Romeo y Julieta

Durante mucho tiempo se ha repetido aquello de que Romeo y Julieta es la más grande historia de amor jamás contada. No sé. Conozco esta obra bastante bien, y creo que el amor no es el elemento constante en ella: la pasión sí lo es. Es decir, lo que definitivamente caracteriza a toda la obra es la pasión de los personajes. Es la historia de pasión más grande que he leído. Pasión, presente en el amor de los jóvenes, capaces de morir por su pasión. Pasión, presente en el odio de las familias, capaces de matar por limpiar una afrenta.

La pasión es la verdadera reina de esta tragedia.

Una obra clásica nunca puede ser considerada igual a una obra actual. Grandes diferencias las separan. Sin embargo, hay personas que exageran la importancia de que una obra sea un clásico, alabando sus perfecciones y aplastando bajo ellas todo enfoque novedoso de esta.

A mi parecer, el hecho de que una obra sea un clásico nos revela primordialmente que su mensaje, su contenido, su escencia, es excelente, pues ha sobrevidido a los gustos y cánones cambiantes de varias épocas y a siglos de críticos y criticastros. Es decir, un clásico es bueno pues su mensaje ha vencido al tiempo.

Por esto, debemos entender que lo más importante al leer o montar en escena un clásico no son los detalles superfluos, tales como el nombre o vestimenta de los personajes, o los detalles del acento o la escenografía. Lo importante es el mensaje que transmite, ese mensaje que ha tolerado siglos y siglos de lectura ávida y cáustica crítica.

Así, lo más importante en Romeo y Julieta, como obra clásica que es, es el mensaje que encierra: tarde o temprano, el amor vence al odio.

Roberto Pérez-Franco
02/Dic/1997