Dios ama a los escritores

Dios ama a todos los artistas. Es benévolo con ellos, prodigioso en gracias y bondades. Ahora, cada arte tiene limitaciones. Por ejemplo, la danza no podrá ser disfrutada y apreciada por un ciego, ni la música por un sordo de nacimiento.

En particular, el arte de las letras adolece de varias limitaciones que impiden que su disfrute sea universal. Dejemos a un lado el terrible tirano de las faltas ortográficas en las reimpresiones y re-ediciones de un libro. La necesidad de traducciones para los diferentes idiomas, es sin duda la más grande de estas limitaciones, puesto que no hay traducción sin traición. Agreguemos que el idioma evoluciona y se renueva constantemente, y una palabra que tenía un significado a principios de siglo, ahora se utiliza para denominar algo diferente, muchas veces antónimo. Las letras no son tan universales como la música, la pintura, la arquitectura o la danza.

Por esto, y para compensar a los escritores todos estos sufrimientos y menoscabos en su arte, el Creador dispuso otorgar una maravillosa gracia a los que cultivan las letras. Entre todas las artes, a la literatura le ha sido concedida una merced de la que solamente ella goza.

Este don representa una gran ventaja, que nos pone a salvo de los estragos que el tiempo ocasiona en otras artes - como pinturas, esculturas y construcciones -, así como para evitar las variaciones que nuevas interpretaciones o ejecuciones puedan causar a la escencia del original - como en el caso de danzas y coreografías, u orquestaciones de música -. Este don consiste en que una obra literaria, una vez escrita, seguirá siendo igual en cualquier tiempo o lugar, o sea conteniendo las mismas palabras, comas, tildes, frases y oraciones; la misma sucesión de pensamientos y comentarios, y la misma exactitud y fidelidad, siendo una muestra viva del talento y maestría (o de la falta de ellos) del autor; esto en todas las copias, ejemplares y reimpresiones; en todos los tiempos y en todos los lugares. No importa la fecha de impresión, el papel o la tinta. Lo escrito seguirá siendo igual. Ni el tiempo ni el talento de los editores lo cambiarán, excepto por los errores en el levantamiento del texto.

La belleza de una obra musical dependerá en gran parte de la fineza del instrumento y de la maestría del intérprete. Una danza dependerá del talento y práctica del danzante, y será diferente cada vez que se interprete. Una escultura no puede ser reproducida de forma idéntica, reteniendo los mismos detalles. Una pintura podrá ser fotografiada, pero sólo el original poseerá las cualidades y texturas que el artista le imprimió con su pincel. Una obra arquitectónica, como la Capilla Sixtina, no puede reproducirse para ser esparcida por el mundo en muchas copias. Pero un libro sí.

Los escritores gozamos del gran beneficio de poder reproducir hasta el infinito nuestras obras, conservando en cada una de las copias la misma esencia del original. Puesto que el original no es más que la primera de las copias.

Roberto Pérez-Franco
04/May/1995