Oro y gloria

Durante los juegos olímpicos de Atenas 2004, en el evento de barras paralelas, tres árbitros restaron por error una décima de la puntuación del atleta Tae-Young Yang, de Corea del Sur. Esta falta involuntaria de los jueces le costó al coreano la merecida medalla de oro del concurso completo de gimnasia, que fue otorgada a Paul Hamm, de Estados Unidos.

Los coreanos apelaron ante la Federación Internacional de Gimnasia. Ésta reconoció que se había cometido un error de anotación (es decir, que el legítimo ganador era Tae-Young) e incluso sancionó a los tres jueces, pero se negó a cambiar los resultados y se limitó a pedir a Hamm que devolviera voluntariamente el oro. Hamm, con el respaldo cómplice del Comité Olímpico de Estados Unidos, se negó. Los coreanos no tuvieron mejor suerte al elevar la queja ante el Tribunal Arbitral Deportivo: hace dos días, este tribunal respondió que, como el error fue detectado tarde, el resultado de la competencia no se puede revertir, poniendo así fin al caso.

Bajo circunstancias normales, ocupar el primer lugar en una competencia olímpica representa oro y gloria: el primero en forma de una medalla, la segunda en ser recordado como el ganador. Aunque conserve para siempre la medalla de oro que recibió en Atenas, Hamm no la merece pues no ganó la competencia. Tae-Young ganó el evento y merece la medalla, aunque no la tenga. El oro está en manos de Hamm, pero la gloria es de Tae-Young.

El espíritu deportivo implica honor, vergüenza y hombría. Se compite en buena lid y se gana limpiamente, o se pierde el honor para siempre. Hamm tuvo la oportunidad de devolver el oro y ser grande. Al negarse, perdió su honor y se convirtió en un hombre que usurpó una medalla ajena, pretendiendo vanamente retener la gloria que no merecía. ¿Cómo mostrará Hamm esa medalla a sus hijos? ¿Acaso dirá: "Esta es la medalla de oro que ganó Tae-Young en Atenas, y que yo usurpé"?

Que Hamm se rebaje por capricho hasta convertirse en el antónimo del atleta olímpico es su decisión personal: vivir en deshonra será su castigo. Pero que el Comité Olímpico de Estados Unidos le haya consentido la artimaña es inaceptable. El juego sucio no tiene cabida bajo el pendón de los cinco aros.

La Federación Internacional de Gimnasia tendrá que limpiar su nombre tras esta desgracia. Las reglas que impidieron hacer justicia premiando al ganador deben ser eliminadas inmediatamente. Nunca debieron existir.

Roberto Pérez-Franco
23/Oct/2004