Intentando un país con democracia
Publicado en el diario La Prensa
El 27 de octubre leí en esta sección [Opinión, en La Prensa] el artículo “Intentando un país sin Dios”, de Pedro Medina. Refiero al lector interesado al texto original, mas presento aquí un breve resumen de los puntos relevantes, seguido cada uno de mi réplica.
El artículo condena las aspiraciones de los panameños homosexuales a vivir en una sociedad en la que sus derechos estén protegidos por ley. Lista la homosexualidad junto a la prostitución y el aborto como parte de una supuesta agenda pedagógica laica, con la obvia implicación de que la homosexualidad es tan moralmente condenable como estos, y de que ser ateo equivale a ser amoral.
El señor Medina omite en su razonamiento que multitud de personas religiosas, incluyendo cristianos, aceptan a los homosexuales como personas normales y defienden ardientemente sus derechos legales; y que la Asociación Psicológica Americana (APA) ha dicho tajantemente que el homosexualismo no es una enfermedad.
El señor Medina sugiere que el homosexual lo es por decisión propia, y llama a la homosexualidad una “opción en la vida”, algo que puedes hacer “si te gusta”, una preferencia, resultado de pensar diferente. Esta opinión es también refutada por APA, la cual afirma que “los seres humanos no pueden elegir ser gay o heterosexuales”.
El punto álgido en el artículo es que los homosexuales de nuestro país no deben aspirar a una ley que los proteja contra la discriminación. Para atacar la idea, el articulista hace uso de una vieja falacia lógica: la reducción al absurdo. La ley “propone prohibir hasta las bromas y los chistes acerca de los homosexuales”, nos alerta, en cuyo caso “habría que prohibir también los chistes contra los ñatos, los judíos, los gallegos, etc.”
No voy a profundizar en el desasosiego que me produce la implícita suposición de que burlarse de miembros de una minoría es una actividad aceptable. Me limitaré a desmentir la tácita conclusión de que ridiculizar en público a otro ser humano por su orientación sexual es algo inocente y sin efectos secundarios.
APA advierte que los niños y adolescentes son especialmente vulnerables a los efectos nocivos de los prejuicios, ya que temen ser rechazados por sus familias e iglesias. Ser objeto de actos de hostilidad, incluyendo las burlas e insultos, puede tener consecuencias serias, tales como la depresión o el suicidio.
Para muestra un botón: en Estados Unidos, en septiembre pasado, cinco jóvenes adolescentes homosexuales –víctimas de prejuicios anti-gay en sus escuelas– cometieron suicidio. Concluye su artículo el señor Medina con una admonición: “Señores gay: como están las cosas ustedes son libres de vivir y creer como les parece. Pero nunca olviden que son parte de una minoría”. Esa última frase hay que leerla varias veces. Termina diciendo: “dejen las leyes de mi país como están”. ¿La razón? “En una democracia –nos dice– este tipo de leyes no tienen cabida”. Este es, en mi opinión, el máximo yerro en su discurso.
Quien conozca los rudimentos de la democracia moderna sabe que entre sus piedras angulares está la protección de los derechos de las minorías para evitar que sean oprimidas por lo que Madison llamó “la tiranía de la mayoría”. Pedro Medina dice en su escrito: “Como pueblo, la mayoría hicimos una opción por Dios [sic]: creemos en la Biblia, nos persignamos al pasar frente a la iglesia, queremos a Dios en nuestras casas, no nos interesa sacarlo de nuestras leyes ni de nuestra educación”.
Sin embargo, una sociedad regida por leyes dictadas desde el púlpito, donde el currículum escolar se conforma al dogma religioso, no es una democracia: es una teocracia. Nuestro país no lo es. Por ende, nuestras leyes deben reflejar lo que Ingenieros llamó “una moral sin dogmas”, con base en el firme avance del conocimiento humano. Plasmo aquí, pues, mi opinión: proteger el derecho de las minorías es un deber básico de todo aquel que quiera preservar la democracia en Panamá.
Roberto Pérez-Franco
8/Nov/2010