Arum Bakir Ehrab

A mi madre, Eka Franco de Pérez,
quien me enseñó a amar la poesía panameña

I

Desde el vallado oscuro, Arum Bakir Ehrab, el sátiro ceñudo, la miraba... Zilah, primor de primera rosa, esclava del Templo donde Yazuda se escondía de los pecados del mundo. Arum, con un silencio de esfinge, siente los caprichos de incendio del placer retenido. Mientras la fiebre loca del corazón rompía las arterias de un grito silencioso, con los cardos nerviosos de sus dedos estrujaba -satánico- una dalia, una de aquellas cultivadas en el jardín de su palacio, para ser ofrendadas en el Templo.

Y Zilah indiferente al asedio febril de Arum Bakir Ehrab, con el sari de muselina rasgado en dos hasta su cintura de ánfora, y el rostro húmedo de lágrimas, se asomaba a las puertas del lago silencioso, calmando su angustia y reteniendo su pena en el cerrado pomo de su aliento. Miraba el remanso, violeta bajo el atardecer decadente, y trazaba un relieve de reflejo y de armiño con las níveas redomas de sus senos, descubiertos por la violencia de la mano impía.

II

Era Zilah la esclava favorita del templo de Thagut. El Templo que Arum Bakir Ehrab había ordenado construir y pagado con sus tesoros, instigado por el rabí Yazuda. Yazuda abrió los ojos a Arum y le mostró cuán perdida estaba su alma. En aquel templo, mármol labrado con amor fervoroso, Yazuda furtivamente se ocultaba a veces para sangrarse el rostro con azotes de cactus.

Una noche en que acaso soñaba con un vago sortilegio de mirlos y cerezas, el sádico Yazuda se acercó a Zilah y con mano temblorosa la acarició impúdico. Zilah se escurrió liviana hasta un recodo del templo, pero el rabí fue más sagaz: la aferró, y a la fuerza deshojó la magnolia de sus años en flor.

Y Zilah -plenitud de rosa nueva-, con el violado fruto de su inocencia núbil, se fue hasta los oscuros recodos del camino, escapando de su propio dolor, hasta recostarse junto a un lago de plata que se entreabría como la huraña mueca de una espada en acecho. Entre juncos y lotos, Zilah mira el agua serena, y el reflejo de la tarde en sus ondas. Y llora.

III

Arum Bakir Ehrab observó a Zilah acercarse corriendo, con el sari destrozado y el llanto en su rostro. Intuyó lo que había pasado y sintió un calor de infierno. Sus ojos se tiñeron de rojo calcinado, y apretó en su mano la flor que llevaba esa tarde al templo. En sus dedos convulsos se deshizo la dalia.

Arum Bakir Ehrab, por consejo de Yazuda, se había tornado de renegado impío a diligente asceta. Por la palabra del rabí, había acallado el voraz apetito de la carne y cegado el río de todos los placeres. Construyó el Templo de Tahgut con sus joyas y sus tierras, y arrojó a los mares diamantes y ajorcas. Cultivaban sus esclavos en el jardín de su palacio, rosas, geranios y dalias para ofrecerlas en el Templo. Desde entonces, su alma se reflejaba serena en sus ojos.

Por eso, cuando Zilah presintió su presencia, se cubrió presurosa con dos hojas de almendro y arrebató su imagen al espejo del lago. Todavía su alma se desangraba en las arenas.

IV

Arum Bakir Ehrab, el sátiro ceñudo, se acercó entre las sombras hasta el lago de plata. Con el amor silencioso de mil días, reprimido en su pecho, miró a Zilah dulcemente, sin la presencia fugaz de una palabra. Rozó con sus dedos la sedosa penumbra de sus bucles y atormentó el arroyo sereno de sus ojos con desnuda lascivia en la mirada.

Y Zilah temblorosa -capullo de azucena frente al rigor de un junco- al descubrir en aquellos ojos la profunda espera de Arum Bakir Ehrab, le ofreció el homenaje de una lágrima.

Y Arum Bakir Ehrab se postró de rodillas y besó sus sandalias.

Bajo el azul ceniza de un sol agonizante, el sátiro ceñudo, con ira venenosa en el corazón, se ciñó el sable a la cintura y se perdió en la mezquita de la tarde violeta. Entre la aventura melodiosa de un ruego y las cenizas incoloras de las flores, se adentró en los recodos del Templo. La cabeza de Yazuda rodó al despuntar las estrellas, manchando de rojo el mármol níveo del Tahgut.

Dos esclavas condujeron a Zilah al interior del palacio de Arum Bakir Ehrab. Le ungieron con perfumes y le recostaron sobre sedas.

Al despuntar el alba, dos eunucos trajeron, para la esclava Zilah, una cesta de rosas y geranios, que arrancó en sus jardines Arum Bakir Ehrab...

Roberto Pérez-Franco
1995

Este cuento es una variación en prosa del poema homónimo del panameño Eduardo Ritter Aislán. Las frases que lo componen son fragmentos de múltiples obras del poeta, lo que lo convierte en un collage lírico en homenaje a Ritter.