despuntaron. Entonces, ella partió; pero volvió varias tardes por mes, durante los dos años que permanecí en ese pueblo. ¡Dios de dicha, que me enseñaste á amar en cuerpo e alma á esa mujer divina, sin dejar de amaros e de serviros! Otorgasteis al hombre, sobre los demás animales, la facultad de pecar. Non me culpéis. Obedecí los instintos del corazón que Vos me diste. ¡Padre, qué pecado es non pecar!

Al cabo destos dos años, decidí partir hacia las Indias Occidentales, pues la gente rumoraba e decían malas cosas. Non le he vuelto á ver, pero aún la extraño. Era mi compañera, facía mi vida alegre e fermosa. Vos sabéis quella, muy lejos de entorpecer mi santa labor, me facía un hombre más fuerte e de provecho. Pero los cristianos non entienden lo que yo siento, pues creen que la virtud está en la abstinencia quando en verdad está en el corazón. Entrambos hubo algo de magia e de paraíso, y eso non puede ser pecado; nuestro amor era casto por ser sincero. Otros pecan contra Vos con el pensamiento, pues la sotana non ata la mente e piensan mil lujurias. Yo la amaba sólo á ella, fiel e secretamente, e la amaba en espíritu y en carne. Pero la lengua del vulgo hiere más que la espada, por eso partí e me alejé della. Non sé qué será della e de su ánima, pero os pido que la tengáis con Vos. Fasta hoy, el día en que la muerte me ha acorralado entre sus garras, la sigo amando.

Faced gala de misericordia con este servidor Vuestro que nunca deseó ofenderos, e dispensa mis pecados, recibiendo á mi alma en Vuestro reino eterno. En tranquilidad e reposo dejo á mi ánima; ya non me inquieta ni me angustia la conciencia porque me he confesado y estoy en paz contigo, Padre e Dios mío.

Agora me dispongo á recibir la muerte, pues non ha de tardar.

Una última merced quiero pediros, Señor, y es que non me abandonéis fasta que mi espíritu se halle libre deste cautiverio, e que me permitáis facer una buena muerte en aquesta condición e cuita en que me encuentro, encerrado vivo en una tumba de oro e soledad que yo mesmo cavé, aliviando mi dolor e mi corazón acuitado, en nombre de Vuestro hijo el Cristo e de los pobres pecadores que en su nombre recorren estas tierras e costas espléndidas que sólo á Vos os pertenescen.

Roberto Pérez-Franco
1995

(1) Nota: Se sabe que el Pirata Francisco Drake recorrió toda América desde Tierra del Fuego hasta California, navegando muy cerca del Archipiélago de las Perlas y de las costas Pacíficas de Panamá, durante los años 1578 y 1579.