Muerte y circo en Darién

El horrendo asesinato el pasado domingo en Darién de cuatro líderes indígenas a manos de irregulares colombianos resulta particularmente irónico y doloroso en este año en que celebramos el centenario de nuestra separación de Colombia. Las interminables y legendarias incursiones de grupos armados colombianos en los pueblos fronterizos panameños nos recuerdan cada día que Darién está bajo control de las guerrillas y paramilitares colombianos.

Girando en su propia órbita, la presidenta Mireya Moscoso aseguró que no pedirá apoyo internacional para resguardar la frontera con Colombia, pues la policía panameña está capacitada para efectuar esta labor. Sin embargo, todos hemos visto que no la efectúa. Como botón de muestra van estos asesinatos, que no son los primeros. De hecho, el día de los ataques no había unidades policiales en los pueblos fronterizos, y no llegaron al sitio hasta dos días después.

La posición del legislador darienita Enrique Garrido, quien pidió que Panamá rompa relaciones diplomáticas con Colombia y que los cascos azules de la ONU patrullen la frontera colombo-panameña, parece digna de tomarse en cuenta, pues la pasividad de las autoridades colombianas los convierte, al menos indirectamente, en responsables de los asesinatos y violaciones de nuestra soberanía. Lo mismo puede decirse de la mano blanda de nuestro gobierno.

Al asegurar que están dispuestos a liberar a tres ciudadanos estadounidenses retenidos durante el asalto, las Autodefensas Unidas de Colombia han confesado, tácitamente, que son responsables de los asesinatos. El líder máximo de los paramilitares dió a entender en un comunicado que ellos nunca pretendieron secuestrar a los extranjeros. Como quien dice que, ya que los tres gringos tuvieron la mala suerte de estar en medio del conflicto, la patrulla paramilitar decidió hacerles la caridad de tomarlos en custodia para protegelos y entregarlos de manera oficial en un lugar seguro ante autoridades humanitarias o eclesiásticas, y así evitar poner en riesgo sus vidas.

Claramente, las AUC quieren aprovechar la coyuntura para robarse el show haciendo gala de un fingido humanismo y respeto por la vida. Pero después del brutal asesinato de los cuatro líderes indígenas, resulta imposible que esta artimaña publicitaria de ademanes tiernos pueda conmover a alguien. Con su crueldad, las AUC han mostrado ante los ojos del mundo que no les importan los derechos humanos y que no reconocen la santidad de la vida. Nuestros pobres indígenas también tienen, al igual que los estadounidenses capturados, la mala suerte de estar en medio de un conflicto ajeno que les ha costado más sangre y dolor que a ningún otro grupo panameño. Pero como son indígenas, nadie hace nada. Si los muertos fuesen gringos, hoy Darién ya estaría ardiendo.

Roberto Pérez-Franco
22/Ene/2003