No me gusta ese arroz

No comparto el entusiasmo, casi infantil, de algunas personas al ver que la Dra. Condoleezza Rice ha sido designada Secretaria de Estado en reemplazo de Colin Powell. Que sea mujer y de raza negra no necesariamente implica que estas dos minorías se sentirán orgullosas de su representación. Para muestra dos botones: Mireya Moscoso y Violeta de Chamorro. Despúes de Marie Curie, ¿qué necesidad tiene mujer alguna de demostrar la capacidad de su género? Además, Powell también es negro. Personalmente, admiro de la Dra. Rice el que haya logrado vencer los muy reales prejuicios que subsisten en la sociedad norteamericana, llegando a tan alta posición. Sin embargo, no ha llegado allí únicamente por su extraordinaria capacidad: ¿quién niega que su sumisión a los deseos del Presidente fue un factor de mucho peso para su selección?

Resulta poco consolador el panorama resultante. Al igual que John Kerry, Colin Powell es un militar que sabe de primera mano lo que es la guerra y, a pesar de haber combatido, defiende la paz en cierta medida. Bush y Cheney, quienes evitaron ir a Vietnam escapándose a través de agujeros de ratón, no tuvieron empacho en mandar a hijos ajenos a morir en una guerra ilegal e ilógica, y como premio recibieron el 51% de los votos el pasado 2 de noviembre. Si Bush hizo en cuatro años todo lo que hizo en Afganistán, Guantánamo e Iraq, teniendo el efecto atemperador de Colin Powell a su lado, ¿qué no hará ahora que Powell y otros cinco han renunciado (o han sido echados) del gabinete? Reemplazar a un cuasi-pacifista por una yes-woman es como echar gasolina al fuego. El gobierno ahora podrá galopar a su gusto, pues se arrancó la brida, con el ánimo recargado por los votos recibidos.

Colin Powell deseaba retirarse desde hace tiempo atrás: no lo hizo porque su obtusa lealtad de soldado pesó más que sus convicciones éticas. Así, prestó su cara para mentir (voluntaria o involuntariamente) en las Naciones Unidas, justificando una guerra injustificable, asegurando la existencia de armas inexistentes, y negando lo innegable: que la mejor vía era la diplomática y que todavía había tiempo para que los inspectores de la ONU hicieran su trabajo en Irak. Powell todavía tiene la cara pelada de aquella vez: muchos le criticaron el haberse prestado para la artimaña. Yo, que le profesaba cierta admiración por su posición moderada en la Casa Blanca, le perdí todo respeto aquel día. Con su renuncia ha lavado en cierta medida su imagen, con la doble ventaja de haber renunciado al gabinete de Bush - que con toda seguridad se quemará políticamente en esta vuelta - y de poder decir que sirvió en su puesto hasta el final de su compromiso, como un soldado leal.

Sin embargo, muchos sospechan que Powell fue echado, para abrirle el camino a políticas extremistas del renovado gobierno.

¿Qué clase de Secretaria de Estado será Rice? He aquí una pista: en la víspera de la guerra de Irak, Rice hizo su parte metiéndole miedo a los norteamericanos con las inexistentes armas nucleares de Saddam Hussein. Como lo indica el New York Times, personal bajo su mando conocía que la información sobre esas armas nucleares era débil, en el mejor de los casos, y claramente falsa para cualquiera que tuviese los ojos abiertos. Rice pudo haber defendido la verdad, pero prefirió seguir la línea de Bush. Ahora es de esperarse que Rice seguirá diciendo todo lo que Bush quiere escuchar, como una marioneta. Faltará el contrapeso de la razón, de la prudencia, de la diplomacia, tan necesaria cuando Cheney, Wolfowitz y Rumsfeld se encuentran en el mismo cuarto con el hombre más poderoso (pero no necesariamente el más inteligente, prudente y honesto) del mundo.

Roberto Pérez-Franco
17/Nov/2004