Copas
Anoche me robaron. Me enteré esta mañana, cuando mi padre me informó que mi carro no tenía copas. Alguien había robado las cuatro, mientras yo bailaba la música de Samy y Sandra en las novatadas de mi universidad, en el jardín El Recreo.
Cuando me lo dijo, estaba un poco adormecido. Me asomé afuera y ví, efectivamente, los cuatro rines sucios expuestos. Y mi corazón se llenó de dolor, por haber redescubierto en pleno Azuero un fenómeno social que había preferido ignorar, y que antes se consideraba exclusivo de las grandes ciudades.
Pedí jabón y esponja, y me dediqué inmediatamente a limpiar afanosamente los cuatro rines, con la minuciosidad del que limpia plata fina, hasta cuando no pudieron estar más limpios. Nunca lo estuvieron tanto. Quiero que estén limpios de ahora en adelante, pues nunca más habrá otra copa que los cubra. Veamos por qué.
Las copas que me robaron anoche serán vendidas a un revendedor de copas robadas. Y este revendedor las venderá a aquel que acuda a él necesitando copas. Ese que acude a él, muy probablemente necesita las copas porque le fueron robadas, como las mías. Así, pues, un robo se efectúa para llenar el vacío que dejó otro robo, en una cadena de robos de copas que no tiene fin, como un círculo vicioso.
He decidido romper el círculo. ¿Cómo? ¡Simple! No voy a jugar vivo: voy a jugar limpio. Dejaré mi carro sin copas. Con rines bien limpios, eso sí. Es lo mejor que puedo hacer.
Imaginemos que yo quiera comprar copas de segunda para reemplazar las que me fueron robadas. Tengo dos opciones. La primera, prohibitiva desde el inicio, es comprarlas nuevas en la agencia de autos. La segunda, accesible pero inmoral, es comprarlas a revendedores piratas dedicados a este negocio sucio. Este revendedor encargará cuatro copas del modelo de mi auto a un ladroncillo lacayo suyo, y el ladroncillo robará copas del modelo requerido a un auto cualquiera, tal vez a uno que esté parqueado afuera de un baile organizado por una universidad. Así, pues, al comprar un producto que sé que es robado, estaré propiciando la inmoralidad en mi propia sociedad. Eso es algo que no haré. Si todos nos negásemos a comprar artículos robados, el ladrón no tendría para quién robar.
Considero ladrón al que roba la copa, ladrón al revendedor que la compra, y ladrón al cliente que la compra al revendedor. Por supuesto, el que compra a revendedores piratas sabe que el producto es robado. El que quiere comprar productos de fábrica va a la agencia. Si no, basta con pedirle la factura de compra al pirata, para darse cuenta de que es robado.
Habrá quien diga que estas personas lo hacen por necesidad. No juzgo a nadie, ni al que robó las copas ni al que las revende. Ellos ya tienen quien les juzgue. Se las verán con su conciencia y con esa Ley eterna y perfecta que rige todo el universo, esa que a todos nos pagará por nuestros actos.
Ahora bien, ¿por qué alguien robaría las copas de mi carro? ¿Por qué alguien robaría cualquier cosa?
No es por falta de trabajo. Aquí en el interior, el que no trabaja es porque no quiere, pues oportunidades de trabajo en el campo sobran, y no hace falta para ellas ninguna preparación académica o profesional previa. Sin embargo, cada día es más difícil encontrar gente dispuesta a trabajar. Aquel que no pueda trabajar por enfermedad, que haga lo que el amigo Bernardo estaba haciendo en ese mismo baile: vendiendo rifas para vivir honradamente, a pesar de sus grandes impedimentos físicos.
Lo que más me entristece de esta experiencia es que yo estaba en las Novatadas de mi Universidad, de esa Casa de Estudios en la cual me estoy preparando con esfuerzo para ser mañana un hombre de bien que gane su pan mediante trabajo honrado y que sirva a la sociedad. Mientras estaba ahí, alguien tan humano y tan panameño como yo, decidió tomar el camino fácil, y robarme, en vez de trabajar o ingresar a la universidad a estudiar para ser útil.
No compraré copas de segunda mano robadas. Ni compraré copas nuevas para que sean robadas. Permaneceré así, como un hombre honesto con rines limpios al descubierto, mientras otros hombres inmorales permanecen con copas robadas, sucios frente a su conciencia.
Roberto Pérez-Franco
19/Jun/1998