La mano que toca las campanas
Por mucha admiración que pueda inspirarnos la labor de Juan Pablo II en otras áreas, debe deplorarse la inacción que bajo su mando mostró la Iglesia Católica ante los abusos sexuales cometidos por religiosos contra menores. Cuando conoció de los escándalos, el Papa debió extirpar del clero a todos los pedófilos y sus protectores. Se entiende que el Pontífice no es responsable directo de las acciones de cada sacerdote y monja del globo; lo que no se entiende es que dejara pasar la oportunidad espléndida de reivindicar a las víctimas removiendo de la alta jerarquía eclesiástica a los responsables del problema. Al no hacerlo, convirtió a la Iglesia en cómplice de los hechos.
El ejemplo más amargo lo brinda el caso del Cardenal Bernard Law. Mientras fue Arzobispo de Boston, Law conoció las acusaciones contra religiosos pederastas pero, en vez de removerlos de sus cargos, simplemente los cambió de una parroquia a otra sin advertir a los nuevos feligreses del peligro al que quedaban expuestos sus hijos. Muchos de los sacerdotes acusados de pedofilia eran reincidentes: habían sido denunciados con anterioridad a muchos de sus abusos. La complicidad del Cardenal prolongó el acceso de estos clérigos a niños inocentes en el área de Massachusetts.
Cuando el escándalo se hizo público, Law ni siquiera fue removido por la Santa Sede; tuvo que renunciar por la presión popular. Sorprendentemente, fue reubicado por el Vaticano como Arcipreste de la Basílica de Santa María Mayor, en Roma. Para mayor insulto de las víctimas, el Cardenal fue uno de los nueve miembros de alto rango del clero designados con el honor de presidir en Roma una de las misas de novendiales del Papa muerto. El lunes 11 de abril ofició este sacramento en honor del Santo Padre, mientras varias de las víctimas de los abusos que él encubrió protestaban pacíficamente en la puerta del templo.
Según el Evangelio, Jesús advirtió que a quienes abusen de niños más les valdría arrojarse al mar, atados por el cuello a una piedra de molino. También dijo - en una frase inolvidable - que si tu mano es causa de pecado, más te valdría cortarla y echarla de ti que permitir que todo tu ser se pierda. Con Juan Pablo II a la cabeza, la Iglesia emprendió muchas labores dignas de encomio, pero también tomó decisiones funestas. En el caso de Law, la Iglesia no solamente escondió la mano en vez de cortarla, sino que la usó para tocar las campanas y consagrar la ostia en el Vaticano.
Roberto Pérez-Franco
12/Abr/2005
Este artículo fue publicado en la sección de Cartas del lector del diario panameño La Prensa, el día 5 de mayo de 2005.