Carta en la defensa de Balboa ante Vuesa Grandeza el Cardenal Cisneros
Vuesa Santidad Exelentísimo Cardenal Cisneros, encargado de la Corona de la Grande Hispania, recibid deste criado vuestro todo el respeto que vuesa alta figura os meresce e que vuestro cargo os confiere, e nuestras sinceras manifestaciones de aprecio e lealtad á la muy fermosa e soberana reina, la Altísima Doña Johana, que Dios la colme de vida e bendiga mil veces su locura, ya que de amores proviene. Sabed vuesa merced que nos causó á todos los cristianos asentados en estas Indias grande dolor e cuita la noticia de la muerte de su Alteza Fernando el Católico, hombre santo e rey magnífico, que Dios guarde en Su gloria. Por su ánima se fizo una misa en esta ciudad de Santa María la Antigua del Darién, e fue grande lamentación e tristeza el perdelle. Maguer la Corona reposa agora en buenas manos, puesto que vos, Santidad, os habéis fecho cargo para provecho de la Hispania, e para prez e honra de Dios nuestro Señor.
Quien esta misiva os escribe, como súbdito manso e respetuoso de vuestra grandeza, es Joachím de Muñoz, ciudadano de Santa María la Antigua del Darién, piloto y explorador, e grande amigo del Adelantado e Descubridor de la Mar del Sur, Vasco Núñez de Balboa, á quien vos ya conocéis por aquesta gran fazaña que realizase ha seis años. Os escribo para daros cuenta e noticia de la grande injusticia, que por odio oscioso e vil, en aquestas tierras del Darién, que vuesa grandeza rige e reina, comete el gobernador Pedrarias Dávila, e para pediros socorro, e que intervináis con vuestro poder para salvar las vidas á quiénes más luengas las merescen. Pocos días ha que Pedrarias Dávila, Gobernador de Santa María, mandó encarcelar á Vasco Núñez, Virrey de la vuesa Corona, e á otros amigos dél, entre los cuales me cuento, por falsos cargos de conspiración e traición, e blandiendo calumnias inauditas en nuestra contra. Aqueste Pedrarias, que los salvajes e aún los mesmos cristianos miran con recelo e mala voluntad por su avaricia e crueldad, enfurecióse tanto de celos e de tan mala manera contra el de Balboa, que non cejó de interrumpille en sus empresas e agora le pone cadenas, non habiéndo Balboa cometido más pecados que ser bien amado por los indios e respetado por todos los españoles.
Yo e muchos otros cristianos conocemos bien al Vasco, e damos fé de ser en todo extremo falso lo que Pedrarias arguye, como os lo haré saber en seguida. Os relataré lo que ha sucedido, faciéndo hincapié en las menudencias, que en ellas recae grande parte de la claridad de toda verdad.
Llegé á estas tierras de Veragua en carabela del Gobernador Diego de Nicuesa, en el año de mil e quinientos e nueve. Viaje tan desafortunado non lo vide jamás en el mundo. Dello culpo yo al mesmo Nicuesa e á Olano, que de haber sido hombres prudentes e sabios, como lo es Balboa, agora sería otra la nuestra suerte. En llegando á estas costas, dímosle yo e otros pilotos á Nicuesa la noticia de ser la tierra que veíamos la de Veragua, su gobernación. Pero por non creello este Nicuesa e porfiar en navegar más adelante, nos envió el cielo una terrible tormenta, que se puso tan recia e feroz que los cristianos gritaban al cielo clamando perdón. Del cielo llovía fuego, e las olas que se alzaban asemejaban montañas de agua que se nos venían encima con ira á destrozarnos; en toda mi vida non vide jamás la mar tan bravía, que más de una vez volví las tripas e todos andaban mudados de la color e faciendo ofrecimientos de romerías á sus santos, fasta vernos varias veces de frente á la muerte mesma. La tormenta desmembró la flota, e muy poco nos buscamos en quanto hubo terminado, creyéndonos cada uno que los otros eran muertos, ahogados en el fondo de la mar. Yo quedé en nave de Nicuesa, en la que viajaba. Los de Olano, quando nos reunió la mano del Señor, contaron que nos procuraron e non fallándonos se retiraron un tanto á tierra, varándose las naos e ahogándose catorce hombres. En construyendo unas chozas, otra tormenta se las arrastró á la mar, e muchos enfermaron de calor e de hambre, feridos o picados por los bichos destas tierras, que son muy venenosos, cuasi tanto como la hierba de las flechas de los indios. Non encontraron oro, ni comida, ni bastimento alguno en los poblados indios, por miedo á entrar á ellos; e fue tanta la hambre entre los cristianos, que llegaron á comerse las partes que arrojó con el potrillo una yegua que se les parió por aquellos días. Á los que con Nicuesa íbamos, non fuenos más próspera la suerte. Entramos en un río para resguardarnos de la tormenta, e al bajar la mar varósenos la carabela, partiéndose en dos, e perdiéndose en el río comidas, armas e demás bastimentos. Caminamos desnudos e descalzos, con grande molimiento, por medio de lodos e selvas, con una barca como toda hacienda. Para dar quehacer á las tripas, devorábamos camarones e mariscos crudos, e hierbas silvestres. Anduvimos mucho tramo, fasta que llegamos á una parte de tierra en que non pudimos seguir más, e nos encomendamos á Dios porque creímonos morir. El Señor escuchó nuestras plegarias, pues unos marinos, encabezados por un mozo que nombran Rivero, se amotinó y escapó con la barcaza , buscando socorro e ayuda en los hombres de Olano, que nos pusieron á salvo á poco tramo de haber fecho aquesto Rivero. Nicuesa era hombre bueno de cortes e palacios, pero malo para el mando e la mar. Poco fizo falta para ver al teniente Olano en la horca, sino intercediécemos los cristianos por él, perdonándole Nicuesa de la muerte, maguer encadenándolo injustamente, pues le culpaba de non habelle buscado tras la tormenta.
Aqueste Nicuesa -que Dios perdone su torpeza- fizo perderse la cosecha que los soldados de Olano habían sembrado mientras nos hallaban; e á pocos días, por una liviandad, perdió veinte hombres, feridos con las flechas untadas de hierba de los indios, questas flechas con abrir las carnes un tramo non ha salvación alguna. Desto saco yo que nunca fue el Gobernador Nicuesa hombre de provecho para la Corona, sino que causó muchas muertes e pérdidas entre los cristianos que á sus órdenes viajábamos. Construyó Nicuesa un fuerte, que llamó Nombre de Dios, mas en él las lagartijas, los bichos e los camarones crudos seguían siendo manjares. Fasta que llegó un día, con grande gala e pompa, el lugarteniente del Gobernador, nombrado Rodrigo de Colmenares, á pedille que fuese á priesa á gobernar una tal Santa María, que solía ser de la gente de Ojeda e de Enciso. Nicuesa cuasi lo besó, llorando como una mujer, que fue grande contento el escuchalle aquella noticia, estando tan desnudos e mal parados, en desgracia e pobreza extrema, enfermos e molidos todos nosotros, e débiles de hambre e calores. Parecióle entonces á Nicuesa facer gala de grande mando e poderío, llegando con garrote á Santa María, enviando embajada delante para que le anunciase la llegada. Pero, como me entreré yo más tarde, aquesta embajada dió aviso á los de Santa María, que comandaban por alcaldes un tal Zamudio y estotro que sería mi amigo, Vasco de Balboa, que en previendo queste Nicuesa venía á desproveellos del pueblo, bienes e oro, e á tomalles non con gratitud sino con ira, non le rescebieron en tierra. Yo vide á Nicuesa como espantado, sin poder fablar palabra por largo tiempo, de pura sorpresa e desencanto. Les lisonjeó e obtuvo licencia de bajar á discutir como hidalgos aqueste desplante, e desembarcó pero non los convenció de su parescer. Abordó nuevamente, e deste punto á unos días lo apresaron e le embarcaron en un bergatín maltrecho, obligándole á navegar mar adentro, que si non lo facía le darían muerte. Los leales de Nicuesa se partieron con él; yo e otros cristianos nos quedamos en Santa María, bajo las órdenes de Vasco Núñez. Aqueste Nicuesa agora reposará en el fondo destas mares.
En Santa María fice migas con Balboa, que es hombre de buen trato, muy gentil e amable. Lo que agora escribo, contómelo él de su propia boca, e muchos otros cristianos amigos suyos, que tiene muchos; e os lo relato, Alto Cardenal, para que conozcáis la tenacidad e avilidad deste grande hombre. Embarcóse en Cadiz, en la flotilla de un caballero nombrado Bastidas, que recorrió estas fermosas tierras todas, ha cerca de veinte o menos años. Asentóse á probar suertes en la Hispaniola, pero unas malas amistades e su poca malicia le ficieron endeudarse. Porque deberé deciros, Soberano Señor, queste Balboa non tenía en aquellos años mucha malicia, en merced de ser él un hombre bueno, e non esperar mal de nadie. Fuyido de la Hispaniola por non poder pagallas, se coló en una nave del Bachiller Enciso. Gracias á este Balboa pudieron los hombres de Enciso hallar el lugar en donde agora se encuentra Santa María, porque él lo vido quando navegó aquestas aguas con Bastidas; e fasta el nombre de Santa María, fue instigación de Vasco Nuñez, por le cumplir una promesa á la Santa e colocallo. Enciso, como Nicuesa, era de sangre mudable e altanero, mal gobernante, tal vez por nombrallo Nicuesa; e á Nicuesa tal vez por nombrallo el Rey tan de lejos e tan sin conocelle ni tratalle. Lo cual, vido por los hombres, pareciéndoles que allí venía bien usar de la fuerza que la unión confiere, e dirigidos por Vasco, en grande revuelta e pelanza, aprisionaron á Enciso e le confiscaron los bienes, pues el pueblo non gustaba dél por ser un bellaco e non querer compartir el oro entre todos, como era justicia; e á pocos días se retiró por voluntad á la Hispaniola, cuidando la suya vida. Esto si lo vide yo, por estar á la sazón asentado en Santa María.
Con Enciso, envió Balboa á dos hombres á daros referencias de lo que acontecido había, e pidió la gobernación interina destas tierras del Darién, que muy merecida se tenía. Además envió mil e dos cientos pesos de oro, como lo manda la vuesa Corona, en término del quinto real; e aquí aprovecho e os digo que nunca faltó Balboa á esta ni á otra alguna disposición de los Reyes Católicos, que la gloria de Dios descansen, pues los tenía en mucha estima e amaba mucho.
Muchas e muy grandes cosas fizo Balboa mientras gobernó Santa María. Debo deciros que aqueste mi amigo, Balboa, se asemeja más á los indios que á los españoles. Non de cuerpo, pues es alto e de muy bella semblante, bien barbado e mejor formado de miembros, piel blanca e voz poderosa; e creo yo questa belleza de cuerpo es la que carcome de envidias á los hombres menguados como Pedrarias, Enciso e Nicuesa, e los encabrita contra él; aquesta belleza e la gloria que corona el nombre de Nuñez. Es en la mansedumbre en que Vasco se asemeja á los naturales destas luengas tierras, y en el buen corazón. Me viene á la memoria una jornada en que un Teniente nombrado Pizarro, hombre de Balboa, encabezando una expedición, abandonó en la fuyida á un español capturado por los indios. Grande ira tomó Vasco Núñez e tornó colorada la semblante, reprimiéndole fuerte mente, fasta quel mesmo Pizarro se avergonzó e pidió perdón. El Adelantado le envió á buscalle, e Pizarro le trujo. Aunque non es de temer quedar cautivo de algunos destos indios, porque muchos son humanísimos e dan buen tractamento á los cristianos; solo quando los soldados de Hispania han fecho alarde de bravura e avaricia, matando como suelen facello, á diestra e siniestra sin perdonar mujeres o niños, e prendiendo fuego á las aldeas, es que los indios sienten merced de defenderse o de tomar venganza. De aquesto que fablo, de la mansedumbre e buena voluntad de los indios, pueden dar fé dos hombres de Nicuesa que naufragaron e se perdieron en estas selvas; pues los indios de un cacique nombrado Careta les recataron, e Careta mesmo les fizo grande rescebimento, e les pintaron de colorado, e les dieron mujeres e comida, que fue mucha delectación e contento.
Muchas e muy grandes empresas, ha fecho Vasco Núñez en aquestas costas e montañas, siendo las más grandes e gloriosas, e las de más provecho para la Corona, las incursiones á tierras de los caciques, e las construcciones de ciudades e carabelas en plena selva, á pesar de ser estas selvas como el mesmo infierno. La vista prima de la mar del Sur non es sino un broche de oro con que sella aqueste hombre su gloria. Y es desta tanta gloria ajena de la que muere Pedrarias, consumido de mucho envidialla e non poseella. En aquestas entradas á los caseríos indios es do se vido la grande diferencia entre Balboa e los que vinieron después dél. Balboa fizo muchos amigos indios entre los jefes que mandaban las tierras, que nombran caciques, obteniendo mucho oro, comidas e ayuda para andar por los montes, e todo esto de buena gana las más veces, e derramando cuasi nada de sangre de indios e de cristianos. Porque con Nicuesa e con Olano vide yo que de más de siete cientos de cristianos que embarcaron, apenas sobrevivimos setenta o menos soldados; pero á Balboa, quando cruzó la montaña para ver la mar del Sur, en una jornada de más de un mes á través de la selva más horrible que podáis imaginaros, non muriósele ni una sola ánima.
Un pacto fizo una vez el Vasco, quando apenas empezaba en aquestas empresas de explorar tierras, con el cacique Careta que arriba nombré, pues éste tenía querellas con estotro cacique nombrado Ponca, muy feroz e poderoso. Balboa le requería alimentos, pero Careta non púdoselos dar por estar puesto en pobreza por la guerra. Por su parte, Balboa ayudaría á Careta á vencer á Ponca, e non tuvo ningun esfuerzo en facello; e por parte de Careta, suministraría comidas e otros víveres á los cristianos. En firma del pacto, como suele facerse, Careta nos entregó, para nos placer á nuestra guisa e talante, varias indias mozas muy fermosas e de bellas caras; á Balboa le entregó, como gesto especialísimo e con mucho encomendamento, á su propia hija, nombrada Anayansi, mozuela muy joven y en todo extremo fermosa. E á mí, porque me vido Careta muy amigo de Balboa, me fizo la merced e me entregó una india, crecida en su casa, para mis placeres e mi compañía (pues el cristiano anda muy solo en estas tierras), cosa que non fizo con los demás españoles, á excepción de Balboa, conviene saber, asignar una india á un español específico. Según conocí más adelante, mi india se nombraba Yovaná, y era cuasi tan fermosa como Anayansi, de muy nobles rasgos e de poca más edad que estotra. Ella me acompaña fasta el día de hoy, e non tengo recelo en confesar que me enamoré desque la vido aquel día e que aún hoy le amo, pues non es falaz como las españolas y es muy bella, e me fío más della que de mí mesmo; sabed quella está conmigo agora en mi prisión, e acaricia mis cabellos mientras os escribo esta misiva. Con esto veréis, Alto Cardenal Cisneros, quán mansos son estos indios e amorosas estas indias. Era tanta la belleza desta Anayansi, que á poco Balboa se enamoró perdidamente della, conociéndole nosotros sus amigos que era un amor cierto, e non placer de la carne. Aquestas indias que entregó Careta, gustaron mucho á los españoles, por ser mejores que las españolas en los amores, de bocas sanas, carnes firmes e cuerpos bien provistos; muchas españolas celaron los amores de los soldados, e más de una se amancebó con indio, alegando que era en despecho, más entendiendo todos los cristianos ser aquesto por propio placer e agrado dellas.
Balboa trata á la india Anayansi como su mujer, faciendo ella amistad conmigo e con otros cristianos cercanos á Balboa, pero nunca le ha sido ella infiel, questo se sabe rápidamente entre los soldados, ni deja Vasco que español o indio alguno le importune o le requiera de amores. Es su mujer, cual si su esposa de matrimonio fuese, y él la ama como á su vida. Por los favores desta princesa Anayansi, que se le llama princesa por ser su padre soberano de aquel pueblo, aprendió el Adelantado á fablar en indio, e ansí se entendía con muchos dellos, que paresce que non todos fablan la mesma lengua. E por los amores della, le vimos más de una vez tratar á los indios con tanto cuidado como si fuesen españoles; pienso para mí que por ser los indios fieles e los españoles á veces traicioneros. Ha poco Garavito, un amigo de Balboa -que Dios le dé mala muerte-, que resultó falaz , traicionó á Balboa, e nosotros sabemos que fue por deseos de poseer á la Anayansi e porque ella le había rechazado, queriendo vengarse el español traicionando á Vasco Núñez. Balboa le ama bien, non solo por ser fermosa e buena en los amores, sino por habelle salvado ella una vez la vida; quando unos caciques reunidos conspiraban para dalle muerte. Un hermano de Anayansi le dio aviso para que se pusiese ella á salvo, pero la india, corriendo grande peligro su vida, se fue á escuras donde estaba Balboa e le confesó los planes de los indios de matalle; e atacó ansí Balboa primero e ganó la batalla antes de empezalla. E los indios non dieron en la manera en que adivinó Balboa el ataque, e le creyeron más aún un dios o un brujo muy poderoso.
En este punto ha de saber vuesa merced que los indios, con poca malicia, creen ser Vasco Nuñez un dios, como lo confesare el hermano de Anayansi quando acaeció lo del ataque descubierto. Fabló el indio razones con las que dio á entender que los de su raza se espantan al ver las esplendentes armas e las alburas de la armadura del Adelantado, e por velle montado en bestia, pues Balboa posee en aquestas tierras un caballo fermoso, negro como la noche, brioso como el demonio e veloz como el trueno, porque con aquesto terminan los indios de horrorizarse e de tenello por dios o diablo. Le temen e le respetan, llamándole Tibá, que en cristiano quiere decir Señor; adjudícanle ansí grande poder e facultades adivinatorias.
No os aburriré con detalles de las incursiones deste Balboa por las tierras del Darién, porque son muchas e muy diversas. Pero deberé deciros que ningún español que capitanée los exércitos de vuesa Corona podrá lograr lo que logra Balboa, e que sería un grande error de vuesa parte el perdello, además de ser una grande injusticia, por non haber razones verdaderas para aprisionalle á él, o á nosotros, pues más servir á la Corona e á los Reyes non hemos podido.
Balboa face la paz con los indios que le reciben, e sabe someter á los que se resisten, sin enemistarse con ellos más allá de la batalla e trocándolos pronto en aliados. Los que vinieron después dél, como Juan de Ayora, el mesmo Garavito que arriba mencioné, los dos Dávila, sobrino e tío, un señor Morales, otro nombrado Becerra e otros más, desficieron presto las amistades que Balboa había fecho entre los indios (que andan desprevenidos creyendo questos otros españoles son amigos como Balboa), matando varios cientos, robando e quemando á su paso, e perdiendo con esto los alimentos e la ayuda que los indios proporcionaban, faciendo decaer la próspera Santa María al poco tiempo, para, según yo veo, non se levantar jamás. Los indios, agora que arribaron los hombres que Pedrarias manda, han fuyido á los montes e non quieren saber ni ver á los cristianos, de puro terror.
Balboa es hombre avilísimo e prudente, e sabe andar por estas tierras, de noche e de día, tanto e tan bien que dicen los cristianos que tiene pacto con el Maléfico, pues los indios non le sorprenden á él, como es usanza por estas indias occidentales, sino queste Balboa les llega de sorpresa en medio deste infierno de selvas, que es cosa de maravillas, por lo que los indios creen que es adivino. Además es hombre prudente, y sus soldados se andan confiados quando él los guía, pues Balboa vence á la selva e los lleva con bien. Con él al mando, todos esperan felice suceso. Á tal punto le quieren e le estiman los españoles, que en queriendo ir Balboa con una embajada á España, non le dejaron los cristianos, diciendo que su prescencia valía más que la de cien españoles para defenderse de los indios. Esto es con Balboa, pues es hombre capaz; mas yo vide morir varios cientos de hombres de Nicuesa e de Olano, e muchos otros bajo el mando de otros capitanes, por deslices e liviandades tontas, propias de imprudentes soeces e non de hombres de mando.
Balboa sabía andar por los montes e indagar á los indios que eran amigos suyos, pues fablaba algo de su lengua; e gracias á un mozo joven, hijo del cacique Comogre, de nombre Panquiaco, fue que supo Balboa de la mar del Sur. Este mozo indio nos guió e acompañó fasta la otra mar quando la empresa estuvo lista para partir. Yo os aseguro, Venerable Cardenal Cisneros, que nadie sino Balboa hobiese descubierto aquesta mar fermosa, por varias razones, conviene saber: por non habelle los indios confiado la existencia désta á un español que non los tratase de amigos como Balboa, por non haber sido capaz otro español de organizar con tan pocos hombres una expedición tan magna e grande, e por non haber podido otro español contar con la ayuda destos indios, que de buena gana nos acompañaron quando fuimos con Balboa, e de trocar en aliados á los caciques que topase en el viaje, como lo fizo Balboa.
Deberéis saber, Alto Señor, que las llamas del infierno son más placenteras e sanas questas selvas del Darién. Árboles altísimos las coronan, e lianas e arbustos las encierran. Lodazales inmensos, infestados de bichos extraños, en su mayoría venenosos, son el piso donde caminan los cristianos. Montes infinitos, sin derroteros, densos como la mirada de las moriscas, mortales como la lengua de los blasfemos, se extienden en todos los rumbos. Crescen aquí las hierbas que los indios untan en sus flechas. Unos mosquitos vide yo que do pican, aparesce una roncha colorada que cresce con el tiempo, pudriéndose en derredor la carne á pocos días, e muriendo el hombre ardiendo en fiebre e despedazado en podredumbre; non valen para estas picadas fierros rugientes que quemen la carne ni bálsamos de ninguna clase. Aguas terribles son aquestas que corren á través del Darién, que si uno las bebe, vuelve las tripas fasta morir, sin poder facer nada para evitallo, cada vez de una color más escura, acabando e moriendo pálido e flaco á los pocos días. ¡Plugo á Dios que nos ampare! Vide yo una rana venenosa que con arrojar una leche sobre un cristiano, le quita la vida antes que diga amén. Son los calores destas tierras como los del horno del herrero, e las noches e días plagados de mosquitos. Se pasa mucha hambre, pues muchas de las hierbas son venenosas e las más desconocidas; si non es por la comida que consigue Vasco en sus pactos con los caciques, nos muriesemos de hambre. E ansímesmo mil penurias e pestes más que se face largo relatar, nos aflijen e acuitan en estos lares. Pero Vasco Núñez las venció á todas e cruzó la montaña para regalaros el otro mar, e con él, la puerta á mil nuevas riquezas, descubrimentos e maravillas, sin que se diese una sola muerte entre los cientos de hombres que con él andábamos. Decídme agora, Alto Mandatario, si es o non esto cosa de maravillas, e si meresce o non Vasco Núñez de Balboa que se le encumbre en la gloria e la fama.
Desconozco por qué razón nombró el Rey Fernando el Católico á aqueste Pedrarias Dávila como gobernador de Santa María, pero me paresce que fue por malos informes de otros traicioneros españoles que fablaron mal de Balboa. Que Dios los perdone, porque yo non puedo. Fue grande error e imprudencia del Rey, mas non le culpo por desconocer él todo lo acaecido e lo por acaescer en estos infiernos de Darién. Agora imploro á vos, Cardenal, para que reparéis en lo que os sea posible aquesta grande afrenta contra vuestro propio imperio.
No he certeza de si fue la gloria que á Balboa le sobraba, la buena voluntad que los españoles le tenían o la belleza de su porte y su semblante. Lo cierto es que algo de Balboa irritaba á Pedrarias Dávila, e non con justicia, por ser el Vasco hombre llano e cierto. Hallóse el de Ávila tan estrecho de mando quando se llegó á estas tierras, que su corto entendimento le fizo saber presto que non podría nunca igualar su nombre al deste grande caballero Vasco, non por carescer de hidalguía e corage, sino por carescer de ingenio e carisma, queste Balboa es cosa de maravillas vello quando da órdenes, pues todos, salvajes e cristianos, le obedescen sin dudar. Esto es merced, en grande parte, á que Balboa jornalea e trasuda tanto o más que los indios e los soldados, pues da el ejemplo con cresces de cómo se trabaja. Ansímesmo lo ha fecho siempre, en las batallas, en las exploraciones, en las construcciones de ciudades, como Acla e Santa María, y en las de naves. Me viene á la memoria, quando en costruyendo él e nos sus hombres en la mar del Sur unas carabelas, quél se cargó un tablón de madera tan pesado como un cristiano, e subió una grande cuesta con él en las espaldas; entonces los españoles le siguieron e trabajaron felices, cargando en pos dél cada uno su carga, e los indios también, pues siempre lo han fecho. Por esto es que le quieren, le siguen e le obedescen todos.
Pedrarias, desque aquí se llegase, en mal uso e detrimento del mucho poder que le habiérede concedido el difunto Rey Fernando el Católico, que Dios guarde en su gloria, ha hecho la guerra á los naturales destas fermosas e salvajes tierras, sin que con ésto ganase para la Corona otra cosa que non fuese el odio déstos, pues ni un peso de oro ha obtenido que non sea robado con mucha sangre, e ni una sola alma ha ganado para la fe Católica. Digo aquí, para que comparéis, que Balboa bautizó ál cacique Careta en la fé de Cristo, nombrándole en adelante Fernando, como el Rey. Con Balboa al mando, Santa María era próspera; maguer agora, con Pedrarias á la cabeza, ningún evento hay que sea felice o de provecho á la población decadente. Desque llegó Pedrarias, los cristianos pasamos aquí en Santa María hambres terribles, e muchos somos enfermos de calores o de pestes.
Pedrarias envidió mucho á Núñez desque lo vido. Y en este odio os juro, Alto Cardenal, que ha llegado á extremos ridículos. Quando llegaron las cédulas nombrándolo Adelantado de la Mar del Sur, aqueste Pedrarias las retuvo un tiempo en secreto, por non dalle la auctoridad que se merescía e que mandaba el Rey para Balboa. Otro día, por reclutar éste unos soldados en Cuba para sus empresas, se encolerizó el de Ávila como una niña malcriada, e sin escuchar las muy justas razones del Adelantado, le encerró en una jaula hedionda en el patio de su casa, con cadenas pendiendo de las gargantas de sus pies e de sus muñecas. Á los dos meses le soltó e le casó con una hija suya, que estaba en España. Ríen los soldados fablando que debía ser muy fea la dicha hija para tener que amenazar con dejar enjaulado al cristiano que con ella casarse non quisiese.
Ha poco le tomó preso nuevamente. Pero antes desto, le estorbó como pudo para facelle fracasar en sus empresas. Quando el capitán Balboa quiso explorar la mar del Sur, Dávila le negó el permiso, accediendo á condición de que Balboa le construyese un camino en la montaña e un poblado nuevo, nombrado Acla, adonde agora pretende ajusticiallo. Fízolo todo Balboa como le había mandado él, e nuevos estorbos le buscó Pedrarias. Después de cumplidas aquestas condiciones, Balboa e todos sus hombres nos fuimos á la costa Sur á construir unas carabelas para explorar la mar recién descubierta, pero Pedrarias le negó dineros e hombres al capitán, dándole corto plazo para realizar la empresa de navegar aquestas aguas nuevas. Non solo contra el gobernador déspota tuvimos que luchar, sino también contra natura, pues quando habíamos conseguido todos los bastimentos e labrado las piezas en la pesadísima madera, cargándola varias leguas desde la selva fasta la costa entre brazos indios y españoles, sin ninguna ayuda en hombres o dineros del malnacido de Pedrarias, una inmensa corriente de aguas turbias del río donde acampabamos (dicen los indios que por las lluvias en la montaña) arrastrólo todo e perdióse en el mar nuestro trabajo y nuestro sudor de un año. Pero Balboa es hombre que nunca se vence. Consiguió aprobación para seguir adelante, e pidió á Pedrarias alargar el plazo e suplirle de dineros e ayuda; pero Pedrarias le envió cien pesos en burla. Diónos ánimos e aliento el Adelantado, y emprendimos la labor nuevamente. Concluímos las carabelas, pero al botallas al agua se hundieron, por haberse podrido la madera. Las flotamos, sacando el agua e sellando los hoyos, e navegamos un poco fasta unas islas que daban al Sur, descubriendo con grande pena los estragos que ficieron los hombres de Morales en los caseríos de indios, pues todos fuyeron hacia tierra firme al paso de los españoles, que iban matando e robando sin piedad. Ficimos otras dos naves e recorrimos con ellas las costas de Tierra Firme, fasta ver una bahía en que había muchas de unas como peñas negras sobre el agua. E le nombró el Adelantado Puerto Peñas.
Balboa, debo decíroslo para que entendáis el porqué debéis defendelle la vida, sospecha de grandes riquezas de oro, que se encuentran hacia el Sur, por la costa de la nueva mar. Buscamos en el Darién el Dabaibe, tierra riquísima en oro, sin hallallo nunca. Agora Balboa quiere navegar hacia el Sur, e me temo que de non vivir para exploralla, aquellas tierras serán descubiertas por algún follón e malandrín que non se lo meresce. Los indios le han dado noticias de grandes tesoros en unas tierras ricas que llamán Pirú. Yo creo que Balboa se ha ganado la gloria de vellas primero e de conquistallas ansí como fizo con la mar. Non faltará, si le dan muerte á Balboa, otro capitán, como Morales, Pizarro o Ayora, que le busque e le halle, teniendo la mesa puesta sin mérito o esfuerzo alguno.
Corrieron, ha poco, rumores de la llegada de un nuevo gobernador para la Castilla de Oro, un caballero nombrado Lope de Sosa. Teme mucho Pedrarias le encuentren pecador en el juicio de residencia que le hará, como es costumbre, el nuevo gobernador, por lo que supongo que ha decidido acusar á nuestro capitán del mal estado del asentamento, e con ello salir con las manos limpias. Non sé porqué le odia tanto Pedrarias. Le tendió celada, e le fizo encarcelar, acusándole de traición, sin explicar jamás traición de qué e sin dar más razones. Le aprisionaron en casa de Juan de Castañeda por un tiempo, e luego le mudaron á la carcel común. Tomaron presos con él á otros valientes, entre ellos Valderrábano, el santo padre Pérez, Botello, Argüello e á mí, Muñoz. Pedimos apelación á la Corona, pero se nos negó vilmente, ante el silencio de aquel que debía representar la ley, el licenciado Espinosa, e instigado por quién debía defender á la Corona, el hideputa Pedrarias. Y tras dellos, unos quantos mediocres que, como os he referido antes, eran irritados por la gloria de Balboa, incluyendo á nuestro antiguo amigo Garavito, que renegó (como Pedro fizo con el Redentor) de la amistad con Balboa, con tal de velle muerto, pues todavía desea los amores de Anayansi, á pesar del rechazo della.
Los soldados todos saben que somos limpios de culpa, e que las acusaciones son en todo extremo infundadas, e muchos fablan de venir á rescatarnos faciendo revueltas e otras cosas de igual jaez. Dadas las circunstancias, non tenemos más alternativa. Al adelantado se le tiene muy vigilado, por lo quél non ha podido ser quien os escriba, Reverendísimo Mandatario; pero encomendome á mí la tarea de escribiros e solicitaros muy encarecidamente que enviéis una Cédula Real otorgándole ya sea el perdón á su vida y la licencia para navegar al Sur, o la gobernación de Santa María, como vos gustéis e como os plazca más.
Mientras recibís esta misiva e la cédula que enviaréis llega, trataremos de salvar el pellejo con un plan de Núñez de Balboa, que, como siempre, non se vence. Contamos con el apoyo de varios valientes entre los hombres de Santa María; e con los favores de Anayansi e de Yovaná, hemos fablado con unos indios destos lares para que, en atacando con grande furia e pegando fuego á algunas casas, se forme algarabía suficiente como para darnos los cristianos estos que os refiero como de nuestro bando, la libertad al Adelantado e á los que con él yacemos. Entonces, fuyendo á los montes, viviremos con los indios, en secreto, fasta que nuestros hombres en el pueblo de Santa María nos anuncien la llegada de la cédula real que os pido enviéis con priesa.
Agora el grande Balboa está condenado á morir, e sólo la oportuna intervención de vos, Santo Cardenal, con esta cédula real, puede salvalle la vida. Ruego á vos que non os dilatéis en envialla, e á Dios que non sea ya demasiado tarde. Trataremos de escapar ansí como os lo he relatado, e de vivir ocultos mientras la cédula llega. Yo sello la carta con mi firma, cumpliendo con esto mi parte de lo acordado con Vasco, e la envío secretamente en manos de Lorenzo de la Gándara, á bordo de una carabela que zarpa mañana directo á España. Él os buscará urgentemente e os entregará mi misiva.
Antes de despedirme, quiero recordaros, Santo Cardenal Cisneros, que si Balboa muriese, la mayor pérdida la tendría la grande Hispania, al perder al mejor conquistador que ha parido fasta agora mujer alguna, al único cristiano que traba con los indios amistad, e que vence á natura, imponiéndose con persistencia. Balboa es el hombre que puede dar á Hispania los reinos del oro que tanto desea, e que puede convertilla en el más rico, poderoso e glorioso imperio del mundo.
Vuestro criado e súbdito,
Joachím de Muñoz
Fecha el doce de enero de mil e quinientos e diecinueve.
Roberto Pérez-Franco
1995