La Pasión del Micho
Ayer fui con mi esposa a ver la afamada película Las Crónicas de Narnia. Al principio, la excelente música y la magia de lo novedoso me hicieron pensar: ¿cómo es posible que una historia tan buena no sea más famosa? Pero pronto entendí por qué. El tono de la película a la hora se tornó tan cristianista que juro por Júpiter que esperaba apareciera en escena José de Arimatea a envolver en el santo sudario el cadaver del león para llevarlo a su sepulcro. (El que sí apareció, en un cameo breve, fue nuestro querido camarada San Toclós, en trineo pero sin Rudolf, a repartir juguetes muy educativos: espadas, arcos con flechas, dagas... ¡y feliz navidad!)
Hay quien termina de ver la película y no se da cuenta. Pero para el que pesca temprano la analogía entre el león y Jesucristo, hay pasajes francamente desagradables, que me recordaron a la propaganda evangélica de La Pasión del Cristo, agregando para colmo una apología de la guerra santa. Por supuesto, los que desacran al jesucrístico león-cordero sobre la piedra del calvario son mostrados como zamarros. Puercos mutantes, hombres-murciélago y cuanta bestia asquerosa logró ensamblar el diablo con los mondongos que desechó Dios después de crear los demás animales son quienes le afeitan al león su peluche, entre carcajadas y burlas, antes de que la bruja le entierre el puñal, como culminación de su pasión leonina voluntariamente aceptada.
Los gruñidos y morisquetas vulgares de la turbamulta de bichos, intencionalmente reminiscentes del escarnio que sufrió el Nazareno sobre la cruz de Mel Gibson, podrán levantar en la audiencia no sólo a más de cuatro de la silla buscando la salida del cine, sino también la misma repulsión contra los perpetradores que perseguía aquel director en su versión de la Pasión. En mí al menos, causaron idéntica impresión desagradable de que hay una agenda oculta tras este largometraje. Cuando el León, tras estar muerto, reaparece envuelto en luz, le dije a mi esposa: "Llegó la Pascua": tan evidente era la simbología. Por supuesto, cualquier similitud entre la piedra rota y el velo rasgado en el templo es pura coincidencia.
Acepto que ciertas otras escenas tienen tanta belleza cinematográfica que salvan pedazos del film. Los breves instantes en que los dos ejércitos se aproximan al combate en la llanura son hermosos. El pasaje de los chitas corriendo en formación de flecha al frente de la estampida, homologadas en el otro bando por tigres blancos, es espeluznantemente hermoso. La bruja mala, tras el deshielo, luce muy sexy en su abrigo de pelos esmochados de león, veloz hacia la guerra en su carruaje tirado por osos polares. Peleando con habilidad de amazona, dos espadas en mano y el peinado incólume, contra el joven cruzado, parece una perfecta Uma Thurman matando a Bill mientras desfila las últimas modas de invierno en una pasarela en Milán. Reconozco que incluso en esta escena de pelea de la reina con el chico, punto cumbre de la cinta, varias veces se me antojó que la bruja decapitara de un tajo al niño para acabar con el asunto rápido, en un giro inesperado de sensualidad marcial. Así es: mi personaje favorito de la película, por encima de faunos, minotauros y centauros, fue la bruja mala.
Aunque al principio hay una denuncia implícita de la violencia de la guerra, especialmente dramatizada mediante un bombardeo nazi sobre civiles en Londres, más adelante se debilita cuando los chicos utilizan el mismo recurso bélico en Narnia ad majorem dei gloriam. Moraleja: está mal cuando el otro bando deja caer proyectiles sobre nosotros, pero está muy bien cuando nosotros los dejamos caer sobre nuestros enemigos. Muy conveniente. Y el grito de guerra "por Narnia, por Aslan", dista un semitono del grito de un cruzado que se prepara a matar en una maldita guerra santa a otros hijos del mismo Dios con otro nombre.
Esta primera entrega de Narnia me hace pensar que Disney ha perdido el rumbo. ¿Qué pasó con las películas como Bambi? Esta ensalada de Braveheart, el Evangelio según San Lucas y la mitología medieval europea resulta un poco indigesta. Es demasiado violenta para ser una película para niños, y demasiado proselitista para ser de buen gusto.
Roberto Pérez-Franco
09/Ene/2006