La política de los muertos
Durante el mes y medio anterior a las elecciones primarias del partido arnulfista, escuché a muchos autodenominarse arnulfistas verdaderos. Durante el mes y medio anterior a las elecciones primarias del PRD, escuché a muchos otros autodenominarse torrijistas verdaderos.
A muchos de éstos he preguntado qué es el arnulfismo y qué es el torrijismo, y qué significa ser arnulfista o torrijista. Ninguno ha respondido mi pregunta directa con una respuesta directa. En cambio, me hablan de la vida de Arnulfo Arias y de Omar Torrijos, como si la biografía de estos hombres y el contenido de sus filosofías políticas fueran la misma cosa. Pero no lo son. Cuanta vez pregunto, recibo esta evasión como única respuesta. He comenzado a sospechar que nadie sabe qué es el arnulfismo y el torrijismo, o más aún, que no existen como filosofías políticas.
Ahora, cuando escucho hablar de arnulfismo y torrijismo, pienso en la nada. Porque eso son el arnulfismo y el torrijismo: dos nombres que no quieren decir nada, dos títulos que ni siquiera los altos dirigentes que los vociferan a diario comprenden. Son dos nadas repetidas mil veces a ambos rebaños, hasta hacerlas lucir reales, sin saber qué son. Sin importar qué son.
¿Qué ofrece la política panameña a las nuevas generaciones? Dos veces nada. Arnulfismo. La política de un hombre que destituyó a un legislador por ser negro, y que declaró en la constitución que algunas razas son indeseables. Torrijismo. La política de un hombre que nos regaló una deuda impagable, y que gobernó desde los cuarteles. Nada más. Luego de la muerte de estos dos 'líderes', lo demás ha sido la trifulca de dos manadas de hienas que reclaman para sí el nombre del difunto y que se desgañitan por alcanzar un escalafón político a costa de repetir "arnulfismo" y "torrijismo" como si fuesen palabras mágicas: esta es la política de los muertos. Lo demás es sólo fiesto: gorras, carteles, caravanas, aguardiente, circo para el pueblo sin pan.
¿Acaso no hay en todo este país un líder nuevo con ideas propias, que no necesite apelar al nombre de estos dos difuntos para hacer sentir su presencia? ¿No hay nuevas fuerzas, nuevos planteamientos? Los problemas actuales no se pueden solucionar con viejas fórmulas, y menos si éstas demostraron ya su incapacidad para resolver incluso los problemas viejos.
La política criolla ha llegado a extremos desagradables, incluso ridículos. El pueblo goza y mofa estos desvaríos en voz alta, como quien se burla de un ebrio, mientras calla la honda angustia que nace de su hambre de pan, cariño e ideales. De su hambre de líderes verdaderos, que con buena voluntad y sin interponer intereses mezquinos, le ayuden a salir de la mediocridad que ha comenzado a corroer su médula y a marchitar su corazón.
Roberto Pérez-Franco
24/Oct/1998